Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Julieta Ayuso y Romeo Sánchez

Las elecciones a la Comunidad de Madrid no son unas generales, pero Ayuso y Sánchez comparecen como si las fueren

Julieta Ayuso y Romeo Sánchez Julieta Ayuso y Romeo Sánchez

Julieta Ayuso y Romeo Sánchez

La presidenta de la Comunidad de Madrid y el presidente del Gobierno de España nunca serán, siquiera en la semblanza narrativa, los personajes de la excelente y lamentable tragedia de Shakespeare. Ni sus respectivos partidos tendrán nada que ver con las familias de los desafortunados amantes: los Capuleto y los Montesco. Enemigos íntimos, la señora Ayuso parece un personaje de Lope de Rueda y el señor Sánchez, otro de Carlos Arniches. Sin que les interese, ni poco ni mucho, el teatro de Brecht o el de Buero Vallejo. Su concepto de la dramaturgia, en el mejor de los casos, no existe y toda la representación se basa en la apariencia, en el disimulo, en el engreimiento, en la sonrisa de estudio fotográfico o de Profidén y en la ortología de un enunciado o de una frase hecha de Miguel Ángel Rodríguez o de Iván Redondo: los verdaderos actores. Que Isabel, con su chaqueta de color rojo y peinado de peluquera en prácticas, dice por aquí, Pedro, con su traje de color gris y pelado de champú, señala que por allí. Hasta las cifras de la pandemia las ponen a bailar el rock; con números, los cuales son los opuestos de sus opuestos. No se sabe bien si con el propósito de equivocarse más (o menos) que el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón. ¿Quién ha puesto el anzuelo en la caña de pescar y quién ha picado? Digamos, sin temor a equivocarnos, que esta estrategia lleva la rúbrica, otra vez, de Rodríguez o Redondo, sus jefes de gabinete y los directores, de hecho, de la campaña, que han dejado a Casado, por un lado y a Gabilondo, por el otro, en paños menores, como si fuesen las marionetas (o los muñecos) de Herta Frankel, llámense la perrita Marilín o Pepito; la ratita Violeta o la tía Cristina. Lo cierto es que el protagonismo y la exposición continuada de doña Isabel y don Pedro, tales fueren unas elecciones presidenciales, están oscureciendo a los demás partidos y candidatos y convirtiendo a Díaz Ayuso en una pasionaria de derechas. De aquí al cuatro de mayo, más que escenas del teatro shakespeareano, veremos capítulos, por entregas, de un spaghetti wéstern, donde Ayuso querrá ser (sin serlo) Raquel Welch y Sánchez (sin parecerlo), Clint Eastwood. Pero todo puede cambiar si, cuando comience la campaña de verdad, los estrategas dejan libertad de movimiento (¡lo cual está por ver!) y Ayuso, Gabilondo (el que va de bueno de la película, sin saber quién es el feo y quién, el malo), Mónica García Gómez, Pablo Iglesias, Rocío Monasterio y Edmundo Bal deciden ir al teatro María Guerrero a leer textos de Ionesco y Samuel Beckett. No cogidos de la mano, sino cada uno como le venga en gana, menos en coche oficial. O sea, a pie, en metro, en autobús o en taxi, con la mascarilla quirúrgica, y los ojos puestos en el escenario. Constituiría una vanguardia que dejaría sin palabras a las vanguardias y a los votantes les haría pensar que la vida es sueño; o bien, el gran teatro del mundo. Es decir, Calderón, antes que Lope de Vega, a quien Cervantes llamó Fénix de los ingenios. La métrica de la vida es incierta, mas, cuando la ficción es una metáfora (nunca, una hipérbole) gongorina de lo real, todo puede haber sucedido. Hasta que Raquel Welch y Clint Eastwood hubiesen preferido leer una obra de teatro antes que el guion de un wéstern. No seré yo el que levante la voz para negarlo. Pero, si tanto la Moncloa como la puerta del Sol se obstinan en el error, puede ocurrir que el sol salga por Antequera o por Archidona y los muñecos de Herta Frankel vuelvan a la tele. Las elecciones a la Comunidad de Madrid no son unas generales, pero Ayuso y Sánchez comparecen como si las fueren. Y están dispuestos a que así sea. Quien pierda quedará peor que Cagancho en Almagro aquella tarde del 25 de agosto de 1927. A Joaquín Rodríguez Cagancho le dieron los tres avisos, después de pinchar al toro infinitas veces. ¿Quién será Cagancho el cuatro de mayo?

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