Tribuna

Ángel López Moya

Coronel de Caballería Retirado

Ladrón y caballero

Ladrón y caballero Ladrón y caballero

Ladrón y caballero

Vivimos en una época en la que no sabría decir si se roba más o menos que antes, es difícil medir, cuantificar y comparar, porque no estoy comparando 2022 con lo sucedido en el gobierno anterior ni con Franco. No, me remonto un poco más atrás, hasta los siglos XVI y XVII.

Hoy cuento la historia de un español, ladrón, pero ante todo caballero, en tierras americanas.

Corría el año 1560 y la Península se despoblaba poco a poco. Familias enteras se marchaban a tierras del Nuevo Mundo, unos buscando la gloria y todos fortuna. Un vallisoletano llamado don Antonio de Ribera, hijo de Alfonso de Ribera e Inés Gutiérrez partió para Perú en 1534. Llegó a tener el cargo de procurador general, lo que le obligó a volver a España en alguna ocasión. Se encontraba acomodado y se sentía feliz, degustando los nuevos productos que las tierras americanas le brindaban: tomates, pimientos, patatas y deliciosas frutas tropicales y quizás iniciándose en el vicio del tabaco. Pero don Antonio notaba que a las ensaladas les faltaba algo. Seguramente que tenían una presentación inmejorable, adornadas con rodajas de rojos tomates, aguacates y hojas verdes de distintas especies. Las patatas fue un gran descubrimiento desde el principio y las comían cocidas y asadas; pero don Antonio seguía pensando que la ensalada aderezada con aceite de oliva y las patatas fritas con el mismo líquido tendría que ser algo exquisito. Lo malo es que aquella tierra de promisión en la que había de casi todo, faltaban los olivos.

Aprovechó don Antonio un viaje a España para llevarse a su regreso plantas de olivos, y lo hizo embarcando en Sevilla "dos tinajones con cien plantas de olivo, bien preparadas, con buena tierra húmeda para aguantar la travesía del océano". Pero a pesar del mimo y el cuidado que puso en conservarlas en buen estado, solo llegaron vivas tres estacas hasta su ciudad que era la de los Reyes. Las plantó en una hermosa finca que poseía cerca de su casa, quizás la palabra más adecuada sea huerta, dado el mimo con que trataba todos los frutales que tenía plantados. Cuenta Garcilaso "El Inca" que también cultivaba granadas, higos, uvas, melones naranjas, limones y otros frutas, así como legumbres llevadas de España, de las que se surtía para el consumo familiar y que también vendía en la plaza de los Reyes. Parece ser que las cosas le fueron bastante bien y que hizo una fortuna de unos doscientos mil pesos.

Pues bien, en estas ricas tierras plantó don Antonio los tres olivos que llegaron vivos y puso una guardia permanente, utilizando cien sirvientes que tenía y treinta perros, que montaron vigilancia noche y día. Sin embargo, a pesar de la extremada vigilancia, "otros que vigilaban más que los perros" o quizás mediante soborno a alguno de los sirvientes, pues como siempre hubo versiones para todos los gustos, el caso es que una noche le robaron uno de los tres olivos y en pocos días apareció plantado en Chile en un lugar que distaba de los Reyes más de seiscientas leguas. La finca del ladrón debió estar cerca de Coquimbo, pues cuenta Garcilaso "El Inca" que el olivo se daba aquí muy bien por encontrarse a 30º de latitud, más parecida a la de España, en torno a los 40º.

El ladrón lo plantó en su huerta con más cuidado y mimo, si cabe, que don Antonio y durante tres años se dedicó a plantar todos los renuevos que salían del tronco. Y era la tierra tan buena y el clima tan bueno que todos agarraban mientras que el olivo padre se desarrollaba con fuerza y frondosidad. Su color

verde oscuro denotaba salud y vigor. Pero el ladrón desconocido no tenía tranquila su conciencia, sabía que había robado y que había que restituir lo robado. Y así lo hizo. Organizó su plan de devolución y mandó arrancar el mismo olivo que en su día robó y fue transportado a la ciudad de los Reyes. Una buena mañana apareció el olivo plantado en el mismo sitio y hoyo donde estuvo inicialmente.

Las aceitunas eran tan valoradas en aquella época que en los primeros años "se daban por mucho regalo y magnificencia tres aceitunas a cualquier convidado y no más". Este suceso que leí en los Comentarios Reales de El Inca Garcilaso, siempre me ha maravillado que solo robase un olivo y que luego lo devolviese una vez asegurada su descendencia. Sin duda este ladrón era un caballero.

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