Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Ósmosis profesional

La cosa es que, conforme se sube por la pronunciada pendiente del escalafón, aumenta el conocimiento y la experiencia del militar, pero se reduce el número de destinos donde poder aplicarlos

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Ósmosis profesional

Una de las bondades de la profesión militar es que aúna conocimiento y práctica en la persona que asume el compromiso de servir en las Fuerzas Armadas. Es, en el decir popular, un "mix" entre carrera y oficio que equilibra preparación intelectual con desarrollo práctico, una mezcla realimentada continuamente para mantener en "el estado del arte" de capitán a paje. Hay carreras que guardan también ese equilibrio, las relacionadas con la Salud, la Seguridad Ciudadana y pocas más, una escasez provocada, por arte del boletín oficial del estado, al convertir hace tiempo una buena formación profesional en una mediocre enseñanza universitaria.

Viene al caso la cuestión por el tratamiento que la opinión pública y el debate interno militar dan a la decisión de un infante de marina, condecorado por su valor, de reorientar su vida y dirigir el departamento en una multinacional. Ni es el primero ni, gracias a Dios, será el último que tome esta opción personal. Y me explicaré. En una sociedad economicista donde prima el dinero parece que hay empresas que tratan de inyectar valores como liderazgo, el espíritu de servicio, capacidad de sacrificio, trabajo en equipo, … Nada de esto se improvisa ni se adquiere por ciencia infusa, necesita un ejercicio continuado que torna la costumbre en valores y, con el tiempo, el hábito en virtudes.En instituciones jerarquizas como las Fuerzas Armadas, la pirámide de personal es una imposición orgánica. En cada ejército tiene una configuración particular. La necesidad de almirantes o generales puede ser pareja en todos, pero la de oficiales y suboficiales es manifiestamente diferente y la de profesionales de marinería y tropa es absolutamente dispar. Sirva como ejemplo que, para mandar un barco, un teniente de navío necesita apenas dos oficiales, media docena de suboficiales y una veintena de profesionales de marinería, mientras que un capitán de compañía requiere de más de ciento cincuenta infantes: oficiales, suboficiales y profesionales de tropa; para cumplir con sus tareas.

La cosa es que, conforme se sube por la pronunciada pendiente del escalafón, aumenta el conocimiento y la experiencia del militar, pero se reduce el número de destinos donde poder aplicarlos. Esta circunstancia plantea disyuntivas personales. Como diría hace muchos años un almirante bien versado en personal: la Armada tiene más comandantes de buques que barcos y másjefes de batallón que unidades de Infantería de Marina. Y, visto desde esta perspectiva, qué mejor que buscar destinos "virtuales" en la sociedad, a la que ya se sirve, para ubicar esa capacidad de liderazgo, conocimiento y experiencia demostrados en la milicia durante años de entrega, sacrificio y muchas cosas más. En sociedades desarrolladas, en desarrollo expansivo o en periodos de colapso social y postrimerías de crisis o emergencias, se produce el trasiego desde las Fuerzas Armadas hacia la sociedad civil con normalidad. El mismo que se da, a la inversa, con el reclutamiento para afrontar una guerra. El fenómeno es universal. Se dio en vencedores y en vencidos después de la Segunda Guerra Mundial, por una razón en Estados Unidos y por la contraria en Alemania y Japón. En España también, pero a lo largo del tiempo. Muchas ingenierías nacieron en los ejércitos para hacerse hueco en la sociedad civil después. Algunas conservan el uniforme como reminiscencia de su origen militar. Y si se habla de personas, hay que recordar la contribución que oficiales, suboficiales y marineros, formados en escuelas técnicas de la Armada, hicieron a la industria nacional en los años sesenta o el indiscutible aporte que pilotos y mecánicos dieron a la expansión de las líneas aéreas de bandera nacional en los noventa. Y sin olvidar el conocimiento y experiencia que doctos militares trasladaron al mundo académico. Pensar en una sociedad cohesionada es dejar atrás estereotipos que lastran el desarrollo humano con una división en clases impuesta por ideologías políticas trasnochadas, barreras formales que restringen el acceso de militares a la administración pública o atavismos que hacen creer que la salida de las fuerzas armadas de un infante de marina condecorado es una pérdida irreparable para la milicia cuando supone un beneficio general para la sociedad. Y nada de esto tiene que ver con las "puertas giratorias" porque este paso suele ser un muy personal "río sin retorno".

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