Tribuna

Antonio montero alcaide

Inspector de Educación

Manolito no sirve para estudiar

Cuando en 1995 recibió el Príncipe de Asturias, el hoy rey Felipe VI, sonriendo, preguntó a Losada Villasante: "¿Fue mi padre buen alumno en Biología o estaba pegadillo?"

Manolito no sirve para estudiar Manolito no sirve para estudiar

Manolito no sirve para estudiar

Yo fui indudablemente al principio un verdadero saltamontes, travieso y díscolo en todos los sentidos, pero cuando me afiancé y enamoré de las Ciencias demostré ser extraordinariamente aplicado y trabajador". Así lo afirma Manuel Losada Villasante que, a sus ochenta y seis años, se dice más filósofo y teólogo que bioquímico y farmacéutico. Aceptado debe ser, entonces, que el curso de los años despega de los lances menores -o que así resultan tras las magistrales lecciones del tiempo vivido- y acerca a los enigmas trascendentes, abiertos ante el desenlace que aventura el fin de los días mundanos. Pero esta confesión del científico viene a cuento de una equivocada apreciación de Isabel Ovín, maestra de su infancia y una de las primeras mujeres licenciadas en Química, que comentó con la madre de Manuel Losada: "Nieves, creo que Manolito no sirve para estudiar". Con la edad bien cumplida y los anaqueles repletos de reconocimientos -candidaturas al Premio Nobel, Premio Príncipe de Asturias, Hijo Predilecto de Andalucía, por citar algunos-, Losada Villasante ha escrito, a modo de memorias, un libro, recientemente editado por la Universidad Internacional de Andalucía, al que ha puesto por título Recuerdos, Realidades y Esperanzas. Su lectura, por tanto, es más que provechosa por las sabias y primorosas lecciones que procura. Sirva este anticipo como muestra.

En primer término, la búsqueda de la verdad, del sentido de la vida, y la incertidumbre ante la muerte: "Fiel a sus ideales y a su realidad biológica, el hombre tiene que seguir luchando honesta e incansablemente, con entusiasmo y confianza, hasta conseguir descubrir toda la verdad a su alcance, buscando por todos los medios dar sentido -su verdadero sentido- a la vida y encontrar su propio destino -sea el que sea-. La vida humana es alegre, efímera y llena de vigor, y hay que vivirla con intensidad y provecho, pero la muerte, que es en sí el remedio natural que pone fin a la vida ¿es ciertamente el fin o el principio de todo?".

En su constante apelación a la verdad, Losada subraya el firme valor de la realidad y la meridiana distinción entre creer y saber: "¿Debemos, como hombres, los científicos creer en los misterios y en los milagros si hay bases razonables y justificadas para ello? En primer lugar hay que saber que lo que mandan son las realidades, los hechos, no las especulaciones. Lo que no es verdad, no vale nada. En segundo lugar hay que distinguir claramente entre lo que es creer y lo que es saber".

Un hombre de ciencia, cuando es un hombre de bien, practica la humildad ante las equivocaciones insoslayables: "A lo largo de los años he aprendido a aceptar muchos hechos desconcertantes e increíbles si efectivamente sé que son verdaderos o creo con fe y confianza infinitas que pueden ser verdad. Así es la realidad y así es la vida, y siempre hay que estar dispuestos a tener la grandeza de reconocer con humildad si nos equivocamos creyendo que era verdad lo que no era, buscando con honestidad y sin prejuicios el Bien y la Verdad por el laberinto que es la vida misma. ¡Eso creo es ser hombre de ciencia y de bien!".

Como anécdotas biográficas, Manuel Losada, en su condición de catedrático de la Facultad de Ciencias de la Universidad Hispalense, recuerda a Antonio Machado y Núñez, que llegó a Sevilla a mediados del XIX, abuelo de los poetas Antonio y Manuel: "Mi infancia son recuerdos de una casa alegre, bulliciosa y acogedora, con patios, patinillos y azoteas, plantas y flores, algunos frutales e incluso un corral con palomos, conejos, gallo y gallinas, que mi madre cuidaba con esmero para tener huevos y pollitos". Y donde quiera que acude no deja de afirmar su nacencia en la sevillana localidad de Carmona.

Igual de peculiar es su referencia a que, durante varios meses, instruyó semanalmente, en el Palacio de la Zarzuela, al entonces Príncipe don Juan Carlos de Borbón sobre la nueva Biología y los descubrimientos celulares y moleculares que parecían próximos. Años después, cuando en 1995 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, tras comentar con el Príncipe esa circunstancia, el hoy rey Felipe VI, sonriendo, le preguntó: "¿Fue mi padre buen alumno en Biología o estaba pegadillo?".

Y no ha de quedar sin realce la genialidad del científico cuando afirma que "no sale de su asombro al reconocer la simplicidad, grandeza y perfección del origen y de la evolución del universo". Por eso atesoro esta dedicatoria en la que Manuel Losada Villasante se sabe en los umbrales de la vida: "De un boticario carmonense que se volvió biólogo enamorado de la vida presente y futura".

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