Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Alfonso Berlanga define la poesía

La luz de Berlanga es la belleza de Sara Montiel, compartiendo escena con Gary Cooper, Burt Lancaster y Marlon Brando

Alfonso Berlanga define la poesía Alfonso Berlanga define la poesía

Alfonso Berlanga define la poesía

Llega a mis manos un libro, que se asemeja a aquellos tesoros bibliográficos que, miríficos y prodigiosos, salían de una maravilla áurea, llamada imprenta de Ibarra, cervantina y clásica; con ese olor a página antigua y a manuscrito que tiene una obra, cuando la sapiencia hace frente a la ignorancia en el zéjel de los instantes; el cual es polifonía en el óleo sobre lienzo de una metáfora, que versifica el silogismo de los siglos. ;La poesía ha sido indefinible hasta que el gran Berlanga, Alfonso, el catedrático, el filólogo, el político, el escritor, el hombre, el poeta, la ha definido en la intertextualidad de un joyel tan cristalino y transparente como una jarcha: «Ya mamma mío al-habibi». Pero Luz y cal es mucho más que una jarcha: porque compendia todas las antologías de la poesía española en una sola verdadera. Lo que significa que el poeta cordobés y malagueño ha hecho de Almería poema y verso infinito, en la calle de la Almedina y en ese mar, cuyos latidos solo puede oír quien ha leído toda la literatura y desnuda la piel del adjetivo en el volumen antiguo, en el que encuadernamos las cuartillas definitivas del abstracto ajedrez del pensamiento. Berlanga, como Borges, nos dice antes de escribir: «Yo sigo jugando a no ser ciego, yo sigo comprando libros, yo sigo llenando mi casa de libros». Por ello mismo, las preguntas surgen en la bella estampa de las emociones: ¿qué es Luz y cal pintura o lírica? ¿Óleo sobre lienzo o métrica que llega hasta la portada de un periódico en el sentido homenaje a la lengua quevediana en la otra verdad del Atlántico, desde esta orilla del Mediterráneo? ¿Es, entonces, Velázquez o Rubens; Herrera o una multitud de olas en la soledad de una cala desierta, que descubre la añoranza del silencio, mientras oímos la música de Mahler, más allá del atardecer?

Berlanga, segundo a segundo, como un reloj de arena marca el tiempo, escancia la palabra como si fuera un vino griego que los dioses beben en este mar que despliega el día como el Noli tangere de Corregio el amanecer. Las noches de la historia fluyen hacia el futuro y la verdad de los hexámetros de Homero llega para quedarse en la obra de este escritor cordobés, malagueño y almeriense, que dora el sol como cincela la rima que se versifica en su cadenciosa armonía. De este modo, la luz berlanguiana es la luz de Rainer María Rilke, de Rembrandt, de Jorge Guillén, de Vicente Aleixandre, de Jane Austen, de Juan Ramón, de James Salter, de Raymond Carver, del paseo de la Farola, de la Isleta, de San José, de los Escullos, de Mónsul, de los Genoveses: azul, verde y rojiza, cuando el alba es madrugada en una carta inédita de Ava Gardner, en la diosa de Larra, Camba, Umbral, Raúl del Pozo, Manuel Jabois y el mismo Berlanga. Del periodismo y de la literatura, en el contraste que permanece en una puesta de sol, que se hace lienzo en la mirada sublime de la Gioconda: «La sonrisa que me desvela es el paisaje adonde voy a morir». La luz de Berlanga es la belleza de Sara Montiel, compartiendo escena con Gary Cooper, Burt Lancaster y Marlon Brando, cuando la hipálage de Ovidio es un hexámetro de Virgilio en la esperanza que trazan las avenidas del mundo en los miradores de Tánger; diciéndonos que nuestra vista quedó atrapada en Venecia, cuando Almería es el sol enamorado que siempre soñamos.

La luz de Berlanga es una luz poética, estética, pictórica, perpetua, que hace memoria el recuerdo; para convertir el cine de Orson Welles en la fascinación privilegiada que se percibe leyendo la vida, hasta inmortalizar a Lou Andreas-Salomé; envuelta su fotografía en aquel vestido negro, la cabeza apoyada en su mano derecha. La luz de Berlanga es, de esta manera, el alba en el puerto, con el laúd y el arpa, recitando «el ayer vivido/ que hoy cal insepulta es». La luz de Berlanga es, finalmente, el rincón en armonía que designa la historia, cuando Borges y Benedetti hicieron diosa a una mujer, mientras veía Casablanca: la mirada de Ingrid Bergman; el cigarrillo de Humphrey Bogart. Penélope y Ulises, en dos lugares a un tiempo. Un reloj Blancpain, estilo Art Déco con pavé de diamantes y platino. El tictac de Marilyn Monroe.

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