Tribuna

Rafael rodríguez prieto

Profesor de Filosofía del Derecho y Política de la Universidad Pablo de Olavide

Gibraltar: cositas buenas

Desde el lamentable foro tripartito de Moratinos hasta las bravuconadas huecas de Margallo, los alcaldes de la comarca han sido los grandes olvidados

Gibraltar: cositas buenas Gibraltar: cositas buenas

Gibraltar: cositas buenas / rosell

Si los políticos que dirigen la diplomacia española se encargaran de la negociación del Brexit, probablemente ya se habría arreglado. Rendición total y hooligans con derecho a copas gratis. Es triste, pero hay que admitirlo: España lleva desde inicios del siglo XXI sin una política exterior reconocible. Da tumbos desde el "corazón de Europa" zapaterista a la mayor de las irrelevancias con Rajoy. La política exterior puede ser buena, mala o regular. Pero debe existir. En el caso español es tan invisible como nuestro actual ministro de Exteriores, que solo se hace carne mortal para comentar asuntos internos.

Los dirigentes gibraltareños están de enhorabuena. Quieren mantener su actual estatus: todo beneficios, ninguna responsabilidad. Nos debemos sentir privilegiados de que usen nuestros servicios públicos e infraestructuras a discreción. Antes de comenzar a negociar, los políticos españoles ya hacen concesiones gratis. Es tan patético como absurdo. Se renuncia a reclamar la soberanía o a cerrar la verja. España no quiere ser un obstáculo en la negociación del Brexit. España quiere ser el Estado invisible.

Desde el lamentable foro tripartito de Moratinos, en el que se dio voz al Gobierno gibraltareño en una cuestión que afecta exclusivamente a los ministerios de Asuntos Exteriores de dos estados, hasta las bravuconadas huecas de Margallo, los alcaldes de la comarca han sido los grandes olvidados. Como el propio Campo de Gibraltar. Dice Borrell que la comarca es "una planicie de subdesarrollo". Hombre, no se puede negar que su partido no lo lleve intentando desde hace décadas. Sin noticias de una conexión ferroviaria decente para uno de los puertos más importantes de Europa, ni zona franca o relajación del plan de ajuste para municipios como La Línea. ¿Para qué se le va a ofrecer a la comarca la oportunidad de competir con un régimen fiscal especial? Eso sí: se reabre un Instituto Cervantes en una zona que España reconoce como propia y donde la inmensa mayoría de la población, a efectos lingüísticos, requeriría más de un instituto británico. Lo explica muy bien el alcalde linense: "Existe celeridad para unos asuntos y no para otros muy demandados a nivel municipal". Da la sensación que para los políticos españoles las necesidades del Gobierno de Gibraltar son prioritarias, mientras sus potenciales electores pueden esperar. Al fin y al cabo, son sólo una partida de subdesarrollados.

Andalucía continúa entre las regiones más empobrecidas de la UE después de décadas de PSOE. No obstante, el Campo de Gibraltar es una zona industrial, un lugar donde no se vive mal y en la que existe una mayoría de población trabajadora y luchadora. Donde se acoge al inmigrante, a pesar de contar con recursos escasos. Y todo, contra viento de levante o de poniente; contra políticos que hacen dejación de funciones cuando no mandan suficientes efectivos contra el narcotráfico o niegan cualquier ayuda que permita a la comarca gozar de los mismos privilegios que Gibraltar. No hay duda de que hay políticos españoles que se llevan muy bien con los dirigentes gibraltareños; ¿será porque son vecinos en Sotogrande? Seguramente haya más razones. Mientras tanto, desde 2013 se revisa el régimen fiscal de Gibraltar en la UE. Y lo que queda.

El Gobierno gibraltareño afirma velar por los españoles que trabajan en el Peñón, en condiciones abusivas, por cierto. Lo que no dicen es que la mayoría son gibraltareños que han tenido que salir de la Roca. A estos insignes próceres puritanos (prohíben casi totalmente el aborto y segregan por sexos en las escuelas) les sobran los trabajadores gibraltareños para sus planes monegascos, así que los mandan a vivir a La Línea. Es evidente que los dirigentes gibraltareños deprecian a los españoles del otro lado de la verja y a cualquiera que no sea rico, aunque pueda ser nativo del Peñón. Así, lanzaron bloques de hormigón con el fin de arrebatar el pan a decenas de familias de pescadores; reciben alborozados cualquier submarino molesto o agasajan a los separatistas catalanes o vascos que los visitan. Se afanan en sentirse superiores al resto de españoles y son aplaudidos por el Gobierno central, pero también en la comarca por ávidos lectores de La Cabaña del Tío Tom. Se comenta que han encargado algunas encuestas burdamente cocinadas con el fin de generar un estado de opinión que les ayude. El dinero siempre ha casado muy bien con la moralina ultraconservadora.

Borrell dijo que utilizará la negociación del futuro estatus de Gibraltar para obtener "las cosas más positivas posibles". En el Campo de Gibraltar hubiera sido mejor hablar de cositas buenas, como el disco de Paco de Lucía. Pero eso implicaría conocer la cultura de los subdesarrollados. Hay que evitar que Torra se enfade.

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