Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Mediocre modernidad

Será porque tengo fe, que es cosa de Dios, y huyo de las ideologías, que son cosas de los hombres, guardo la esperanza de, en esta España de tres y medio, poder aprobar con un cinco

Mediocre modernidad Mediocre modernidad

Mediocre modernidad

La mediocridad hace difícil la modernidad. Como diría Santiago, mi mentor en otro tiempo: "es peliagudo sacar un siete en un país de tres y medio". Hubo tiempos en que fuimos de diez, pero ya dejó de ser así por más que algunos crean estar en ese nivel. Será porque piensan que modernidad es sinónimo de perfección y viven continuamente inmersos en una errónea percepción de la realidad. O será porque, como ya las notas dejaron de valorarse de cero a diez, se hace innecesaria la excelencia del sobresaliente, o cuanto menos lo notorio del notable, para calibrar la bondad de una sociedad. Parece suficiente estar en la media, aunque sea de suspenso, y aceptar ese indefinido y uniformador "progresa adecuadamente", sin saber muy bien ni cuanto se avanza ni hacia donde se va. Con ironía alguien diría que al menos se progresa.

Todo suena a pillería, la táctica del mediocre, ese que ni es sabio, ni listo, simplemente listillo. Nada que ver con el pícaro de novela de nuestra literatura. Digo esto porque, mientras en el pícaro hay un fondo de bondad y un mal comportamiento, en el listillo es todo lo contrario, malo en el fondo y aparentemente aceptable en las formas. La picaresca es producto sobrevenido por la falta de recursos, mientras que la "listura" es una actitud nacida de la ambición de quien lo tienen todo pero quiere más. Al pícaro de novela se le ve venir, mientras que el listillo se parapeta en la muchedumbre para ocultar su cobardía.

Aunque hable en términos tan literariamente trasnochados, tan alejados cronológicamente de lo actual y coloquialmente tan distantes de lo políticamente correcto, hoy hay muchos más listillos que pícaros. Casos existen en todos los ámbitos: en la política, en la economía, en la administración,… y en la milicia también. Sin embargo, mientras éramos de diez se veía algún pícaro que otro, pero conforme bajó la nota y hubo más mediocres, el número de listillos se hizo mayor. Hay rasgos para detectarlos para evitar su proximidad porque, al alcance de sus manos, te puede ver en cueros vivos después de pasar algún tiempo a su lado. Las trazas que permiten reconocerlos son: nunca dicen toda la verdad y siempre se aferran a una ideología.

Un ejemplo de lo primero es la afición por inventar problemas para dar después soluciones parciales. Me viene a la cabeza la situación creada en torno a los condenados por convocar un referéndum ilegal en Cataluña. Ningún problema debería plantear, en una sociedad responsable y respetable, defenderse de maniobras ilícitas como esa. Sin embargo, expuesto como una injusticia con los condenados, se crea el problema irreal y se abren incompletas soluciones: indulto, amnistía o cambios en el código penal; mientras que se queda en el tintero la razonable: cumplir la pena impuesta por sentencia firme.

Al contrario que la fe, que ensancha horizontes y abre puertas a la esperanza al considerar que hay algo más allá que merece la pena investigar para innovar el presente, la ideología impone límites a la razón entre los que se puede pensar y, a más y más (¡que expresión tan moderna!), establece de antemano la verdad a la que se debe llegar y considera inválida cualquier cosa fuera del pensamiento único. En esos restrictivos términos se hace verdadero lo que se cuenta muchas veces y de la misma manera. Creo que lo primero lo decía Göbbels en la vida real y lo segundo, con otras palabras, John Travolta en la ficción de la película "Basic".

Y, mientras los sabios investigan con libertad para innovar, los listillos merodean en su alrededor para beneficiarse del confinamiento intelectual que las ideologías imponen. Cabe preguntarse el por qué de tanta mediocridad intelectual en lugar de aspirar a la excelencia de la sabiduría. Me da que es la forma en que el listillo consigue que nunca, nadie, jamás, le haga sombra. Colectivizar y uniformar la educación bajo estándares alejados de la excelencia y la atención a la diversidad, confinar a los adversarios tras un telón de acero mediático, revisar a la baja el pasado con criterios extemporáneos y faltar al respeto que merecen las instituciones son signos claros de la mediocridad que adorna a los listillos y, sobre todo, de su maldad. Será porque tengo fe, que es cosa de Dios, y huyo de las ideologías, que son cosas de los hombres, guardo la esperanza de, en esta España de tres y medio, poder aprobar con un cinco.

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