Tribuna

José Ramón Parra

Abogado

Democracia, mercado y estado de Derecho

Creo que debemos repensarnos nuestro sistema político económico, pero no con la finalidad de desbordarlo hacia no se sabe bien adonde

Democracia, mercado y estado de Derecho Democracia, mercado y estado de Derecho

Democracia, mercado y estado de Derecho

Reconozco que vislumbro el futuro como un lugar de oportunidades, pero no por ello se me podrá reprochar que mis días transcurran encadenando sueños, rendido a un optimismo que nubla la realidad que me rodea. Así mismo, y aunque tengo el pasado cosido a mis espaldas con gruesos pespuntes, dosifico las veces que me vuelvo a revisarlo. Ello no quita que a veces disfrute volviéndome a examinarlo de forma pausada, con un sentido crítico, atento a todo lo que por allí merodea a fin de no tropezar con el espejismo que proyecta cierta añoranza a la que hace tiempo tuve la tentación de sucumbir. Y pienso que, en definitiva, la vida no me ha tratado mal. No creo que a esa actitud se la pueda tildar de complaciente. Por lo demás, y bajo esa condición, vivo los días peleando por que las incoherencias que me adornan sean cada vez menores, intentado ser respetuoso conmigo y con aquellos que me padecen, así como hacerme respetar de forma educada, enfangado en el trabajo, la familia y mis aficiones, alguna de ellas, reconozco, no del todo confesables.

Dicho esto, y teniendo en cuenta que de forma lúcida sólo he conocido la democracia, se me entenderá cuando me atrevo a afirmar que la España que conocí en mi niñez, sin duda, era peor que en la que ahora vivo, y confío que será desbordada por la que va a conocer mi hijo. Esa valoración sube muchos enteros si nuestro modo de vida lo comparo con algunos otros que se encuentran instalados en países emergentes que últimamente merodeo. Ahora bien, ello no quita que sea consciente de que nuestro sistema económico y social requiere de continuos ajustes, adaptaciones y, por qué no, derogaciones e innovaciones con las que adaptarlo a las necesidades que el día a día va descubriendo o exigiendo. Esa idea de adaptación dista mucho de un sentimiento revolucionario, pero también de un inmovilismo insano, por lo que a buen seguro corro el riesgo de que no se me entienda desde uno ni otro lado.

Hasta ahora siempre he creído que nuestra convivencia más o menos armónica estaba asegurada por tres pilares básicos. De un lado, la democracia, la sensatez de la inmensa mayoría que respeta a las minorías; del otro el mercado y la libre competencia, el reconocimiento del esfuerzo individual; y, por último, el Estado que, con el Derecho como árbitro, ajusta los desfases del mercado y corrige, mejor que peor, las diferencias y desigualdades que tanto la mayoría como el comercio pueden provocar. No viene mal recordar que el principio de igualdad que informa nuestra convivencia no hace tabla rasa con los ciudadanos, sino que obliga a tratar de forma desigual a aquellos que son desiguales. Pero ahora veo con preocupación que, por muchos y diversos factores, la mayoría no siempre obra con la sensatez que se espera, y surgen revisionismos desaforados, nacionalismos desfasados y populismos efectistas que se mueven a fuerza de soluciones de megáfono que desprecian la complejidad de problemas profundos. También advierto que el capitalismo se ha comportado y expuesto como un sistema vulnerable en su faceta más ingrata: la financiera, y que los Estados están observando atónitos cómo la globalización del mercado, su internacionalización, deslocaliza la riqueza sin que los gobiernos soberanos se hayan dotado a tiempo de las herramientas y recursos necesarios para evitar o corregir las disfunciones que ello produce, retroalimentando así peligrosamente a los nacionalismos excluyentes y los populismos de uno y otro lado. La globalización descontrolada y los increíbles y necesarios avances técnicos están provocando que la generación de riqueza no vaya unida a una mayor distribución de la misma, por lo menos tal y como hasta ahora lo hemos conocido, mediante el reparto proporcional y progresivo de la carga tributaria y la creación de un mayor número de empleos, trabajos mejor retribuidos que en tiempo recientes han ayudado a ensanchar las clases medias y el bienestar de la gente.

Por todo ello creo que sí, que hemos de repensarnos nuestro sistema político y económico, pero no con la finalidad de desbordarlo hacia no se sabe bien adónde, de revisarlo como castigo o defensa de principios ideológicos trasnochados, sino para mejorarlo y de esta manera preservarlo. Sin duda nuestra democracia sigue siendo el mejor punto de partida para acometer la búsqueda de un futuro repleto de oportunidades.

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