Cataluña, ¿problema irresoluble?

Para que el problema catalán empiece a despejarse hace falta la unidad constitucionalista y la división independentista

Los acontecimientos de los últimos días demuestran que la política de apaciguamiento impulsada por el presidente Sánchez con los independentistas catalanes ha servido de poco, como tampoco lo fue en su día la intervención del autogobierno de esta autonomía mediante el artículo 155 de la Constitución, ejecutada por el Gobierno del popular Mariano Rajoy y apoyada en el Senado por el PSOE. La realidad política actual nos lleva, una vez más, al canónico diagnóstico que sobre el llamado problema catalán realizó José Ortega y Gasset durante los debates parlamentarios de la II República: estamos ante un conflicto irresoluble que, más que intentar solucionar, hay que saber conllevar. Pero para esto es necesario que entre los grandes partidos con opción de Gobierno exista un acuerdo mínimo sobre Cataluña, algo que actualmente no existe y no tiene visos de existir en los próximos tiempos. Paralelamente, es necesario que, desde los sectores del soberanismo más civilizado y racional, se acepte de una vez por todas que la vía unilateral ha muerto definitivamente y que no tienen la mayoría social para alcanzar sus objetivos. Aunque a nadie que conozca medianamente los vericuetos del problema catalán se le escapa que existe una importante división en el independentismo, este bloque sigue empeñado en aparentar una unidad completamente ficticia que, tarde o temprano saltará por los aires. Así las cosas, dos son las condiciones que se tendrían que dar para que se pudiese conllevar el problema catalán sin que siga suponiendo una piedra en el zapato de la democracia española: la unidad de los constitucionalistas y la división de los independentistas. Hoy por hoy, no se dan ninguna de las dos condiciones.

Difícilmente podríamos imaginar un escenario más deteriorado para Cataluña que el actual: un presidente de la Generalitat desquiciado proponiendo una vía armada, un consejero de Interior que persigue a los mossos que intentan mantener el orden y la ley en el territorio, unos CDR que se adueñan de las calles e imponen sus normas sin que nadie les pare los pies, y lo que es peor, una buena parte de la clase política y la sociedad civil contemplando el desastre sin elevar la voz para denunciar el dislate. Cataluña es un problema irresoluble, y lo seguirá siendo durante mucho tiempo si no se encuentra una vía que consiga disolver las tendencias centrífugas de casi la mitad de la población catalana, o por lo menos reducirla a lo que siempre fue, una exigua minoría.

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