Las carencias estructurales de Andalucía

El estallido de la burbuja inmobiliaria en la crisis de 2008 y el hundimiento del turismo en la actual revelan las carencias de nuestra estructura productiva

La Encuesta de Población Activa hecha pública el martes revela con crudeza la fotografía de las carencias estructurales de la economía andaluza, agravadas de forma dramática por los efectos de la pandemia. La región tiene un profundo desfase de convergencia con los niveles de riqueza de España, un diferencial de paro que se mantiene en el entorno de los diez puntos desde hace décadas y es más sensible que cualquier otra zona del país a las crisis cíclicas o, como ésta, sobrevenidas, porque depende de sectores sometidos a todo tipo de vaivenes. Ésta es una situación que se perpetúa año tras año independientemente de coyunturas económicas o políticas. En 2008 el estallido de la burbuja inmobiliaria envió al paro a miles y miles de personas y creó situaciones socialmente muy complicadas. Ahora, con el coronavirus, es el turismo el que se hunde y con él buena parte de nuestra capacidad de generación de rentas y de puestos de trabajo. En los dos casos se trata de sectores muy intensivos en mano de obra de no alta cualificación y sometidos a altas tasas de temporalidad. También en los dos casos son actividades que no exigen un alto grado de formación, por lo que muchos trabajadores pudieron pasar sin demasiados problemas de uno a otro. Este verano el turismo prácticamente ha desaparecido y las escasas perspectivas que tenía de remontar tras el parón total de la Semana Santa se han venido abajo con los rebrotes, la gestión que se está haciendo de los mismos en varias comunidades autónomas y la abierta hostilidad de países como el Reino Unido, que han aprovechado para exagerar las cosas y, de paso, potenciar que los ingleses gasten el dinero de sus vacaciones en su propio territorio. Pero, al margen de coyunturas, la crisis turística de este verano evidencia, por un lado, que el sector de después de la pandemia no va a ser el mismo que hasta ahora y que habrá que adaptarse a las nuevas formas de turismo; por otro, y quizás sea más grave, que la industria y los sectores tecnológicos de alto valor añadido fueron trenes que no se debieron dejar pasar. Las consecuencias las pagamos cada vez más caras.

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