Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Arrimadas traiciona a Rivera

Cs está en peligro. Las piruetas y las balas de fogueo de doña Inés han hecho perder el rumbo a los que, por encima de cualquier ambición, siguen siendo fieles al color naranja

Arrimadas traiciona a Rivera Arrimadas traiciona a Rivera

Arrimadas traiciona a Rivera

De treintiséis diputados, a seis. Del todo, a la nada. Este es el terremoto que ha provocado en su partido la huida de la señora Arrimadas García a Madrid. Pero, según manifiesta, con el cinismo y la altivez de una actriz de espagueti wéstern, sin ser Claudia Cardinale, ni Raquel Welch, la culpa no es suya, sino de Rivera. Como si el tiempo se hubiera detenido como un reloj de arena purpurina y el segundero del reloj de bolsillo de John Ellicott se hubiese parado el día que Albert dimitió. Su cara de mascarilla y maquillaje, colágeno y crema antiarrugas, Blancanieves y Heidi no tiene lágrimas, ni su llanto llora como el de Rodrigo Díaz de Vivar. La dama de sonrisa de estudio fotográfico y peluquería pija está por encima del bien y del mal, mientras Ciudadanos se desangra y unos piensan irse con Sánchez y otros, con Casado. Aunque en el Partido Popular son ya muchas las voces que piden un cambio de líder, por lo que las tropas de Núñez Feijoo, por un lado, y Ayuso, por otro, observan los movimientos tácticos. Doña Inés, con su voz de cítara y trompeta, de piano y guitarra sin cuerdas, de saxo y batería sin palillos, presta oídos sordos a quienes piden su dimisión. Mas con su mirada, ayer, de musa petrarquista y garcilasiana, y hoy, de cumbia y rumba tres vuelve a entonar su aleluya: el yerro es del novio de la guapa Malú y solo de él. La estrella invitada del despacho de Martínez Echeverría siempre podrá acudir al refranero: «Cría cuervos, que te sacarán los ojos». O a la paremia que Sebastián de Covarrubias recoge en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611): «¡Ay, abuelo, sembraste alazor y nacionos anapelo!».

Pero como la política no es amor, ni odio, sino apariencia en la ficción, ella flirtea, busca pareja de baile y hace suyo el refrán que los sintagmas alumbraron en La Celestina y en el Diálogo de la lengua de Juan de Valdés: «Quien a buen árbol se arrima, buena sombra lo (la) cobija». ¿Y qué mejor árbol, en estos momentos, que el presidente del Gobierno? Mas, con la mímica de Profidén y Fluocarl Bi-145, disimula su estratagema elogiando a Salvador Illa, el ganador de las elecciones del 14-F, como si este se hubiese caído de un nido, de un guindo o de una higuera. ¿Qué hará Inés hasta que el poder reparta nuevas cartas? Pues ya se ve: amarrarse al escaño y a la portavocía: nómina y dietas, que la vida es sueño y los sueños sueños son. De modo que el barco no lo abandona, ya se hunda como el Titánic. ¿Qué fue de aquella joven de métrica y endecasílabo, de romance y rima, de jarcha y soneto, de oratoria y pincel, de Gioconda y puesta de sol, en la paleta de un lienzo rubensiano? ¿Do habita el recuerdo de aquellos primores de belleza y vaqueros, de camisas de lunares y americanas, de pantalones de pitillo y cabellos al viento? ¿Dónde están aquellos discursos sin papeles y aquellos gestos de Minerva y mitología, que caligrafió en la intimidad del silencio, que habla sin prosodia? ¿Por qué el incierto espejo de la vanidad ha llegado a oscurecer a quien la memoria recitaba versos de Keats y Juan Ramón? ¿Por qué se agarra al clavo ardiendo quien pintó la ilusión como Velázquez, el color uva del otoño? Ciudadanos, como partido, está en peligro. Las piruetas y las balas de fogueo de doña Inés han hecho perder el rumbo a los que, por encima de cualquier ambición, siguen siendo fieles al color naranja. Un reconocimiento de los errores, más que una carta, es un comodín. Lo que hace falta adivinar es si no es ya demasiado para que luzca la intensa tonalidad de la esperanza. En este caso, la historia la hará sentirse viva en la soledad de un personaje de Lo que el viento se llevó, sin ser Scarlett O`Hara. De los sos ojos tan fuertemientre llorando. Y no era Rodrigo Díaz de Vivar. Sino la mujer que mira el mar para que el olor del sándalo y del té sea lluvia y llanto. Los símbolos de Shakespeare ya no son los mismos. Y Melibea busca a Calixto.

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