Tribuna

javier soriano trujillo

Coronel en la Reserva

DE CADIZ A BEIRUT

La noche del 18 de agosto de 1947, ocurrió lo que tenía que suceder cuando se almacenan 6.250 kilos de nitrocelulosa

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DE CADIZ A BEIRUT

Como consecuencia de las explosiones que tuvieron lugar en el puerto de Beirut el pasado martes 4 de agosto, que dejaron al menos 135 muertos y 5000 heridos, me viene a la memoria otra explosión que se produjo en el puerto de Cádiz en el mismo mes de agosto, pero de 1947.

Cádiz es una ciudad que ha sufrido a lo largo de su historia dos grandes desastres: el maremoto de 1755 y la explosión de 1947; la primera, de origen natural, y la segunda, de origen tecnológico. Sobre este último desastre, la noche del 18 de agosto de 1947, ocurrió lo que tenía que suceder cuando se almacenan 6.250 kg de nitrocelulosa en un taller que no es un polvorín, bajo una techumbre de uralita de 2.900 metros cuadrados sometida al sol inmisericorde de agosto. Sabiendo que la temperatura ideal para mantener la nitrocelulosa en condiciones seguras es de 12º a 15º C, y que ya a 30º C se dispara el proceso de desestabilización, ocurrió lo que más tarde o más temprano tendría que pasar, lo inevitable: su descomposición exotérmica y autocatalítica hasta la explosión.

Detonó la primera carga, arrastró a las demás y al resto de minas que había en el mismo almacén, convirtiendo esa noche de agosto a la Tacita de Plata en un infierno. Las autoridades elevaron a 152 el número de víctimas oficialmente fallecidas, más de 5000 heridos y en torno a 2000 edificios dañados, de los cuales 500 quedaron completamente destruidos

Este almacenamiento de material explosivo tuvo su origen en la Segunda Guerra Mundial, desde septiembre de 1942, cuando ante un hipotético desembarco aliado en el sur de la península Ibérica, nuestra Armada almacenó armas submarinas en las antiguas dependencias de la factoría Echevarrieta y Larrinaga, junto al barrio gaditano de San Severiano, reconvertida a tal efecto en Base de Defensas Submarinas, con la intención de acopiar hasta 16.000 artefactos para minar las zonas costeras susceptibles de ser utilizadas como puntos del desembarco aliado, desde Huelva hasta Almería. Esta hipótesis se descartó cuando en julio de 1943 los aliados desembarcaron en Italia.Cuatro años más tarde, en 1947, en el recinto militar seguían almacenadas algo más de 2.200 bombas, entre minas submarinas, cargas de profundidad y torpedos.

El 18 de agosto, a las diez menos cuarto de la noche, estalló el almacén núm. 1 de la citada base. La investigación oficial no fue capaz de determinar las causas de la explosión, pero es un hecho irrefutable que el lugar de la explosión fue este almacén n.º 1, antiguo taller de torpedos, concretamente en la zona donde se estibaron 596 cargas de profundidad de distintos tipos. La localización de la explosión inicial no planteó discusiones, coincidiendo los expertos en situarla sobre un enorme cráter, de entre diez y catorce metros de diámetro y de uno y medio a dos de profundidad, que destruyó un suelo de hormigón de treinta centímetros de espesor. Justo sobre el cráter estaban estibadas piramidalmente las cargas de profundidad. Después, por simpatía, detonó el resto de las minas y torpedos del mismo almacén. Se sabía cómo eran estas armas, su descripción minuciosa, cómo se debían manipular, cómo era su mantenimiento, cómo debían almacenarse, etc. Y también estaba identificada la carga explosiva, su peso y disposición. En todos los casos, los manuales indicaban que contenían TNT como explosivo principal, excepto las minas WBD alemanas, que empleaban algodón pólvora.

La explosión devastó la ciudad extramuros de Puerta de Tierra, muralla de entrada al casco histórico de Cádiz. Y en esa noche luctuosa, hubo muchos héroes, entre los que destacó la actuación de un oficial de la Armada, el Capitán de Corbeta Pascual Pery Junquera, quien lideró con aplomo y gran riesgo de su propia vida la extinción del incendio provocado por la explosión, evitando la propagación del fuego a los almacenes de minas y parte del polvorín que no habían explosionado. Después tuvo aún fuerzas y arrojo para dirigirse en un camión al astillero para extinguir el incendio que allí había también, junto a marineros del cañonero Calvo Sotelo, de la Comandancia de Marina y los bomberos.

Propuesto para la Cruz Laureada de San Fernando, no le fue concedida, pero sí la medalla naval individual. En los años ochenta, el Ayuntamiento de Cádiz le nombró, junto al resto de marineros, hijo adoptivo y predilecto de la ciudad. Hoy, un monumento recuerda en Cádiz esta catástrofe tecnológica. 73 años después, se repite la historia en Beirut.

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