Estupideces Estupideces

Estupideces

En este venturosa democracia española se han consagrado una serie de derechos para bien y disfrute de los españoles. Se defienden derechos que jamás habíamos ejercido con plena libertad y eso conforta mucho. Derecho a libre expresión, derecho a vivienda digna, derecho a la intimidad, derecho a esto y lo otro, incluso, derecho a ser felices. Pero quedó sin mencionar en la Constitución de 1.978 un derecho que considero elemental, el derecho a ser y ejercer de gilipollas. Sin embargo, el derecho a ser gilipollas y ejercer de lo mismo ha tomado cuerpo cierto, aunque no haya ley que lo proteja. Y ha arraigado en significadas élites y profesiones, entre los llamados "intelectuales", entre los periodistas y sobre todo señorea entre la clase política . No sé si ustedes han tratado de protegerse de esta plaga, pero yo he activado en mi televisión un pequeño artilugio que enciende una luz roja y lanza un pitido estridente cada vez que detecta alguna gilipollez. Tanto se activa el artilugio que ya he cambiado varias veces la batería porque hay un efecto de saturación de gilipolleces que no es posible medir. En los telediarios, conferencias de prensa, en intervenciones del Congreso y Senado, en declaraciones de los políticos, el aparato enloquece, me asustan sus pitidos. No digamos en tertulias donde sesudos analistas hacen alarde de conocer todo, pontifican sobre todo y proponen sencillas soluciones para todo. Vengo observando que el artilugio activa su alarma cuando ciertos políticos, pretendidos intelectuales y "enteradillos" de turno se aferran a conceptos difusos y palabras concretas que son determinantes para medir el grado de gilipollez. No hay espacio en esta columna para citarlas todas pero me centraré en tres, la primera es trasversal. El gilipollas de turno enfatizará su pronunciación levantando la voz, elevando los brazos a la par que abre una sonrisa del manual del buen gilipollas. Todo es trasversal, el sofá, el cepillo de dientes, la sombrilla de playa, hasta el filete con patatas es trasversal. La columna vertebral también es trasversal. la cuestión es que jamás nos habíamos dado cuenta de ello. La segunda es la palabra sostenible. Esta novedad que ya abarca todas las actividades e iniciativas políticas la puso en escena aquel necio de sonrisa flácida conocido como ZP. Para este iluminado el concepto sostenible era la solución mágica a los graves problemas de España; la economía, la productividad, la dependencia energética, la deuda pública, la sanidad, la enseñanza, el empleo, etc. El decía la palabra sostenible con sonrisa de oreja a oreja, y ya encajaba todo. Desde entonces sus discípulos se multiplican sin cesar y lo sostenible sustituye a lo posible, a lo realizable a lo conveniente. Y la tercera palabra es posverdad. Esta es la última gran aportación de los gilipollas convencidos de engrandecer la gramática española. La posverdad invade espacios televisivos, textos periodísticos como una revelación y quien se precie de modernidad y exquisitez en el léxico ha de repetir varias veces en público esta palabra. Si ya resulta difícil desde los filósofos griegos o los moralistas cristianos explicar la verdad, su esencia y su alcance, ahora llega la posverdad, cuando nadie asegura que hayamos entendido o estemos de acuerdo con la verdad. He de reconocer que estas tres palabras hacen furor aunque en sustancia no quieren decir nada que no se pueda expresar con palabras sencillas y conceptos más arraigados. Pero no habremos de asombrarnos; ciertos sectores de la política, la "intelectualidad" y el periodismo español están rebosantes de fatuidad (muchos de ignorancia) y esa es la antesala de la gilipollez. Durante los apasionantes años de la transición asistía puntualmente al Congreso de los Diputados. Hubo debates históricos, se aprobaron leyes trascendentales se pusieron los pilares de estos 40 años de estabilidad y sosiego. Pues bien, jamás, nadie utilizo las palabras transversal, sostenible o posverdad. Y eran parlamentarios y senadores de la categoría de Felipe Gonzalez, Herrero de Miñón, Peces Barba, Fernando Suarez, Alfonso Guerra, Miguel Roca. Manuel Fraga, Adolfo Suárez, Landelino Lavilla, Alfonso Osorio, etc, etc. Ninguno bordeó los límites de la gilipollez. Y en la prensa, radio y televisión brillaron maestros del estilo periodístico, alguno queda todavía en activo como Luis Maria Ansón o Raúl del Pozo. Recordar los artículos de Francisco Umbal, Máximo, Jaime Capmany, Alvarez Solís, Javier Pradera, Martin Ferrand, etc. es una pura delicia. Ajustaban los adjetivos, resaltaban los conceptos en el mejor estilo del buen idioma que es el español. Hoy sin embargo, la mediocridad se adueña de los principales espacios . Y logran un estado de confusión que se extiende por mimetismo a todas las capas sociales. Es tal el grado de intoxicación semántica que las redes sociales han acuñado un lenguaje propio que rebaja el nivel más cutre de nuestro idioma. Si alguien pretende destacar por modernidad habrá de acoplarse a este reduccionismo tarbernario que se extiende como una plaga desde las tribunas políticas a los medios de comunicación . Si compras un chorizo de cantimpalo ha de ser certificado como trasversal y sostenible. Las iniciativas personales, por ejemplo, una relación sentimental habrá de ser trasversal . Todo ello, por supuesto, sometido a la posverdad, o sea que podría resultar absolutamente falso y no reconocerse a uno mismo.

La gilipollez no tiene por ahora limite o valladar y muestra la calidad de nuestra educación y las exigencias de los planes de enseñanza. Hemos rebajado tanto la exigencia de calidad que cualquiera puede alardear de gilipollas y pasar desapercibido, incluso aplaudido en esas manifestaciones bullangueras que muestra la política española.

En fin, no se me ocurre nada más que añadir a esta reflexión sobre un fenómeno nuevo que amenaza con extenderse y ampliarse hasta lograr un estado de confusión mental muy poco recomendable para afrontar las incertidumbres que nos acechan.

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