La forma natural de asentarse en una comunidad es sentirse cómodo en ella. Por contra, la manera de propiciar que la gente huya del lugar es hacer insoportable vivir en él. Habitar hoy en el sistema tiene un algo de incomodidad. La pandemia, bueno, lo que arrastra consigo: tanta norma sin sentido, tanta prohibición injustificada, tanto desconsuelo por lo perdido: vidas y haciendas; y tanto fraude de ley; parece que pretende sacar de quicio a ciudadanos, administraciones e instituciones, a todo aquel que sea respetuoso con las normas. Vamos, hacer que se salgan del sistema.
Esto de los indultos a condenados irredentos es algo más que se suma a tanta incomodidad. Parece que se intenta convertir la trasgresión de la norma en el modus vivendi social, una victoria para quienes, por interés personal y premeditada intención, se sitúan fuera del sistema para hacerse fraudulentamente con los recursos que la respetuosa, generosa y solidaria sociedad española proporciona a quienes realmente los necesitan.
El propio sistema debería ser capaz de controlar esa incongruencia. Pero todo cambia cuando quien dirige el sistema propicia la incomodidad a quienes se alejan de sus postulados políticos. Pasa cuando la excepción es el todo y la normalidad la nada. Una inversión que, desde hace tiempo, busca adjetivos para desnaturalizar los sustantivos. Un paso previo para crear grupos, enfrentar unos a otros, amasar falsos agravios comparativos y establecer castas inexistentes.
Algunos ejemplos los tenemos constantemente en nuestro entorno. Cito uno próximo a la milicia por tenerlo muy claro: la guerra; a la que se añade el adjetivo convencional, híbrida o asimétrica, una forma de destacar características que ayudan a los académicos y politólogos a defender teorías, pero que complican la vida de quien se ve envuelto en el combate. Dejo al margen otros calificativos, como justa, sucia, ilegal,… que son todavía más subjetivos y sirven para poco más que añadir leña al fuego de los conflictos.
La asimetría está presente en la guerra desde hace siglos. Materialmente desde que la lanza se opuso a la espada, la cota de malla al arco, la coraza a la ballesta o el bombardeo a la trinchera. Pero humanamente lo está desde que los conflictos dejaron de resolverse sólo con ejércitos: organizaciones jerarquizadas y sometidas a un código de comportamiento común para los contendientes: el derecho de la guerra. La guerra dejo de ser
un duelo simétrico y finito para convertirse en una pugna permanente e inacabada por el dominio y el poder con el uso indiscriminado de todos los medios disponibles por parte de los adversarios.
Si usara palabras de Enrique Fojón, Doctor en Relaciones Internacionales y, de origen, Infante de Marina, diría que cambió el paradigma, las reglas que rigen el sistema. Lo repite en sus últimos trabajos. Como buen analista del presente sabe que, sin aceptar esa premisa, será difícil encontrar una solución para el futuro. Por parafrasear al torero de lo imposible, además de ser verdad lo que dice, tiene razón. Porque, como ya pasó en la historia contemporánea, es el sistema el que está sometido al cambio.
Así, a bote pronto, nada debería preocupar. Habría que asumir las cosas como son, hacer un ejercicio de realismo y, por más que cueste, aceptar que se deja de ser lo que se fue. Sin embargo, la preocupación hoy es la asimetría en el sistema: ni todos son iguales ante la ley, ni todos reciben un trato equitativo. Eso ocurre desde la llegada de declarados o encubiertos anti-sistemas a las instituciones, gobiernos y administraciones. Se acabó con la universalidad para todos y se instaló la particularidad para los propios. Se utiliza la magnanimidad del sistema político establecido, la bonanza de la economía y la generosidad ciudadana para situarse por encima de la ley al incumplirlas por acción, omisión o fraude. Se vio ya el fenómeno con los totalitarismos en el siglo XX y ahora con los regímenes autodenominados "democráticos", "populares", "bolivarianos", "islámicos", etc. Tras el adjetivo se esconde el sustantivo que los define: dictaduras. En esta tesitura, a pesar de la asimetría en que se vive, hay que alejarse de la tentación de salirse de la ley, del sistema. Sería una derrota al convertirse en uno más de ellos. Nada resulta tan insoportable, para quienes son conscientes de ser delincuentes, como el sosiego de quienes saben que hacen lo correcto.
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