Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad

El Manual de resistencia de Pedro Sánchez

Sánchez, con su Manual de resiliencia, está a tiempo de cambiar de dirección. El aforismo de Alexander Pope quedó grabado en los prólogos que se leen en la paz enamorada de la noche

El Manual de resistencia de Pedro Sánchez El  Manual de resistencia de Pedro Sánchez

El Manual de resistencia de Pedro Sánchez

La resiliencia, según los principios de la psicología, es la capacidad que tiene el ser humano para afrontar y superar las adversidades. Pero no solo ello, sino el ser capaz de salir reforzado de la situación. Por este motivo, la pregunta, en forma de retórica freudiana, surge en el momento de comenzar a escribir este artículo: ¿Es el doctor Pedro Sánchez Pérez-Castejón resiliente? Un buen psicólogo diría que sí. Un maestro budista, también. Y un yogui hindú sería, igualmente, asertivo en la respuesta. Claro, que, si la cuestión se le planteara a Pablo Casado o a Albert Rivera, la solución a la duda sería indescifrable, inescrutable o, tal vez, diáfana y transparente, en otro sentido diferente al de los seguidores de Buda. Si le preguntáramos a Susana Díaz, la destronada reina de Triana, ¿qué nos diría? Imaginativos hay que ser para adivinar la metáfora, el símil, la paradoja o la ironía. Lo que afirmara o negara Puigdemont II, o sea Torra, lo circunscribimos al ámbito de un folletín por entregas. ¿Y si indagáramos a través del pensamiento de Felipe González, Alfonso Guerra, Emiliano García-Page, Javier Lambán, Soraya Rodríguez, Guillermo Fernández Vara, Juan Carlos Rodríguez Ibarra o Javier Fernández? Carmen Calvo, la dulce egabrense, quizá encontraría problemas de estilo o de lenguaje figurado. La correctora del libro del presidente del Gobierno, Manual de resistencia (¿ha reflexionado sobre el título la periodista?), podría desvelarnos algunas de estas claves a través de otras de nueva creación, puesto que la dialéctica de la ex dirigente de UPyD es inspirada y esplendente.

Mas quien tiene las preguntas en las repuestas es el mismo Sánchez, desde dos mil catorce a esa fecha fatídica de octubre de dos mil dieciséis en la que fue destituido como secretario general del PSOE. Este capítulo y los fragmentos que lo conforman prometen suspense hitchcockiano en la lectura de la obra, corregida y revisada por doña Irene Lozano, ya que no Irene Némirovski. Sin embargo, en la parte correspondiente al período comprendido entre el uno de octubre de dos mil dieciséis y el dieciocho de junio de dos mil diecisiete, pasaremos de Hitchcock a El Álamo, con Sánchez haciendo de John Wayne y Richard Widmark; o, mejor dicho, de Pedro I el Resucitado. Desde entonces, hasta el dos de junio de dos mil dieciocho, en el que es nombrado presidente del Gobierno, debido a la moción de censura, pasó a ser Pedro I el Desapercibido. Y, desde ese día hasta este presente en el que la figura del relator, en el lenguaje de la vicepresidenta del Gobierno, ha despertado la inquietud en las mismas filas socialistas, Pedro I el Temerario. Si las metáforas son el reflejo de la literatura en la política, el doctor Sánchez es un personaje que interroga a sus propias interrogaciones.

Es palmario que el espinoso asunto catalán manifestará si el futuro del presidente del Gobierno se caligrafiará con una letra u otra, con una escritura u otra, con una prosa u otra en las páginas siempre infalibles de la historia. Sánchez vuelve a situarse entre el huracán y el tornado, pero la gestión de Rajoy y de madame Ambiciones, o sea, Soraya Sáenz de Santamaría, en la cuestión de Cataluña, no puede considerarse como un ejemplo del Diálogo de la lengua de Juan de Valdés. La palabra relator, que hace referencia a la persona que en un congreso o asamblea revela los asuntos tratados, ha creado la polémica. La princesa de Egabro no supo definirla, como correspondía, esparciendo, así, en lugar de la simiente, la duda y la sospecha y dándole a la derecha alas para volar y remos para navegar.

Hay un enunciado, hermoso y metafísico, que aparece en la carta que el almirante vigués en la guerra hispano-sudamericana, Casto Méndez Núñez, dirigió al ministro del Estado. Es este: «La reina, el Gobierno, la nación y yo preferimos más tener honra sin barcos, que barcos sin honra». Sobre el espíritu y la letra de estas palabras, enmarcadas por el corazón en los capítulos de la historia de España, debería reflexionar el presidente. Quemar las naves por aprobar unos presupuestos no es emular, precisamente, a Hernán Cortés. Dejar aislados a Quim I el Empecinado y a sus correligionarios en su aventura desdichada, para que sean las urnas las que se pronuncien, es una alternativa. Sánchez, con su Manual de resiliencia, está a tiempo de cambiar de dirección. El aforismo de Alexander Pope quedó grabado en los prólogos que se leen en la paz enamorada de la noche. La poesía y la leyenda lo esculpieron. Recordarlo en estos instantes es un homenaje a la memoria de la larga aventura, que en nosotros habita. «Errar es humano, perdonar es divino, rectificar es de sabios». El sol del invierno es misterioso. Incierto. Velazqueño.

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