Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Gibraltar

La llegada del HMS "Trent" a Gibraltar es una anécdota que desvía la atención hacia la cuestión de fondo que es la usurpación colonial de la tierra y el hurto de los bienes españoles en la zona

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La llegada a Gibraltar del HMS "Trent" hace unas semanas fue un motivo para recordar a la opinión pública española que la bandera británica sigue izada en el Peñón, un territorio que el Reino Unido se niega a descolonizar por más que lo diga Naciones Unidas. Ya se sabe que en esto de la soberanía sólo valen los intereses nacionales, así que mantienen el estatus colonial de ese territorio de su ultra-mar en nuestra intra-tierra. De todo lo que supone el enclave para los "ingleses" sabe mucho Ángel Liberal, ilustrado oficial de marina, buen conocedor del tema por tradición y dedicación. Una razón de fondo para que todo siga igual que hace tres siglos, se me antoja que está en las palabras del almirante británico Fisher cuando, en su visión imperial de comienzos del siglo XX, incluyo la colonia entre las cinco llaves que cerraban el mundo: Dover, Gibraltar, Alejandría, Cabo de Buena Esperanza y Singapur. Curiosa declaración para un colono del Raj británico nacido en Ceilán.

Con el final de los imperios coloniales, impuesto por el estadounidense Roosevelt en la década de los treinta, las llaves del antiguo Primer Señor del Mar (First Sea Lord) se quedaron reducidas a una, la que adorna el escudo de Gibraltar. Todas las demás pasaron a otras manos. Esta se quedó para mantener en el continente europeo, un puya en el talón o un chino en el zapato. Dejo al margen la amistad o lo contrario, que ambas son cosas de hombre, y nada tienen que ver con los Estados. Ya lo vociferaron en muchas ocasiones: "Inglaterra no tiene amigos permanentes, sino intereses permanentes".

Se atribuye la frase a Henry Temple, Primer Ministro de la Reina Victoria, ese que apoyó a la Confederación durante la Guerra de Secesión norteamericana y que provocó un conflicto diplomático cuando la fragata unionista "San Jacinto" interceptó y derivó hacia Boston al correo inglés "Trent", donde emisarios confederados viajaban hacia Inglaterra. ¡Vaya! los nombres se repiten. En esto de las provocaciones nada hay de coincidencia, más bien de cortina de humo. La presencia británica en el Peñón nada tiene que ver con la defensa o el bienestar de los gibraltareños, nadie les amenaza, sino más bien con producir malestar a la gente del entorno. Eso queda claro en el proceder británico con sus colonias. Durante la Segunda Guerra Mundial, desalojó la población nacida en el Peñón, a la desperdigó por campos de internamiento, y la sustituyó por una amalgama de gente de todas partes del Imperio. Algo parecido se repitió en la isla de Diego García en el Índico durante los años sesenta. Despejó el atolón para arrendarlo a Estados Unidos, necesitados de una base naval en la zona. Esta vez, además de evacuar a toda su población nativa, se llevó por delante a todos los animales que por allí andaban.

Durante la Guerra Fría, el interés británico por Gibraltar era puramente militar, envuelto como ayuda a Estados Unidos y a la Alianza Atlántica. Este celofán político que cubría la presencia colonial del Peñón decayó: militarmente con los Acuerdos Hispano-Americanos de 1953 y la entrada de España en la Organización del Tratado del Atlántico Norte en 1982, y políticamente con el ingreso de España en Naciones Unidas en 1955 y la adhesión a la Unión Europea en 1985. Todo esto lo tenían muy claro, desde el punto de vista diplomático, los embajadores: Fernando de Olivié que nos dejó "La herencia de un Imperio roto", un libro subrayado con lápiz bicolor por el ministro Eduardo Serra, y el almeriense Inocencio Arias con su labor de campo. Desde la óptica militar, sirva echar un vistazo a la tarea que llevó a cabo el almirante Liberal Lucini, primer Jefe de Estado Mayor de la Defensa, padre de Ángel, para desmitificar ante los aliados la supremacía del Peñón para conducir operaciones navales. Por completar el paisaje, nada como los acertados y predictivos análisis y recordatorios de José María Carracal en sus libros y artículos. Bien sabe como marino el valor del Estrecho y como periodista el coste del silencio político español sobre el tema.

La llegada del HMS "Trent" a Gibraltar es una anécdota que, mientras se cuenta, desvía la atención hacia la cuestión de fondo que es la usurpación colonial de la tierra y el hurto de los bienes españoles en la zona. Eso sin contar con la inseguridad ciudadana que produce a los que viven por los alrededores. Sin engaños, ¡Lo veremos nuestro!

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