Comunicación (im)pertinente

Francisco García Marcos

La vuelta del batallón Dombrowski

Reconozco que resulta complicado escribir con cierta ecuanimidad sobre un país con nombre y apellidos para el autor. Para mí, Polonia son vivencias, empatía y, sobre todo, muy queridos amigos. Por esa misma razón, por ese vínculo con una tierra y sus gentes, a veces es necesario pronunciarse con firmeza. Creo sinceramente que este es uno de esos momentos. Hay una conexión rápida y evidente entre hispanos y polacos. En ambas culturas se ha reservado un espacio significativo para la emotividad, a diferencia de lo que sucede en otros lugares. Partimos también de un mismo trasfondo cultural católico evidente. Como decía el gran Julio Anguita, los españoles somos todos culturalmente católicos, incluso los ateos como él. Compartimos, asimismo, la experiencia de haber sobrevivido por nosotros mismo a momentos clave de nuestra historia, solos en mitad de la tierra. El 1 de septiembre de 1937 la Alemania nazi invadía Polonia. Dieciséis días después, las topas de Stalin repetían la operación desde el norte. Aparte de las banderas y los uniformes, las diferencias eran mínimas. En ambos casos trataron sin compasión al pueblo polaco. Oficialmente Gran Bretaña y Francia declararon la guerra al III Reich por ese motivo. Pero, a efectos prácticos, la dejaron tan abandonada como antes, en 1936, habían hecho con la II República Española. Enzarzados en una competición macabra, alemanes y soviéticos esquilmaron el país: unos edificaron infames campos de exterminio alemanes, otros perpetraron masacres como la del bosque de Katyn. Pero Polonia resistió por encima de todo, con una entereza verdaderamente encomiable. La reconstrucción del casco viejo de Varsovia, piedra a piedra, sin ninguna ayuda externa, debería ser recordada en todas las escuelas del mundo, como un emblema de la dignidad de los pueblos. Ahora Polonia vuelve a estar seriamente amenazada por, curiosamente, protagonistas de la misma procedencia. La alemana Von der Leyen la acosa desde su atalaya europea, sin respetar su derecho a disentir y a tener voz propia. El ruso Putin, a través de un estado títere, la está poniendo contra las cuerdas en la frontera bielorrusa. La munición que emplea el ex vértice del KGB, seres humanos inmigrados, no tiene nada que envidiar a las atrocidades de la II GM. Falta ver qué termina de hacer la UE, tan timorata y remisa con estas cuestiones. Pero no sería digno que sus ciudadanos dudásemos. Polonia no puede volver a estar sola, más allá de las discusiones políticas internas. En ello va la propia supervivencia de la UE que ha de enviar un mensaje de contundente integridad ante la más mínima amenaza a cualquiera de sus socios. Pero, sobre todo, hemos de poner nuestro hombro junto a Polonia. A la llamada desesperada en defensa de la democracia española acudieron más de 5000 voluntarios polacos, encuadrados la mayoría de ellos en el Batallón Dombrowski. Estuvieron peleando por España hasta el final, incluso tras la disolución de su unidad. Hoy me siento uno de ellos, apoyándolos en este nuevo frente abierto. No estáis solos.

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