A vueltas con la temporalidad

No puede compararse la temporalidad actual -cercana al 27%- con la de 2012, situada en el 24%

En cierta manera, nacemos cada día. Y, claro, para un recién nacido todo es nuevo y sorprendente. Pasa algo así con la contratación laboral en España. La noticia de la semana pasada fue que España ya estaba en el primer puesto entre los países con la tasa de empleo temporal más alta de la Unión Europea. Vaya. Hace justo dos años, 26 de mayo de 2016, encontramos esta información: España y Polonia disputan el primer puesto en tasa de temporalidad. Pero nada, así y todo, las reacciones son de sorpresa. La noticia en la televisión se ilustraba con una imagen albañiles, mientras una voz apesadumbrada afirmaba: uno de estos cuatro, es temporal. ¿Quién será, quién? llegabas a preguntarte. La respuesta probable: los cuatro. La Construcción es una de las actividades donde más justificado estaría el contrato temporal. Pero lo mejor de esa imagen es que ilustra que, efectivamente, la economía española se recupera. Literalmente, pues lo hace en las mismas actividades que nos trajeron aquí.

El ejemplo de temporalidad injustificada no sería la obra o el chiringuito, sino las actividades permanentes, una fábrica, un comercio. Hace unos años conocimos la sentencia que declaraba fijo a un trabajador tras treinta años encadenando contratos temporales con la misma empresa. El tema no es nuevo. No puede compararse la temporalidad actual -cercana al 27%- con la de 2012, situada en el 24%, y decir que, hala, ya está, aumenta la temporalidad. No, no aumenta. Se recupera. En 2008 el 31% del empleo era temporal. Su caída hasta el 23% no vino de la mano de la conversión en indefinidos, sino en parados. El primer empleo destruido fue el temporal. La salida de la crisis repite, pues, el esquema de los últimos 35 años. Y eso que todos los gobiernos han ideado alguna reforma para intentar reducir esa tasa. Las causas son varias y se alimentan. Una es el peso de trabajos de temporada desde el turismo a las rebajas. Otra, el paro de larga duración, que obliga a aceptar cualquier oferta de trabajo. Y una más: las empresas se han adaptado. Desde que en 1984 se introdujeron estos contratos han adecuado su funcionamiento para ofrecer trabajos rotatorios que desarrollan temporales, más baratos, y un núcleo de trabajos fijos. Así estamos. La solución no es fácil, necesitará mucha imaginación política y grandes dosis de negociación entre y con los agentes sociales.

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