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Los lamentables incidentes ocurridos este domingo durante el recorrido de los Reyes y del presidente del Gobierno por la zona más afectada por la catástrofe de Valencia reflejan, más ayer de cualquier otra consideración, el fracaso del Estado ante el reto que suponía hacer frente a unos hechos de una gravedad sin precedentes. La magnitud de la tragedia, los más de dos centenares de muertos que ya van contabilizados y las imágenes del enorme sufrimiento soportado por los afectados, ha provocado una enorme movilización social. Un país consternado ha dado una respuesta social inmediata. Pero ello ha dejado aun más en evidencia la torpeza con la que han actuado las administraciones en una situación de emergencia nacional que requería acciones urgentes y eficaces. El Gobierno de la nación no ha respondido a la gravedad del reto y ha dejado el mando de las operaciones en manos de una comunidad autónoma que claramente no disponía de los medios para hacer frente a una situación que la ha desbordado. La autonomía, por su parte, se ha negado a ceder ese mando y ha permanecido paralizada durante unos días que hubieran sido claves para aminorar los daños. Han dejado pasar demasiados días, en medio del caos y la desolación. La indignación de los afectados no es sólo comprensible, sino que es compartida por millones de españoles. Nada justifica los insultos y las agresiones que sufrieron ayer las primeras magistraturas de la nación. Pero habrá que tomar nota de lo ocurrido. Será necesario replantear los campos de actuación de la Administración central y de las regionales en casos de emergencias tan graves como la ocurrida. El Estado no ha superado la prueba a la que ha sido sometido estos días y ha trasladado una imagen de ineficacia e inoperatividad. Lo peor que podía hacer en una situación tan grave. No se trata de cuestionar el sistema, como se ha hecho desde posiciones radicales. Pero sí de ser conscientes que la política no ha estado en la tragedia de Valencia a la altura que la sociedad necesitaba.
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