Tribuna

Ramón Bogas

Director de la Oficina de Comunicación del Obispado de Almería

Don Justo, servidor de la Iglesia

Su bagaje pastoral hacía que los jóvenes sacerdotes nos abriésemos a nuevas realidades y viéramos la universalidad de la iglesia

Monseñor Justo Mullor García Monseñor Justo Mullor García

Monseñor Justo Mullor García

La persona de Monseñor Justo Mullor García trae muchos y gratos recuerdos a quienes lo tuvimos como Presidente de la Pontificia Academia Eclesiástica, institución centenaria de la Santa Sede dedicada a la formación de los futuros colaboradores de las Representaciones Pontificias. Allí lo conocimos como sacerdote entregado y diplomático agudo.

Queda ante todo la memoria de un hombre que amó con pasión la Iglesia y el sacerdocio, que lo intentó vivir a la luz del Concilio Vaticano II, evento eclesial que marcó y orientó toda su existencia. Él hablaba desde su experiencia, acumulada a lo largo de tantos años, que habían sido dedicados a extender y consolidar lazos de unión entre las distintas Iglesias particulares, como también entre los Estados y Autoridades públicas, con el Romano Pontífice.

Su bagaje pastoral y diplomático, de hombre bien fundamentado y siempre actualizado, hacía que nosotros, jóvenes sacerdotes, nos abriésemos a nuevas realidades y experimentásemos la universalidad de la Iglesia, que abraza a todos los hombres y a todas las culturas, sin olvidar el encuentro con cada persona.

Como Presidente de la Academia, tenía la ardua tarea de buscar y seleccionar candidatos, como también formar a los mismos. Seguía a cada uno de forma personal, daba su tiempo para escuchar, dirigir y aconsejar. Deseaba que ese servicio específico a la Iglesia fuese vivido de modo auténtico y siempre renovado.

Nos recordaba que detrás de los papeles hay personas de carne y hueso, con sentimientos e inquietudes, a las que había que llevar la cercanía del Papa. Para ello, la oración no podía ser un diálogo abstracto, sino encarnado, llevando nombres propios y situaciones personales ante Dios, porque es empresa suya, no nuestra.

Son algunas de las enseñanzas que cinceló en el corazón de los que formábamos aquella comunidad sacerdotal. Ahora, dispersos por todo el mundo y viviendo situaciones muy diferentes, intentamos ponerlas en práctica, recordando con gratitud aquellos intensos años de formación y convivencia fraterna.

Para concluir, no puedo dejar de evidenciar el interés que don Justo mostraba por Tierra Santa. Como fruto de su último viaje a la tierra del Señor, publicó un libro titulado: "Entre el Cenáculo y Roma", donde narra algunas vivencias personales. Después de visitar el sepulcro vacío del Señor, signo elocuente de la esperanza cristiana, escribía estas líneas, que reflejan de algún modo el transcurso de su vida. Doy paso a su palabra: "Aunque cansado, al concluir mi jornada, tuve tiempo de vivir unos momentos de intimidad orante con Jesús; su luminosa silueta es perceptible en todos los rincones de Jerusalén. Allí lo ves -lo imaginas siempre- incluso con los ojos cerrados. Mi corazón fue: Gracias, Señor, por este día que me has regalado. Estoy cansado, pero feliz" (pág. 79).

Descanse en paz, don Justo, servidor solícito de la Iglesia.

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