El voto del prejuicio

Los prejuicios que se transmiten mediante consignas anulan la razón porque pensar es un trabajo y repetir lo que otros dicen no lo es

En estos tiempos de campaña electoral perpetua, se ha impuesto la idea de que todos debemos tener sobre cualquier asunto una opinión a la vez personal y que no difiera de la de los demás. Debemos amar nuestro pasto sobre todas las cosas y no abandonar el rebaño, no vaya a devorarnos el lobo del pensamiento libre. Aquí salta aquél diciendo una burrada sin pruebas y allá tienes a los demás doblando la apuesta con otra mayor o retirándose de la partida acusando de lo que sea a quien lo ha dicho en vez de demostrar que ha sido un gran rebuzno. Se trata, en resumen, de hacer que todos tengamos alguna opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal: así se define el prejuicio en el Diccionario de la Lengua Española. El latín "iudicare", de donde "iudicium", se refiere a juzgar, a emitir un veredicto fundado; por el contrario, "praeiudicium", de donde nuestro "prejuicio", es lo que se dice antes de haber pasado los datos por el filtro de la razón.

El mecanismo del prejuicio se basa en repetir una afirmación simplista hasta lograr que todos la hagan suya y la reproduzcan sin cesar. Esa consigna acaba convirtiéndose en dogma porque a nadie le gusta ser diferente y porque es más cómodo actuar como un papagayo que pararse a usar la inteligencia. Los prejuicios que se transmiten mediante consignas anulan la razón porque, seamos sinceros, pensar es un trabajo y repetir lo que otros dicen no lo es. Las consignas buscan provocarnos un malestar al que nos hacen adictos y del que quisiéramos librarnos. Así, acabamos sintiéndonos irritados con un mundo que nos dicen que no funciona y que sólo podemos cambiar adorando al líder providencial, el mismo que nos ha causado tal desazón. Esa persona, deshonesta en sí misma, vive de chuparnos las energías, la paz y la felicidad. Es el demagogo, el enemigo de la democracia, el que, como ocurrió en la antigua Atenas, apareció cuando los atenienses dejaron de creer en su ciudad y se arrodillaron ante el que les ofrecía un falso futuro mejor. Pasado mañana, en otro episodio de esta perpetua campaña electoral, nos piden que vayamos a votar. Haga cada cual lo que considere oportuno y le dicte su conciencia. Por mi parte, sólo les pido que valoren si van a votar por malestar, enfado o irritación. Si es así, tengan por cierto que quien se lo causa no busca arreglar las cosas, sino cuatro años de buen sueldo.

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