Tribuna

JOSÉ Mª MARTÍNEZ DE HARO

Escritor y periodista

Mercancía humana

El agotamiento del sistema de relaciones políticas y económicas que surgieron tras la Conferencia de Yalta al finalizar la Segunda Guerra Mundial, presenta rasgos inquietantes de inestabilidad. Nuevas formas de presiones externas, incluso de "guerra hibrida" se hacen evidentes en Europa, EEUU y otros países industrializados asentados en regímenes democráticos. Los derechos constitucionales garantistas a veces son un freno para iniciativas más resolutivas frente a las amenazas de toda índole con situaciones extremas que alteran el normal desenvolvimiento de las relaciones internacionales. Tales circunstancias podrían señalar que precisamente los regímenes plenamente democráticos no estuvieran preparados para hacer frente a semejantes envites e incluso amenazas públicas. De otro lado las sociedades que gozan de los privilegios de estabilidad y progreso, se han acomodado a un sistema de vida ajena a tantos peligros de estos tiempos convulsos e inciertos en la convicción que su modelo de vida, libertades y derechos están garantizados por el sistema. Y todo esto puede ser así en la pacífica convivencia entre países, pero desde hace años dicha capacidad de convivencia y los equilibrios de poder se han alterado notoriamente. Todo lo logrado en estos últimos setenta años está cuestionado por la pugna sin pretextos entre las grandes potencias que por todos los medios disputan la hegemonía mundial.

Las actuales tensiones en las fronteras de Polonia con Bielorrusia muestran una nueva forma de amenaza mediante la presión de decenas de miles de inmigrantes que tratan de forzar las vallas y entrar en la UE. Las guerras internas en oriente medio, la pandemia, la hambruna y otras circunstancias adversas empujan a sirios, iraquíes, afganos, africanos y de otras procedencias a entrar en los países próximos a Rusia para acercarse a las fronteras de la UE. El Presidente de Bielorrusia con el beneplácito de Wladimir Putin, ha organizado unas caravanas de inmigrantes que acompañadas de militares bielorrusos están forzando las vallas que separan el territorio de la UE. Una logística de invasión "pacifica" se ha planificado meticulosamente para forzar a Polonia y a la Unión Europea a dar entrada a estos inmigrantes. La amenaza verbal de Alexander Lukaschenko suena como un rugido en el corazón de la UE; "Voy a cortar el gas a estos bastardos europeos, lideres sin cabeza". Este aviso llega al mercado europeo del gas en la época de mayor consumo en la que los precios alcanzan máximos históricos. La sonrisa torcida de Putin completa este panorama inquietante.

En relación a lo mismo, hace escaso meses el país vecino y "amigo", Marruecos, respondió a la torpeza del Gobierno español dando asilo hospitalario líder Polisario Ibrahim Ghali, declarado enemigo público de Marruecos. La respuesta no se limitó a las protestas diplomáticas por no haber avisado de esta decisión del Gobierno español, aunque fuera motivada por razones humanitarias. Marruecos respondió a España con el envío de miles y miles de jóvenes, incluso niños, a traspasar por cualquier medio las fronteras marítimas y terrestres en Ceuta y también en Melilla. Una invasión falsamente calificada de pacífica sorprendió a los ceutíes alarmados por las consecuencias de semejante irrupción en la ciudad de una avalancha de inmigrantes marroquíes con el propósito de quedarse en territorio español.

La ausencia de cualquier escrúpulo califica ambas invasiones a países vecinos; Polonia ahora y España antes como formas de guerra donde el contingente humano es tratado de mercancía al servicio de intereses estratégicos y políticos de parte de países claramente antidemocráticos. La desesperación, el miedo y el hambre son espoletas que empujan desde hace años grandes movimientos de personas, un flujo permanente de emigraciones masivas de un continente a otro. No cabe en modo alguno condenar las motivaciones de quienes huyen de sus países de origen en busca de una vida mejor aún a riesgo de sus propias vidas. Pero esto fenómeno presenta serios problemas a los países de acogida, unas veces por las vías de la legalidad y mayoritariamente por las vías de la ilegalidad. Los factores de equilibrio y sostenibilidad de tales flujos migratorios se hacen sentir en las poblaciones europeas en países tan diversos como Alemania, Francia, Austria, Hungría , Polonia, también en España. Un nuevo problema se hace cada vez más presente y es muy de lamentar que el sufrimiento de millones de seres humanos se convierta en herramienta de ciertos regímenes que amenazan en las fronteras de la Europa de las libertades, la tolerancia y el humanitarismo.

La mercancía humana tiene ya un precio, el que pretende Bielorrusia obtener de la UE a cambio de frenar la avalancha en las fronteras. El Derecho Internacional ha de contemplar estos nuevos retos y amenazas que sorprenden a gobiernos y ciudadanos acostumbrados a la relación establecida tras el derrumbe de la URSS y el fracaso del comunismo. Para algunos analistas no es casualidad que sean países que estuvieron bajo gobiernos totalitarios de ideología marxista o la dictadura fundamentalista del Reino Alauita quienes promuevan estas avalanchas en las fronteras de las democracias europeas. Habrá que buscar formas de apaciguar los ánimos por las vías de la negociación y la diplomacia. La primera motivación de la Unión Europea entre los escombros de una Europa devastada fue justamente erradicar la guerra y el uso de la fuerza. Pero desde una perspectiva real ningún país puede permitirse ceder a las amenazas y chantajes de gobernantes sin escrúpulos, sería el triunfo de la fuerza frente al derecho de las naciones.

Todos los indicadores señalan que la disputas por los recursos energéticos, la crisis de abastecimiento que afecta al mundo desarrollado, la irrupción en el panorama apolítico de los totalitarismos de siglo XX y el auge de los nacionalismos, han cambiado radicalmente la capacidad negociadora de países cuyos gobiernos no cuentan con mayorías de apoyo social. Esta situación presenta una clara ventaja para quienes ajenos a las reglas de la democracia pretenden objetivos de desestabilización cuyas consecuencias sociales, económicas y políticas serían la brecha para una nueva configuración del orden mundial.

Mas allá de otras consideraciones, la matriz de la crisis se hace evidente en todos los países desarrollados. El liderazgo de EE UU no responde a este nuevo reto de las democracias europeas. Puede que las guerras convencionales no tengan sentido en la era de la informática y la inteligencia artificial capaces de tecnologías muy avanzadas. En este contexto, surge sin embargo un instinto cavernario con amenazas tribales; la mercancía humana como arma de desestabilización. Europa decide su presente y su futuro en la capacidad de contener las amenazas a sus fronteras, a su integridad territorial y porque no decirlo, también a su razón de ser y de existir.

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