La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Los votos de Dios

La exhumación de Franco está visibilizando lo que hace mucho sabe el PP: los votos que da, y quita, la memoria histórica

La victoria de Bolsonaro en Brasil es obra de Dios. Aún no hemos logrado una explicación demoscópica al triunfo de Donald Trump en Estados Unidos ni al planificado salto mortal en diferido de los británicos con el Brexit, pero sí tenemos una explicación coherente para el giro populista que Río de Janeiro está capitaneando en América del Sur.

Ante más de 4.000 fieles, estrechando vínculos con la iglesia evangélica que profesa su esposa y recordando que hace dos años viajó a Israel para ser bautizado en el río Jordán, el ex militar ha desvelado la clave de su hazaña: "Hace cuatro años decidí disputar la Presidencia sin recursos, sin partido y sin tiempo de televisión. Pero si eso sucedió el pasado domingo, solo hay una explicación: es Dios quien decidió".

La principal vía de comunicación del nuevo Trump carioca es Twitter (también) con un discurso calculado que empieza a atemperarse sólo lo justo para no asustar. Pero sólo en apariencia. Lo necesario para culminar la hazaña. Porque, completamente al margen del desconcierto del tacticismo partidista y electoral, el punto de inflexión de su meteórica carrera política tiene que ver con sus preferencias místicas, con su inclinación religiosa frente a ese consuelo inocente que impregna de realismo mágico toda la región.

¿Dónde van los votos de Dios? El Bolsonaro brasileiro, el que se siente ya una reencarnación del duque de Caxias que lideró al ejército en la Guerra del Paraguay, tiene segura una respuesta -lo han votado 57 millones de personas ¡por intercesión divina!- que en España ni siquiera nos atrevemos a plantear.

No hasta la llegada de Vox. El proyecto socialista para sacar a Franco del Valle de los Caídos está visibilizando lo que hace mucho tiempo saben en el PP: los votos que da -y quita- la memoria histórica. Pero no para los partidos de izquierda que se envuelven en la compleja bandera de la reconciliación para agitar las páginas más siniestras de nuestra historia reciente, sino para los partidos que se alinean a la derecha. Por lo que se indigna su parroquia y por lo que se cabrean sus votantes. Por lo decididos que salen a votar.

Aquí subyace, en realidad, una de las grandes incógnitas que se dirimirán en el ciclo electoral que ahora arranca. Nunca la derecha ha concurrido tan dividida, y tan desacomplejada, a una cita con las urnas. El interrogante no es sólo quién se disputa el liderazgo de esta parte del arco parlamentario, es también quién capitalizará los errores de la izquierda. Si ya es difícil acertar con los sondeos de los hombres, ¡qué insolencia intentar decidir los votos de Dios!

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