Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Casado retrotrajo a Abascal al NO-DO

El joven líder enterró el franquismo y, antes de que le incendiaran las naves, leyó el canto II de la Ilíada para parecerse más a Tony Blair que a Aznar y a los demócratas, más que a los republicanos

Mosaico con pisado de la uva. Mosaico con pisado de la uva.

Mosaico con pisado de la uva. / .

El líder de esa derecha que está a la derecha no supo (o no pudo) enseñar en la tribuna que la oratoria es el estilo de Pericles y la lógica de Aristóteles. No buscó la sintaxis en la semántica de los sintagmas que buscan la ruta de Don Quijote, sino en un sueño freudiano que dejara a Casado a la vuelta da las esquinas de la madrugada: sin zapatos, sin pantalones, sin camisa y sin barba; como si hubiere salido de la discoteca Joy Eslava, con el recuerdo dividido entre un bourbon y un yintónic, calle del Arenal arriba: dirección a la puerta del sol, para encender un marlboro, tal fuera Robert de Niro. Abascal, más que en quitarle la corbata a Sánchez y afeitarle la perilla a Iglesias, pensó en robarle la cartera al líder del PP con el fin de aseverar: «La derecha soy yo». O «la calle es mía», recordando el timbre de Manuel Fraga. Casado, cuando hablaba don Santi, parecía un reloj de pared al revés, de manera que, al mirar las agujas, no sabíamos bien si eran las doce o las seis, las cuatro o las ocho: como si la serena mañana fuese un huracán o una sesión de psicoanálisis con el Ulises de Joyce entre las manos. Vox siempre ha puesto a Pablo entre la espada y la pared, entre taparse los ojos o abrirlos, para ver la realidad desde la torre Eiffel tan lejos de Aznar como de Rajoy: leyendo a Virgilio y aprendiendo latín. Pero el líder de Vox no distinguió entre retórica y dialéctica y la persuasión no encontró ni la areté, ni la eunoia; así, el mensaje quedó reducido a un espacio en el cual la moción de censura se convirtió en una sombra que se proyectó en sí misma, como si el pasado perdurara en la memoria, incapaz de abrir las ventanas por donde se percibe la entelequia del futuro.

Abascal, entre el confinamiento y la COVID-19, quiso quitarle a Casado la mascarilla quirúrgica y por ello se puso la máscara del Zorro, con el antifaz, en el pañuelo de la chaqueta, tal fuere Jim Carrey en la película dirigida por Chuck Rusell. Mas el presidente del Partido Popular, entre el insomnio y un café Kopi Luwak, no confundió en los sueños quevedianos, los cuales vuelven como silogismos surrealistas de Jung, a Teodoro García Egea con Cayetana Álvarez de Toledo, al percibir que las metáforas no pueden ser culteranas y conceptistas al mismo tiempo. Inés Arrimadas, la otra semblanza de la derecha, ya no sabe si quiere ser modelo o actriz: aquellos discursos, invulnerables alguna vez, y que ahora no sabe o no contesta: un guion y un monólogo: quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, como Miguel Hernández escribiese en la Cruz y Raya de Bergamín. A Sánchez le bastó con repetir una serie de enunciados para poner a don Santi a interpretar un cuadro del Greco. El Resiliente se ha convertido en un actor, que no es Kennedy, ni Obama, pero que tiene la habilidad de despreciar a la derecha sin que lo parezca y de darse el abrazo con los independentistas y Bildu, sin que los ojos le brillen. Entre alegatos y diatribas, discursos y sermones, la mentira no es que haya enterrado a la verdad, sino que ha mutado en virtud. Al final, entre Sánchez y Abascal, cabe un área de conocimiento, en la que la Retórica de Aristóteles hermosee los colores de la luz del día. En unos momentos en los cuales la segunda ola de la COVID-19 avanza imparable, Abascal debería de leer la filosofía aristotélica y, si le queda tiempo, también a Platón y Kant. ¡Claro, que Sánchez debería de cambiar de traje dialéctico! Tal fuese él mismo, reivindicando a Isócrates y la doxa, el carácter ético de la cultura y la sophrosyne. Casado, visto el tráiler de la escena, a un paso de la alta noche, fue Cánovas del Castillo en la analogía de Sagasta: distinguiendo el ethos, el pathos y el logos. El joven líder enterró el franquismo y, antes de que le incendiaran las naves, leyó el canto II de la Ilíada para parecerse más a Tony Blair que a Aznar y a los demócratas, más que a los republicanos. Retrotrajo a Abascal al NO-DO en un discurso mirífico; y Sánchez, corbata de punto, e Iglesias, cada vez más cerca del traje, percibieron que aquel texto no era una homilía, sino la prosodia de Molón de Rodas: «Dejadlo, que hoy está en Atenas y hasta mañana no regresa». ¡Antonio Cánovas del Castillo ha resucitado! ¿También, Práxedes Mariano Mateo-Sagasta y Escolar?

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