República de las Letras
Agustín Belmonte
Prólogos
Cuentan que Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, era un tipo de rutinas muy estrictas. Su día comenzaba a las cinco de la mañana con una bonita pregunta: “¿qué bien haré hoy?”. Y con esta cuestión en mente desde primera hora se lanzaba a acometer, de forma rigurosa, sus distintas tareas. Y no le fue mal, puesto que el hombre pasó a la Historia no sólo por su papel político, sino también por sus reflexiones filosóficas e incluso su interés por la ciencia, destacando también como ingenioso inventor.
Nosotros, los mortales corrientes, no aspiramos a pasar a la Historia. Tampoco queremos despuntar en todas aquellas tareas en las que nos implicamos. Pero igual, justo en este momento de “vuelta al cole”, nos viene bien recordar los grandes beneficios que tiene una rutina cuidadosa.
A todos nos ha sucedido en vacaciones que se nos han pasado muchos días sin hacer nada de interés. Nos levantamos tarde y en seguida llega la hora de comer. Después un rato de siesta, un paseo vespertino con “la fresca” y ya es de noche. Estos días “tontos” son fantásticos para descansar, por supuesto. Pero también son un ejemplo de como un día sin rutina se nos escapa como el agua entre las manos.
Numerosas escuelas de pensamiento inciden en que la auténtica libertad se alcanza a través de la disciplina y el autocontrol. La rutina sería entonces la herramienta ideal para dotar a nuestro día de una estructura sana y aprovechar al máximo nuestras capacidades. Y cuando digo aprovechar no me refiero al uso eficiente de nuestro tiempo, que tendría connotaciones económicas y de productividad, no. Aprovechar nuestro tiempo es disfrutarlo al máximo y sentirnos así lo más cerca posible de la sensación de realización.
La rutina también nos ayuda a fijar y alcanzar nuestras metas. Seguir un programa nos compromete con el mismo y, a medida que vamos cumpliendo objetivos, vamos experimentando la satisfacción que ofrece ver nuestro propio progreso. Ojo, que si flojeamos puede ser que la rutina nos apisone, pero nadie dijo que fuese fácil.
En cualquier caso septiembre y la vuelta al cole suponen un oportunidad de renovar los votos con nosotros mismos. Atrás van quedando la indulgencia y laxitud estival. Es hora de entregarnos al ritual del hábito y el horario. Tal vez no inventemos el pararrayos, como Benjamin, pero igual hasta acabamos disfrutando las semanas de trabajo.
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