Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Manuel Valls apaga el móvil

Mitterrand, con la mosca tras la oreja, siempre que lo tenía cerca, prefirió mirar para otro lado; pero Manuel Valls seguía ahí: en el lugar donde está el poder

Manuel Valls apaga el móvil Manuel Valls apaga el móvil

Manuel Valls apaga el móvil

Las preguntas o interrogaciones retóricas son, a veces, como los poemas de Paul Auster: descifran el jeroglífico de las palabras; las cuales se descarrían con el gong de los instantes, que enmudecen cuando empiezan a callar en el tramo de las horas. Pero también pueden ser adivinanzas o quisicosas sobre un político, entre la biografía y la memoria; entre lo que ha sido y lo que es. Manuel Valls Galfetti, nacido en Barcelona, el 13 de agosto de 1962, parece, más que un líder, un actor secundario de una película, dirigida por John Ford, que desenfunda el revólver colt, de 1884, segundos después de John Wayne, en Centauros del desierto. Mas, además, puede ser un galán, un don Juan, sin llegar a ser Tenorio y sin haber caído en los brazos de doña Inés, sino en los multimillonarios de Susana Gallardo; la señora, que portó la rojigualda, anudada a su espalda, como si fuera una admiradora de Manolo el del bombo: los dos en la grada sur, cantando un gol de Paco Alcácer. Hay quien, en otro contexto, se puede imaginar al señor Valls ligando en una discoteca de cincuentonas, ya en la frontera de los sesenta, que buscan, hasta no encontrarlo nunca, un príncipe azul de juguete; disfrazado de sioux, de dakota, de nakota o de lakota, en una película de Álex de la Iglesia; donde el humor no sabemos bien si es en negro o en tecnicolor. Sin embargo, resulta, porque es verdad, que este burlador de Sevilla no es el de Tirso de Molina. Tampoco ha protagonizado ninguna aventura en la hostería del Laurel, en la que Zorrilla escribió su Don Juan Tenorio: mítico barrio sevillano de santa Cruz; en el cual el amor es amor; el vino, vino; y el jamón de bellota, jamón de bellota. Valls ha sido un destacado político de Francia: alcalde, diputado, ministro del Interior y primer ministro con el mujerero (¡es correcto el término!) François Hollande; faldas a lo loco, sin llegar a la genialidad de Tony Curtis. Mitterrand, con la mosca tras la oreja, siempre que lo tenía cerca, prefirió mirar para otro lado; pero Valls seguía ahí: en el lugar donde está el poder; quieto como Belmonte, cuando toreaba a los miuras en la feria de Abril. Ahora, hay quien, siguiendo con la retórica, se pregunta si el marido de la señora Gallardo ha dado un braguetazo o un natural, sin coger la espada, ni la muleta, y sin despeinarse en la hora de la ceremonia. Por eso, ante tanto ruido como hay en la política española, ha decidido apagar el móvil y bloquear whatsapp, facebook y twitter, por si entra algún mensaje de Billy el Niño (¡perdón, Rivera!). La pregunta sigue siendo ampulosa: ¿no le pedirán a Manuel Valls, en el caso de que Ciudadanos naufrague, como profetizan las encuestas, que encienda su móvil, escuche a los liberales y ponga su experiencia política al servicio del partido centrista, con Arrimadas a su lado, con cara de Audrey Hepburn, en Desayuno con diamantes? Habrá que esperar los resultados y ver lo que piensa doña Inés de Ulloa; pero no la hija del comendador, ni la prometida de don Juan, sino la que ganó, con coraje y valentía, las elecciones de Cataluña en 2017. ¿Qué hará don Albert si pierde la mitad de los escaños más uno? ¿Irse de copas, como Rajoy, cuando la moción de censura? Más le valdría viajar con su guapa Malú a la playa tunecina de Jebara, al oeste de Tabarka, cerca de la frontera de Argelia, donde las aguas son más transparentes que la Venus del espejo en la National Galery de Londres. Valls y Rivera no son el gordo y el flaco; o sea, Oliver Hardy y Stan Lauren; pero van a tener que hablar como dos actores para interpretar otros personajes y responder por el futuro de Ciudadanos. Una reflexión kantiana es pensamiento que aguarda. En Jebara. O en la playa almeriense de Mónsul: allí donde el sol nunca se esconde y los poemas anónimos beben hasta las heces de la madrugada. Con Claudia Cardinale, en fotos de rodaje.

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