Tribuna

José Mª Martínez de Haro

Escritor y periodista

EL PENDULO DE LA MEMORIA

Es difícil imaginar que pensaban los impulsores de esta reciente Ley De Memoria Democrática. Tal vez la total sumisión de una parte de la sociedad actual a la interpretación de los hechos de parte de los nietos del bando perdedor que aquella contienda. Pero ante todo ¿quienes son los perdedores? No serían los que personalmente se enfrentaron a muerte en las líneas del frente en 1.936. Aquellos en su inmensa mayoría encontraron el bálsamo de la piedad, el perdón y la paz que pedía desengañado y angustiado el Presidente de la República Manuel Azaña en 1.938. La Historia abunda en relatos y hechos que debieran avergonzar a todos. Por orden cronológico de intervención, la aclamada II República se estrenó entre los vítores sinceros de la Puerta del Sol y el humo de las iglesias y conventos que ardían ennegreciendo el cielo de pueblos y ciudades. No fue pacifica la llegada de esta ansiada República. Tras el 14 de abril de 1.931 comenzaron los asaltos, detenciones y amenazas de parte de milicias armadas y enardecidas cuyas consignas sindicales y políticas no eran precisamente el orden y la pacífica convivencia. La dimisión inmediata del Ministro Miguel Maura y los desengaños de intelectuales republicanos; Ortega, Marañón, Pérez de Ayala, etc contrastan con la frase que señala estos hechos que pronuncia Manuel Azaña, "todos los templos de España no valen la vida de un republicano". La desazón y el miedo cundió en la población católica que era sin duda mayoritaria en la España de 1.931. Y la idea de república/caos se extendió de uno a otro extremo entre puertas y ventanas cerradas. El miedo entró en el ánimo de una parte muy amplia de la sociedad tildada de "no republicana". Cierto que hubo medidas de contención a la barbarie, pero el gobierno republicano no logró sujetar las pasiones desatadas menos aún imponer la prevalencia de la Ley y la Constitución republicana de 1.931 al implantar la Ley de Defensa de República que de facto dejaba en suspenso la Constitución recién aprobada en las Cortes.

Y pasaron años hasta las elecciones de febrero de 1.936. Muy pronto comenzaron otra vez los síntomas de anarquía y desorden. Las llamadas derechas no aceptaron de buen grado el gobierno del Frente Popular y comenzaron a socavarlo con diversos medios hasta el levantamiento fracasado del General Sanjurjo. Asimismo grupos de ideología fascista enardecidos por discursos de evidente radicalidad salieron a las calles a disputar la hasta entonces hegemonía de anarcosindicalistas, comunistas y otras organizaciones extremistas de izquierdas monopolistas del terror. Los dos bloques se iban alienando entorno a la violencia y se declararon irreconciliables. La mayoría de aquella sociedad atrasada percibía el peligro de unas políticas fracasadas y lo interiorizaba según sus ideologías, sus tradiciones y culturas donde el factor religioso estaba muy presente.

Sería excesivo para este artículo la descripción de horrores, de uno y otro bando. Los asesinatos, las detenciones y las restricciones de libertades quedaron de manifiesto. Media España quería imponerse a la otra media. Y para desgracia de todos la guerra y sus atrocidades de retaguardia dejaban huellas de barbarie y fueron noticia en los más importantes periódicos del mundo. En ambos bandos una minoría muy sectaria e ideologizada combatió por una causa que identificaba como suya, la gran mayoría combatió ajena a cualquier bandera obligada por el solo hecho de ser llamada a filas en uno u otro ejército. Nadie, ningún partido político fue ajeno a aquella tragedia. Pero hubo amplias zonas de España donde jamás hubo un escenario de guerra. Y también lugares donde habiendo guerra los asesinatos en la retaguardia eran seña de identidad republicana a manos de los llamados Comités de Defensa de la República. Con cifras asimétricas de igual modo se actuó en el bando nacional. No se trata aquí de enunciar las motivaciones tan viles como alejadas de cualquier concepto humano que llevaron a cometer estas atrocidades. Pero es lo cierto que se cometieron. Y que sus autores camparon durante los primeros meses de la guerra por pueblos y ciudades con total impunidad y así continuaron hasta el final de la guerra. Nadie les juzgó, ni les censuró, habían practicado la "justicia del pueblo" y en su nombre el asesinato sin previo juicio estuvo en el orden del día.

Llegó la victoria y los vencedores entraron en pueblos y ciudades donde ocurrieron estos hechos. Los que habían sido perseguidos por los milicianos "justicieros" le llamaron el "día de la liberación". Pronto comenzaron las reacciones ante los delitos de sangre y el garrote vil, los fusilamientos y otras formas de ejecución volvieron a teñir de sangre este desolado país. A propósito de estos hechos, tuve ocasión de entrevistar cuando fui director de un periódico diario en Almería al hijo de un campesino asesinado por el Comité local " porque guardaba una pequeña imagen de la Virgen del Cerro" arrojándolo a un pozo cerca de Tabernas (Almeria). El hijo me confesó que cuando uno de aquellos milicianos fue juzgado y fusilado, " le entró una rabia enorme porque pensaba "ir a por él", sabia donde se escondía". La victoria no fue acompañada de la paz y el nuevo régimen ejecutó en sus primeros años como"castigo" por los crímenes cometidos por el otro bando. Estos hechos están recogidos en los libros de historia como están recogidos los que corresponden a la República.

Y en 1.976 aquello acabó. Los protagonistas vivos de la España guerra civilista entendieron que había llegado el momento de la verdadera paz. Y firmaron su reconciliación con la Ley de Amnistía de 1.977, Ley de Partidos Políticos y con la Constitución de 1.978. Ya no habría dos bandos sino una España plural y tolerante que se abría a un futuro posible de convivencia pacífica. Hasta la llamada Ley de Memoria Histórica y la reciente Ley de Memoria Democrática. Las reparaciones a las víctimas del régimen franquista ha sido una permanente sensibilidad de sucesivos gobiernos de la transición desde 1.977 facilitando y dotando medios para las exhumaciones. Nadie podría oponerse a que se identifiquen los cadáveres de tantas víctimas del franquismo y tengan digna sepultura. Pero esta nueva Ley abre la espita del rencor que volverá a dividir la España irreconciliable. Ahora cuando ya apenas quedan quienes conocieron aquel horror hijos y nietos alzan las banderas donde alienarse en esta contienda que comienza en el BOE y nadie sabe donde acaba.

Por todo lo anterior no habría de sorprender que si las izquierdas levantaron estatuas y eliminaron del callejero a políticos que ni siquiera conocieron la guerra civil como José Calvo Sotelo líder de la oposición asesinado el 13 de julio de 1.936 por miembros de la guardia personal del Ministro Indalecio Prieto, ahora las derechas retiren las estatuas de Largo Caballero e Indalecio Prieto, protagonistas y también responsables de aquella tragedia. El péndulo de la memoria se mueve siempre hacia ambos extremos.

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