Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad

Pedro Sánchez se fuma un cigarro

Un cigarrillo es dar una calada a la sinestesia de un verso libre, que leemos en la compañía de un brandy, que conservamos en el estuche del viejo mueble

Pedro Sánchez se fuma un cigarro Pedro Sánchez se fuma un cigarro

Pedro Sánchez se fuma un cigarro

Un cigarrillo tiene algo de misterio, de enigma, de filosofía, de reflexión, de calma, de serenidad, de digresión, de silogismo, de poema, en esa hora en la que no sabemos si es noche o madrugada, memoria o recuerdo. Un cigarrillo es también una canción rebelde, un canto al tiempo que pasa y queda, como la mirada de una mujer a la que amamos en la verdad de un amor, recitado en una rima de Bécquer; allí, la nostalgia, antes que el olvido. Un cigarrillo es un mundo aparte, una inspiración fugaz que deletrea los tonos de la música de Mozart, allá donde la emoción es una pintura anónima, la cual se hace íntimo silencio en la proximidad de los segundos que no tienen prisa por oír las onomatopeyas del tictac. Un cigarrillo es un diálogo con uno mismo en la soledad de los instantes, que son nuestros y que no queremos que nos los robe nadie. Un cigarrillo es dar una calada a la sinestesia de un verso libre, que leemos en la compañía de un brandy, que conservamos en el estuche del viejo mueble. Un cigarrillo es una metáfora brechtiana, la cual seguimos caligrafiando con la métrica que tanto queremos.

Pedro Sánchez, después de hacer deporte en los campos de la Moncloa, una mañana cualquiera, antes del veintiocho de abril, es posible, que imitando a Humphrey Bogart y a Paul Belmondo, a John Wayne y a Gary Cooper, a Kirt Douglas y a Dean Martin, se siente en la puerta del palacio, para ver pasar el cadáver de los diputados susanistas y, tal vez, para contemplar, con sonrisa quevediana, cómo sube en las encuestas Vox y de qué manera se fragmenta el voto de la derecha, al ver a Casado acudir al centro de Rivera y a la derecha de la derecha de Abascal, don Santi; fotografía con Morante de la Puebla, en la plaza de toros de Valencia. incluida. No sabemos si el Manual de resistencia de Sánchez esconde el humo de un cigarrillo bogartiano en la lectura de algún párrafo entre líneas ideado por Irene Lozano, la Divina; secretaría de Estado, quien fue compañera de Rosa Díez en UPyD. Pero lo que sí está claro es que, sentado y con un cigarrillo al estilo de los de Hollywood, se ve pasar mejor el cadáver del enemigo y se adivina el futuro que se oculta en un manuscrito. Pedro I el Resucitado, que, de un tiempo a esta parte, comienza a llamarse Pedro I el Trapecista, ha jugado partidas de póker al borde del abismo, mas, cuando el reloj cooperiano de Solo ante el peligro se proyectaba en la pantalla del móvil, saltaba antes de que el suspense hictkokiano se hiciera presente en el clímax de sí mismo. Los presupuestos fueron ese amortiguador que dejó la partida como al principio y ello, unido al tridente de la derecha, puede ser motivo de que el señor Sánchez y sus sanchistas descorchen una botella de cava en la misma noche electoral. Mas todo puede suceder en unas elecciones, apretadas y con las encuestas sin marcar distancias claras.

El voto de cada cual es un secreto que solo las urnas pueden desvelar. Ese es sol de la democracia y el signo inequívoco de la libertad. Sánchez, Casado, Rivera e Iglesias se miran de reojo y se apiñan con sus asesores y personas de confianza para navegar mar adentro de la campaña electoral. Saben que el cholo Simeone naufragó en Turín y que los goles de Ronaldo no perdonan. El fútbol y la política, metáforas aparte, tienen muchos puntos en común. Cualquier despiste táctico puede tirar por la borda las expectativas creadas. Por ello, los estrategas cuidan al detalle cualquier declaración del jefe. El poder es una fruta muy apetitosa, que, en primavera, favorece la primera impresión. Los días pasan con la brújula puesta en la fecha señalada. Las horas corren. Una frase mal expresada puede ser la oportunidad del otro. Por ello, el márquetin prefiere la concisión y la brevedad. O, tal vez, un cigarrillo, sin marca, al aire libre, donde no resbalen ni el disimulo ni la apariencia, que nunca engaña.

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