Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Carta abierta al presidente del Gobierno

El español, señor presidente, es la Gramática de Nebrija en el siglo XXI: sempiterna, imperecedera, perpetua, como la sonrisa de Venus de Penélope Cruz

Carta abierta al presidente del Gobierno Carta abierta al presidente del Gobierno

Carta abierta al presidente del Gobierno

Señor presidente: He elegido el género epistolar para dirigirme a usted. La epístola es la literatura que huye de las metáforas que moran en los pretéritos sin retorno: de aquellas que son como ripios o adjetivos, que se ahogan en la garganta, desahuciados como un derrelicto. Hago bien en decirle que no soy Rousseau, ni Rilke; ni Flaubert, ni Goethe; ni Valera, ni Galdós; ni Herman Hesse, ni Thomas Mann; ni Isak Dinesen, ni Jack Kerouac. La memoria no olvida que hubo un momento en el cual trataron de destruirlo con el método nazi y leninista de encender la difamación en un infierno de cobardes, anegando la fuente, que baja de la noche al alba, con calumnias y rumores entre las sombras de la vileza, que se desliza como una serpiente marina de pico. Ahora, con palabras que huelen a tinta y estilográfica, voy, entre el papiro y la vitela, a la cuestión que tanto preocupa al pueblo llano, que lo aprecia, pero que no está dispuesto a perdonarle traspié tan grave: el que acaba de transfigurar la palabrería hipnotizada de independentistas y secesionistas, con el fin de dejar al español en sabanillas de poliéster (low cost). Si usted se lava las manos y dice como Poncio Pilato: «¡Inocente soy de la sangre de este justo! ¡Vosotros veréis!», para las humanidades, el beso de Judas Iscariote volverá con la túnica manchada y la advertencia de Diodoro, Orosio y Apiano: «Roma traditoribus non praemiat». Piense, además, en el enunciado del parlamentario de Bildu, Arkaitz Rodríguez: «Nosotros vamos a Madrid a tumbar, definitivamente, ese régimen». Rectificar, como esculpió Alexander Pope, es de sabios; y estoy convencido de que lo hará (los asesinatos de Alberto y Ascen no se olvidan).

Sabe que en nuestra preclara Constitución se usa el término castellano. Pues bien, con argumentos filológicos, caligrafiados en los legajos, debe ser español. Así se referirá, sin ambigüedad, a la lengua que hablan quinientos ochenta millones de personas. Castellano debe aplicarse a la modalidad que se habla, en la actualidad, a partir de Despeñaperros. Más de treinta millones de personas en el mundo aprenden la lengua nebrisense, señor presidente: después del inglés, es la más estudiada en China, Japón, Alemania, Brasil, Italia y Francia. En el Reino Unido y en Estados Unidos, el español corusca en las aulas; y en las avenidas de Londres y Nueva York es una segunda lengua que se eterniza entre Cervantes y Shakespeare. Recordando a Sebastián de Covarrubias y Horozco (1611), el español es un tesoro que fue y será con la métrica de Borges, cuando hojeamos (y ojeamos) un periódico en la redacción: el Quijote, como en los sueños que vuelven al mirarnos en los espejos del callejón del Gato: Valle-Inclán, mientras somos personajes de Luces de bohemia, calle de la Montera arriba. La lengua española constituye nuestra mayor riqueza cultural: patrimonio de la Humanidad: un florilegio, un soneto, una gramática, un diccionario, una ortografía, un sortilegio, un estuche con las glosas, un joyel, una antología: la literatura universal, los versos de Neruda, los veleros de Alberti: el aleteo de los fonemas que cantan el amor de Melibea, de Isabel Freire, de la condesa de Gelves o de Teresa Mancha. La lengua española, señor presidente, la han esculpido Larra, Umbral, Vicent y Rosa Montero: la sintaxis que los anaqueles versifican: Bécquer, Lorca y Hernández; Rubén Darío, César Vallejo y Gabriela Mistral; Jorge Guillén y Blas de Otero; Juan Ramón y Octavio Paz. El español es cante jondo en las Ramblas de Barcelona: una guitarra que besa al sol en las calles del mundo: anónimas, libres: en el ajedrez de letras y sintagmas: los cuales nos anuncian a dónde vamos: desde Buenos Aires a La Habana: desde Santiago de Chile a México D. F.: lengua española de sur a norte; de este a oeste: hermosa, en la sublimidad: melodía de égloga en los labios de Sara Montiel; piano y poema: que acaricia el alma cuando navega por piélagos y océanos: Machado y Serrat: La saeta.

El español, señor presidente, es la Gramática de Nebrija en el siglo XXI: sempiterna, imperecedera, perpetua, como la sonrisa de Venus de Penélope Cruz. La lengua española es el acento y el seseo, el leísmo y el yeísmo, el voseo y la entonación: un sentimiento y un romance; una copla y una bulería; un tango y una cumbia; un bolero y un chachachá; una conga y un pasodoble; un manbo y un acordeón. Ópera y sonata. Orquesta y partitura. La lengua española no es, señor presidente, la compañera de ningún imperio, sino el latido del corazón. Cuatro lenguas en los capítulos de la historia: español, vasco, catalán y gallego. Encuadernados en piel, con nervios dorados, florones, cabeza y cortes bruñidos. No es una figuración, sino un libro infinito, como un lienzo velazqueño en el reloj del atardecer. Atentamente.

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