Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad

Cuando Feijóo dijo no

Cuando Feijóo dijo no Cuando Feijóo dijo no

Cuando Feijóo dijo no

Antes de comenzar este artículo, he de precisar que el apellido Feijoo no lleva tilde. La razón es sencilla: hay un hiato formado por dos vocales abiertas, del que resulta una palabra llana, terminada en vocal; y estas palabras no se acentúan. Así que Feijoo y no Feijóo, como aparece en casi todos los periódicos. Le comento al prestigioso profesor y letrado jiennense Santiago López Navas, persona de una sólida formación intelectual y humana, y excelente tertuliano, siempre atento a la actualidad política y social, que la decisión del presidente de la Xunta ha sorprendido a propios y extraños. Su candidatura contaba con muchos apoyos y era deseada por la mayoría de los militantes del partido de la derecha. Las razones que ha argüido el brillante político para no dar el paso adelante no han convencido. Se ha hablado de alguna nueva fotografía con el narco Marcial Dorado. Un político de tanta proyección ha decidido dar un paso atrás. El presidente gallego, seguramente, ha leído Oráculo manual y arte de la prudencia (1647) de Baltasar Gracián y es posible que haya subrayado el siguiente fragmento: «Tres cosas hacen un prodigio, y son el don máximo de la suma liberalidad: ingenio fecundo, juicio profundo y gusto relevantemente jocundo. Gran ventaja concebir bien, pero mayor discurrir bien, entendimiento del bueno».

Esta renuncia deja al Partido Popular en una situación de lucha interna entre Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, enemigas íntimas. De manera que hasta la excepcional prosa del Oráculo se hace papel mojado, con el enigma Feijoo presente entre el estupor y el asombro de las dos damas de armas tomar. Aunque ni la ex vicepresidenta del Gobierno ni la ex ministra de Defensa hayan nacido en el Siglo de Oro, ni sus miradas sean de Hollywood como las de Kate Hudson o Scarlett Johanson. El partido de la derecha española se ve, así, obligado a elegir entre una y otra, a no ser que surja la sorpresa y se abra camino una nueva vía como la que representa Pablo Casado. La retirada de Feijoo se proyecta en la sombra de sus consecuencias como una metáfora, la cual se hunde en su propio naufragio como la película dirigida por Robert Zemeckis. Duelo al sol otra vez vuelve del cine a la política, sin que sepamos bien quiénes son en este nuevo reparto Jennifer Jones (Pearl Chávez), Joseph Cotten (Jesse) y Gregory Peck (Lewton). Porque Pablo Casado nunca se dará uno de los besos más apasionantes de la historia cinematográfica ni con la vallisoletana ni con la madrileña, como ocurre en la escena final del western, basado en la novela de Niven Busch, entre la bellísima Jennifer y el gran actor que siempre fue Gregory Peck. Quiérase o no, las dos mujeres, enfrentadas, entre la realidad y la ficción, entre el cine y la novela, Soraya y María Dolores, representan, a pesar de que más pronto que tarde renieguen, el rajoyismo en su estado natural. Mientras tanto, Rajoy en su retiro zen de Santa Pola, mirará el sol de aquel hermoso Mediterráneo no como Peck, sino como quien, alguna vez, estuvo en la Moncloa y acertó a adivinar que, cuando se pierde el poder, el teléfono deja de sonar y los halagos se convierten en negaciones como las de Pedro. Aquella frase proverbial de Mahatma Gandhi: «Más vale ser vencido diciendo la verdad, que triunfar por la mentira», será recordada por don Mariano entre la ley implacable de la indiferencia de muchos de quienes consideraba incondicionales, mientras tejía y destejía los telares del poder y controlaba, con puño y letra, las listas electorales. Los que antes lo aclamaban ahora le dan la espalda recordando el título de la película: «Y, si te vi, no me acuerdo». La lectura del Quijote podrá servir de guía luminosa a unas y a otros: Soraya, María Dolores, Pablo y al mismo Mariano, que, a partir de ahora, las fichas que moverá serán las del dominó en lugar de las del tablero del poder.

En la sintaxis de las metáforas que perduran, comparto con María José aquellas palabras, entre kantianas y hegelianas, de León Tolstói: «Todos quieren cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo». La historia se repite. Y el duelo al sol nunca dejó de ser western. Alzo los ojos y lo veo como un tráiler que nunca existió. Feijoo, Sáenz de Santamaría, Cospedal, Casado y Rajoy no se verán nunca más en el mismo mar. Son su realidad y no, sus reflejos. Seguiremos preguntándonos por qué sucede todo, sin encontrar la respuesta. Los días y las noches están entretejidos de interrogaciones. El lenguaje de las palabras revive los instantes como si el primer verso de la Eneida fuera su hermosa memoria. El día ya clarea.

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