Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Santa María, nuestra señora

Hay que reconocer que el camino más corto y más eficaz para hacer llegar al Patrón una petición es que se la haga Su Madre

Santa María, nuestra señora Santa María, nuestra señora

Santa María, nuestra señora

Cuando navegaba en un barco de poco más de cuatrocientas toneladas, la meteorología marcaba mucho la vida a bordo. Lo entendía tan bien el jefe de máquinas del barco que tenía en la cabecera de su litera una tablilla de madera grabada donde se podía leer: "Señor, ¡la mar es tan grande y mi barco tan pequeño!". Era el preámbulo de una súplica para pedir árnica al Altísimo cuando había mal tiempo.

Y, como los refranes marineros se cumplen con rigor, se acuñó hace tiempo una estrofa que sirve para dar fe de la conversión que sufren los incrédulos cuando el viento sopla sin mesura, las olas se pasean por encima de la cubierta y los rociones salpican el puente hasta dejarte sin ver: "El que no sepa rezar y vaya por esos mares, / verá que pronto lo aprende sin que se lo enseñe nadie". Mucho tienen ver franciscanos, dominicos, carmelitas y diocesanos a la hora de convertir ese impulso natural en devociones marianas cuando ejercían las capellanías para los marineros en los buques y los soldados en las expediciones de ultramar.

Hay que reconocer que el camino más corto y más eficaz para hacer llegar al Patrón una petición es que se la haga Su Madre. Es probable que la devoción de la gente sencilla de la mar naciera así con la impronta infantil de acordarse de la madre cuando las penas acogotan. Sea como fuere, el fervor por la Virgen María se arraigó en la cultura popular de los marineros desde hace siglos, cinco al menos. Así consta en muchos archivos parroquiales y en los anales de la Armada. Fue, tras la batalla de Lepanto en 1571, cuando se decidió que "La Galeona", la imagen de Nuestra Señora del Rosario que acompañó a Don Juan de Austria y se custodia hoy en la Iglesia de Santo Domingo en la Cuesta de las Calesas de Cádiz, embarcase cada vez que los galeones salieran a la mar. Y así es en la actualidad cuando el buque escuela de la Armada "Juan Sebastián de Elcano" se hace la mar para hacer el crucero de instrucción de los guadiamarinas.

Todos los navegantes tenemos el mismo factor común: las mares y los océanos, así que nada hay que señalar cuando se da a Nuestra Señora el sobrenombre de "Virgen del Mar" para convertirse en salvaguarda para marinos y marineros en muchos lugares de la costa, pero sobre todo en Almería. Ni que decir tiene que, lo poco o mucho que pueda contar sobre la devoción mariana

en esta ciudad, será como un grano de arena en la playa. Poco o nada puedo añadir a este sentir popular almeriense salvo la coincidencia de encontrar en el mismo templo donde se aloja la Virgen del Mar, el Convento de Santo Domingo, una imagen de la Virgen del Rosario, otra virgen marinera.

Por usar una palabra de Santa Teresa, esta devota costumbre, convertida en tradición con el paso de los años, en nada turba el patronato que Nuestra Señora del Monte Carmelo ejerce en la Armada, la Marina Mercante, de Pesca y Deportiva. Una devoción que, por aquello de oficializar con papeles lo que es compromiso secular, se convirtió en orden ministerial el 19 de abril de 1901 dictada por Cristóbal Colón, Ministro de Marina en tiempos de la Reina Regente Doña María Cristina de Habsburgo. Así, el fervor carmelita nacido en el Siglo XVIII en la Isla del León, hoy San Fernando en Cádiz, sirvió para crear en su entorno hermandades y cofradías marineras que cada 16 de julio sacan a Nuestra Señora a la mar en muchas localidades, abrigo de pescadores y navegantes, que la adoptaron como Patrona.

Por más que este año coincida su celebración con un acto impuesto administrativamente, cuyo protocolo se desconoce y cuya finalidad está en entredicho, queda claro que la gente de la mar honrará una vez más a la Virgen del Carmen, rogará su protección para la familia marinera y buscará amparo bajo su manto cuando la mar venga mal dada. Pero esta vez tengo el convencimiento que también lo hará por las familias de quienes fallecieron durante estos últimos meses en el penoso encierro que impuso el estado de alarma. Porque, si Nuestra Señora prometió sacar del purgatorio a sus devotos para llevarlos al cielo, ¿cómo no lo hará, con quienes pagaron con creces durante el confinamiento, esa otra forma de expiación terrenal, por faltas que nunca cometieron?

Y, como las cosas tienen su orden, ya sólo queda pedir a la Estrella de los Mares que nos ampare ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

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