Tribuna

JOSÉ Mª MARTÍNEZ DE HARO

Escritor y periodista

Globalización

Una corriente de opinión mayoritaria en los medios informativos ha asumido que la globalización es un fenómeno inevitable que está cambiando el presente y el futuro del mundo conocido. Reconozco que estos temas tan amplios en su contenido y en su forma distraen el punto crucial de un debate que merece ocupar los más influyentes foros mundiales y los parlamentos de todas las naciones de la Tierra. Sin una aportación rigurosa de las ideas , las ideologías, las culturas o creencias religiosas casi todos los gobiernos del mundo han aceptado la globalización como inevitable e impulsora de un nuevo orden que según se propaga habría de ser el paradigma de todos los bienes posibles, no solo materiales, para un futuro mejor. Aceptemos que así sea, pero en total ausencia de un debate específico los hechos apuntan a que la globalización irá en aumento conforme vayan avanzando los medios de intercomunicación y de transporte, lo que necesariamente cambiará la perspectiva actual y los países serán interdependientes, ya lo son en la medida que la información y el abastecimiento mundial se mueve diariamente de un continente a otro afectando los centros de producción de las naciones más industrializadas cuya riqueza crece exponencialmente en relación a los menos desarrollados. La reciente urgencia de abastecer de material sanitario contra los contagios del COVID ha puesto de manifiesto que las mascarillas y casi todo el material de prevención han sido fabricados en el lejano oriente y mayoritariamente en China. El mundo ha estado pendiente y dependiente de la capacidad de producción y distribución de un solo país cuya riqueza ha aumentado exponencialmente conforme a las necesidades. En este contexto se hacen necesarias algunas consideraciones sobre uno de los cambios sociales más visible de la globalización; las migraciones. Por razones geográficas y estratégicas España, Italia y Grecia son los puntos de entrada de millones de inmigrantes procedentes de Oriente medio y África. Estas son las puertas de la Unión Europea, destino final de buena parte de los inmigrantes. Europa se percibe en una posición decadente respecto a los EE UU y a las potencias emergentes cuyos objetivos de predominio son evidentes. El largo periodo de prosperidad tras la Segunda Guerra mundial parece agotado y se abre paso un nuevo ciclo con repercusiones importante en la economía la política y la sociedad. La competitividad enciende vivas polémicas donde influyen intereses claramente estratégicos por la conquista de mercados y zonas de influencia donde las potencias mundiales libran una batalla sin tregua. Y aquí se abre una interrogante que ha motivado oscuras interpretaciones incluso posibles conspiraciones fomentadas por magnates de capitalismo en connivencia con políticos y gobiernos europeos y de otros continentes. En esta cuestión relevante las izquierdas internacionalistas han asumido el protagonismo y la difusión de mensajes que han calado en buena parte de la opinión pública; la migración ha de ser asumida por razones humanitarias de solidaridad y fraternidad con los pueblos más pobres y oprimidos. La globalización es también el libre tránsito de personas que por causas diversas han de abandonar sus países de origen hacia otros continentes. Los más suspicaces no aceptan de manera tan sencilla este fenómeno y menos aún sus consecuencias de todo tipo para los países receptores. Uno de los argumentos rechaza las razones supuestamente humanitarias, y entran en el fondo de un debate con matices muy sensibles para la condición humana. Según esta teoría, los países industrializados, singularmente de Europa, no pueden competir con otros países donde la mano de obra está infravalorada y peor remunerada sin reconocimiento alguno de los más elementales derechos laborales y sociales, algunos en régimen de semiesclavitud. Son conocidos algunos países donde el trabajo infantil es asumido como una realidad inevitable. De esta forma los productos europeos encuentran dificultades en los mercados mundiales frente a los precios mucho más reducidos de productos fabricados en Oriente y China. Asimismo ocurre con los productos básicos de la alimentación, agricultura, ganadería, etc. Los mercados europeos reciben diariamente millones de toneladas de verduras, hortalizas y frutas procedentes de África , Oriente medio, América de sur y de otros países donde la producción requiere muchos menos costes; salarios, seguros sociales, impuestos etc y además algunos no están sujetos a las estrictas normativas europeas. Todo ello refleja un desequilibrio de difícil solución pero de consecuencias inmediatas. Por poner algunos ejemplos baste saber que la mayoría de los jornaleros que trabajan en la agricultura española proceden de la inmigración, mayoritariamente legal y en algunos casos ilegal. Asimismo otros sectores del ocio, la hostelería y la restauración encuentran dificultades para emplear a trabajadores españoles y han de recurrir a la inmigración. Lo explica bien la información del diario el Mundo del pasado 21 de junio; "No se encuentran camareros, en algunas zonas es complicado contratar". ¿Cómo se puede explicar que en Almería tengamos 40.000 personas cobrando prestaciones de las cuales 6.000 son de la hostelería y que sea tan complicado contratar para el verano?, lamenta un representante del sector. En los cultivos de invernadero y en la temporada de las fresas ocurre algo similar, y este problema es ya crónico y permanente en otros cultivos de hortalizas, verduras y frutas en todas las regiones de España. El problema existe y es acuciante porque no se puede solucionar con medidas restrictivas, aranceles y leyes de carácter nacional. Los países se encuentran ante un dilema que jamás se ha conocido porque es una revolución silenciosa y pacifica que se hace presente con ímpetu imparable. Se trata de la creciente integración de las distintas economías nacionales en una única economía mundial y global. Esto supone como premisa el fin de las barreras comerciales que cada país debe asumir con los costes correspondientes. Pero no es este el único efecto de la globalización, también fuerza a un debate sobre la identidad nacional, cuya cultura se devalúa a favor de la internacionalización , el uso de la lengua materna, las tradiciones y costumbres están claramente alteradas lo que motiva movimientos de protesta e insatisfacción que esta realidad provoca en millones de ciudadanos. Es posible que hayamos de aceptar que mas allá de esta realidad y desequilibrios actuales, la globalización es una nueva vía para de avanzar hacia un futuro mejor porque la humanidad a pesar de los fracasos, revoluciones caóticas y guerras de exterminio ha progresado sin cesar hasta nuestros días. Serán nuestros hijos y nietos quienes hayan de experimentar la globalización plenamente extendida en el mundo. A nosotros nos queda imaginar que hará posible una vida mejor sin las desigualdades actuales corregidas por la solidaridad y la paz entre las naciones de la tierra.

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