Utopías posibles

Sobre la vocación

Como seres en continuo aprendizaje, las personas vamos adquiriendo experiencias, cambiando puntos de vista

Se acerca la época de oposiciones, y es inevitable plantearse ciertas cuestiones sobre la profesión docente. Es muy común escuchar en la calle y entre el profesorado todo tipo de alusiones a la vocación. "Si no se tiene vocación (en la enseñanza) es mejor dedicarse a otra cosa". El diccionario define la vocación como la "inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de la religión", y solemos considerar que es una cualidad innata, como si el ADN de los buenos docentes tuviera escrita la predisposición a la tiza, el aula y el trato con el alumnado. Es algo, además, que "se tiene o no se tiene", como afirma mucha gente.

La vida da muchas vueltas, y no siempre tenemos del todo claro nuestro futuro. Como seres en continuo aprendizaje, las personas vamos adquiriendo experiencias, cambiando puntos de vista y evolucionando. Aprendemos desde el mismo momento en que nacemos (incluso antes, en el vientre materno), hasta el último segundo de nuestra existencia. En mi caso concreto, siempre fui un buen estudiante, conformista en cuanto a calificaciones, pero de los que se apuntaba a cualquier cosa que fuera aprender. En el Conservatorio desde los 7 años, decidí estudiar también Magisterio de Educación Musical y luego Historia y Ciencias de la Música exclusivamente por el interés que desde siempre tuve hacia la música. Solo hacia el final de mis estudios de Magisterio, mi tutor de prácticas, José Luis Aróstegui consiguió mostrarme cómo la educación es algo más que una materia, es preparar y formar personas, construir una sociedad diferente y mejor. Solo en ese momento conecté radicalmente con la profesión de maestro.

Por eso considero inútil e incluso perjudicial hablar de vocación. Parece que quien no tiene vocación, no puede tenerla en ningún momento. Si no has recibido "la llamada de Dios" es mejor que te dediques a otra cosa, eximiéndote así de cualquier tipo de responsabilidad ("Dios no me ha elegido"). Debemos cambiar el discurso de la vocación por el de la profesionalidad. No necesitamos enviados de Dios, sino personas que desarrollen su profesión de la manera más seria y responsable posible, que hagan aquello que saben mejor para su alumnado, por encima de cualquier interés personal o de otro tipo. Necesitamos docentes que amen su profesión, se consideren o no vocacionales, porque "si no puedes hacer lo que amas, siempre puedes amar lo que haces".

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