Quién vive al lado

Hasta que el tiempo se confabuló con el destino, una mujer camufló su identidad durante un cuarto de siglo

Las razones por las que alguien decide quitarse de en medio pueden ser variopintas y dispares. Pero permanecer veinticinco años desaparecida -más bien no identificada- es bastante distinto a tomar el portante. Así, durante un cuarto de siglo, lo ha estado una mujer desde que, un fin de semana de 1995, incumpliendo las rutinas que trae de suyo la normalidad de los días -ay, tan añorada, tan perdida-, no volvió al pueblo leonés donde vivían sus padres, tras regresar de tierras argentinas donde antaño emigraron y nació su hija; que, hasta la desaparición, trabajaba en las oficinas de RENFE en León. Seis años después, en 2001, fue confundida con una mujer que apreció muerta en una playa santanderina, y en el año 2000 su familia recibió una carta de ella, junto a una fotografía, en la que pedía que dejaran de buscarla. Ahora, con sesenta y ocho años, afectada por una deshidratación y en un muy deteriorado estado físico, la policía local la ha encontrado en una urbanización asturiana donde sus vecinos, que sabían poco de su vida familiar, denunciaron que no salía del domicilio desde hace algún tiempo. Entre otras cosas, para cuidar niños o pasear perros, como solía hacer habitualmente. Tan solo despistaba el cambio de su nombre, pero no resultó difícil dar con la identidad real y así desvelar una de las desapariciones más misteriosas y, sin embargo, tan desapercibida durante dos décadas y media. Nadie conoce a nadie.

No es extraño que en edificios y bloques, con muchas plantas y viviendas, los vecinos ni siquiera se sepan tales. Y que tal anonimato no solo preserve la intimidad, sino que asimismo impida los educados roces de la convivencia. Incluso puede evitarse esta en una cercanía que no acompaña, con vecinos más misántropos que acogedores. Pero esta mujer perdida consigo misma -acaso una forma de sentirse férreamente acompañada- vivía en la casa de una tranquila urbanización, con frecuentes contactos entre sus vecinos y, aun así, pudo camuflar durante un cuarto de siglo su identidad hasta que el tiempo -dar tiempo al tiempo no siempre es una estrategia dilatoria- deshizo el encubrimiento. Se dice el tiempo como si fuera materia del destino. Si bien, dar con esta mujer, más que de tiempo, ha necesitado de una concatenación de circunstancias o de un encadenamiento de sucesos -estas sí son las razones del destino- para descubrir a quién vive al lado.

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