Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Militarmente correcto

Imagino que todo esto es un producto de ese relativismo que tanto gusta a los melifluos para dulcificar fracasos flagrantes y encubrir conductas indecorosas

Militarmente correcto Militarmente correcto

Militarmente correcto

Se alzaba el comandante de aquellos desesperados soldados con la frase de "haz lo correcto porque es lo correcto", extraída de la carta de una madre que, para mantener la cordura de su hijo en medio de la insensatez, emitía tan breve y contundente mensaje. Lo hacía en "Cartas de Iwojima", la película que dirigió Clint Eastwood y que llevó a su protagonista, Ken Watanabe, a decir que nunca volvería a hacer una película de guerra salvo que la dirigiese el estadounidense. La verdad es que la sentencia dice mucho más de lo que expresa. Denota el realismo y la confusión de la situación que vive su destinatario, pero le da una pauta de comportamiento simple para salir victorioso del trance.

Ese sencillo adjetivo convertido en sustantivo, "lo correcto", se convierte en la esencia de la conducta que, a buen seguro, aquella desconocida madre inculcó a su hijo desde pequeño y al que le remite, sin género de duda alguna, porque sabe que la impronta que le dio en su infancia es el soporte de su buen proceder como hombre. Algo parecido se podría pedir hoy en cualquier ámbito profesional: reclamar hacer lo correcto porque es lo correcto. Sin embargo, se plantea la duda de si, a diferencia de lo que se aprende en la familia, lo que se inculca en los primeros años de estudio o de trabajo a modo de infancia escolar o laboral es lo correcto. Hace falta una buena madre. Y en esto de la educación y los oficios, las madres son las familias de un lado y, de otro, las instituciones, corporaciones, empresas, … o como quieran denominarlas, ese conjunto de personas, medios y normas que deben buscar el bien común.

Mientras que, para la persona, madre solamente hay una (¡Cuánto me acuerdo de la mía!), la sociedad parece que optó por distribuir sus amores entre varias. Así, se añade siempre algún adverbio a "lo correcto" para saber de cuál de ellas se habla, a qué corrección se refiere: política, técnica, administrativa, protocolaria, militar, … Da la impresión de que este desparrame en múltiples facetas se produce por el sinsentido de usar una vara de medir diferente para cada comportamiento. Lo que es socialmente malo puede ser bueno políticamente y lo que es funesto económicamente puede ser excelente electoralmente. Como se dice en esta tierra: todo un contradiós.

El afán por adjetivarlo todo, la manera soterrada por la que se establecen categorías, tiene mucho que ver con el ansia por aplicar las técnicas de la economía, con sus tantos por cientos y su literatura dual. Hasta los más simples

objetivos se miden en porcentaje para decir que algo se ganó y que, en verdad, se dejó de alcanzarlos, así como la forma de definir la pérdida con el eufemismo de "crecimiento negativo". Todo para romper con los valores absolutos, esos que te dicen realmente cual es el estado de la cuestión. Imagino que todo esto es un producto de ese relativismo que tanto gusta a los melifluos para dulcificar fracasos flagrantes y encubrir conductas indecorosas.

Acostumbrado a los valores absolutos que se inculcan en la milicia, todo lo "adjetivamente correcto" produce inseguridad y desazón. Inseguridad porque, en esto de la guerra, el resultado se aleja del relativismo, se gana o se pierde. Es pura matemática binaria. Nunca oí hablar de que se ganó un tanto por ciento de una contienda. Y desazón porque los porcentajes se suelen emplear en los conflictos armados para cuantificar las bajas humanas, una manera obtusa de desnaturalizar al caído, olvidar sus nombres y asignarles un número. Ya se hace con los vivos cuando se les llama "efectivos" en lugar de militares, soldados, marineros o infantes de marina, como si fueran moneda de cambio, seres sin almas, autómatas. Reconozco que la celeridad en reaccionar ante un adversario hoy necesita ayudarse de técnicas y tecnologías que faciliten conocer la realidad en la que se vive. La Inteligencia Artificial y los mecanismos de apoyo a la decisión rodean ya a la sociedad y, por ende, a la milicia. Pero los hábitos que se adquieren en la familia, como en la milicia, salen de dentro sin más ni más y, a diferencia de las respuestas automáticas, se tiene plena conciencia de lo que se hace mientras se realizan: la inequívoca voluntad de "hacer siempre lo correcto porque es lo correcto", sin más. Eso hace que las buenas costumbres se tornen en virtudes que nunca necesitan adjetivarse, ni en la familia ni en la milicia.

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