Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Ayuso y Sánchez con mascarilla

Díaz Ayuso y Pedro Sánchez guardaron las apariencias y se saludaron con frío de diciembre o enero, tal el cumplido hubiese salido de una cámara frigorífica, con túneles de congelación

Ayuso y Sánchez con mascarilla Ayuso y Sánchez con mascarilla

Ayuso y Sánchez con mascarilla

Allí, a la hora en punto, en la puerta del Sol, con la mascarilla quirúrgica, de color blanco y azul cielo, estaba este periodista, como hubiese querido Fígaro. El articulista había llegado desde la estación de Méndez Álvaro hasta Pacífico en el circular del metro; y desde Pacífico a Sol, en la línea 1. Atrás quedaron las estaciones de Menéndez Pelayo, Atocha Renfe, Estación del Arte, Antón Martín y Tirso de Molina. La línea 1 es la que viene de las Suertes, la Gavia, Congosto, villa de Vallecas, sierra de Guadalupe, Miguel Hernández, alto del Arenal, Buenos Aires, Portazgo, nueva Numancia y puente de Vallecas, donde la COVID-19 mata y envenena, con premeditación y alevosía; donde no hay guetos, aljamas, ni morerías, sino barrios de trabajadores, de sol a sol, en busca del salario y del pan. A Sol, a la misma partitura del reloj, con la estatua ecuestre de Carlos III enfrente, y a la hora prevista, con los cuatro toques de dos campanadas, como prólogo de las doce, llegó Sánchez, con su traje azul marino oscuro: camisa celeste, corbata azul, zapatos, a juego, y la mascarilla FFP2. Como si fuera un jefe de ventas de El Corte Inglés. Entre los aplausos de la izquierda y los silbidos de la derecha. Tal hubiera sido Azaña o Prieto; Largo Caballero o Negrín. Allí llegó Pedro I el Resiliente, con corte de pelo de peluquería cara y márquetin, con el olor al champú, que le recomienda Rasputín Redondo: tal vez, Going Big, de House 99. Quizá, Silver, de Redken Brews. Entre división de opiniones, como si fuese Curro Romero en la Maestranza o Morante de la Puebla, en las Ventas, dejó escritas las metáforas que ya no son. En la Real Casa de Correos, un edificio de la segunda mitad del siglo XVIII, lo esperaba Isabel Díaz Ayuso, con su chaqueta de color rojo y la camisa beige; su pantalón negro y los zapatos de tacón. Con el pelo estilizado por su novio peluquero y la mascarilla FFP3, de color blanco. Ayuso y Sánchez guardaron las apariencias y se saludaron con frío de diciembre o enero, tal el cumplido hubiese salido de una cámara frigorífica, con túneles de congelación. Como si el saludo fuese por Facebook o Instagran. Por SEUR o MRW. En los atriles se asemejaban a una actriz que quiso ser Ingrid Bergman y a un actor que pretendió parecerse a Humphrey Bogart: sin cigarrillo y sin humo. Sin saber ambos que Orson Welles es la memoria, el cine y la literatura, que tantas veces nos ha enseñado la vida: calle de la Montera, arriba, con dirección a la Gran Vía, donde las prostitutas no son putas, sino las damas que les dan una patada en el tafanario a los discursos y a la sintaxis de los que acuchillan bajo la lluvia, simulando que dan un abrazo y clavan una daga. Ayuso y Sánchez estaban como esas parejas las cuales no saben si decir ¡el día que te conocí! o ¡la noche que te olvidé! Hasta que se rompió el hielo con una afirmación de la presidenta, que pareció el esperpento de una antología disfrazada de surrealismo: «Todos pensaban que la pandemia iba a durar lo que iba a durar, pero ¡claro! es que se ha acabado el verano» y una respuesta del presidente, que tendió las palabras en una vía sin metro: «Hasta el próximo año: ¡sí!». El enunciado con el cual prosiguió la señora Ayuso era inseparable de lo que hubieren pensado Tip y Coll a una y otra altura de sus levitas y sombreros: «¡Pero es que vamos a estar hasta el año 2021!». ¿Monólogos interiores como los de Los laureles están cortados de Édouard Dujardin? No; sonrisa Profidén y afeitado Filomátic: ¡Gila, al aparato! La presidenta de la Comunidad de Madrid bien podría haber dicho como Max en Luces de bohemia: «Las imágenes más bellas en un espejo son absurdas». Y el presidente del Gobierno podría haber contestado, tal fuese don Latino: «Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato».

Ayuso y Sánchez tienen la oportunidad de convertirse en personajes de Valle-Inclán cuando los instantes sean soliloquio a la hora del alba. Entonces, doña Isabel podría indicarle a don Pedro: «Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España». A lo que el Resiliente podría replicar: «Nos mudaremos al callejón del Gato». ¡Para que se diga que los dos no son geniales en vivo y en directo, con el micrófono grabando la voz en off! En vista de este tráiler, tal la película fuere Casablanca, todos nos quitaremos el sombrero. O, como decía don Latino: ¡el cráneo!

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