Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Quo vadis, Albert?

¿Puede ser el no es no a Sánchez ese tren al que no ha querido subirse el novio de la guapa Malú? «El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra un final perfecto»

Quo vadis, Albert? Quo vadis, Albert?

Quo vadis, Albert?

Este articulista, como si hubiera estado inspirado, en la huella de los instantes, por Larra, Camba y Umbral, con la prosa de oro y diamante de Raúl del Pozo y la métrica universal del gran Berlanga, don Alfonso, llegó a considerar a Albert Rivera como el nuevo Kennedy y el John Fitzgerald del siglo XXI. Ciudadanos fue el partido político que más ilusión despertó en una democracia, conseguida con sangre, sudor y lágrimas, después de casi cuarenta años del oscuro y tétrico régimen de la dictadura estrafalaria y cuartelera del general Franco. Albert se mostraba en el parlamento y en la calle como un joven líder, que hablaba con rima y verso libre, de una España solidaria, distante de la derecha conservadora y del nacionalismo: una ideología liberal, que tanto recordaba al llorado Joaquín Garrigues Walker. Rivera, entre Suárez, Kennedy y Garrigues, era una esperanza, una ilusión, una metáfora de feliz hallazgo en la vida política española de este siglo de tanto ruido sin nueces, de tanta agua corrompida y turbia, donde el nacionalismo insaciable coge con avidez todas las cartas de la baraja que le dan. Ciudadanos, con el aval de un grupo de intelectuales, salía del anonimato para extender sus hermosas siglas y su programa por la nación; la cual comenzaba a dar muestras de cansancio del bipartidismo. Rivera sabía que ser un partido de centro, aprendida la lección de la desaparecida UCD y del propio CDS de Adolfo Suárez, era una novela por entregas, donde había que pulir como un escritor metódico pule su obra, antes de llegar a la imprenta luminosa de Ibarra. El presidente de Ciudadanos dominaba el escenario, su oratoria resultaba fluida, mostraba el estilo de los parlamentarios más brillantes y su discurso calaba como el agua de un venero, al que todavía no había llegado la contaminación. «Nuestros problemas son hechos por el hombre; por lo tanto, pueden ser resueltos por el hombre. Ningún problema del destino humano está más allá de los seres humanos», pensaba Albert como Kennedy, el inspirador de estas sublimes palabras, que muestran la elegancia de una estilística perfilada en el texto de un nuevo concepto de una política, ajena al triunfo de analfabetos y mediocres; de paniaguados y vividores; de trajes y corbatas; de figurines y muñecos de escaparate, los cuales no saben si hay que poner punto o coma; hablar o callar, presos del asesor; ese personaje, con cargo al presupuesto, con el IRPF de trabajadores y pensionistas, de parados y contratados a tiempo parcial, con unos sueldos, que darían risa a Tip y Coll.

El tiempo ha pasado y aquella bocanada de aire fresco, tras abrir las ventanas, no es ni la poesía que parecía ser, ni la prosa que, alguna vez, soñamos en la tribuna de oradores, después de Alcalá-Zamora y Azaña. Llegó el momento de los pactos y ahí comenzaron a vislumbrarse los problemas internos que tal decisión crearía: aquí, PSOE; allí, PP. Hoy, un voto; mañana, otro. La duda cartesiana, el silogismo kantiano, la reflexión orteguiana. Ser Kennedy u Obama. Ser Garrigues o Suárez. Ser Rivera o nada. Arrimarse a un árbol o a otro. Luchar contra Casado u oponerse a Sánchez. Ser susanista, pero ser antisanchista. Jugar a las cartas con Casado, pero permitiendo que Santi Abascal las vea, para que, al final, sea Vox quien decida si le gusta la escalera o no. Rivera ya ha mostrado su talón de Aquiles y los vicios de la vieja política (¿quién lo iba a decir?) han llegado a su círculo de incondicionales y prosélitos; adeptos y devotos; fieles y leales. Es decir, «dos por el precio de uno», como dijo Felipe González; el paso previo para arrastrar a Alfonso Guerra al panteón del olvido.

El tren pasa una vez. ¿Puede ser el no es no a Sánchez ese tren al que no ha querido subirse el novio de la guapa Malú? «El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra un final perfecto», caligrafió Charles Chaplin. Conoceremos si Rivera se ha equivocado o ha acertado. Y, muy pronto, si hay nuevas elecciones. La nación española necesita saber a dónde va Albert. Javier Nart y Francisco de la Torre ya han abandonado Ciudadanos. Y Arcadi Espada sigue siendo columnista del diario El Mundo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios