Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Sara Montiel, el beso de Hollywood

Elegante, rebelde, con causa o sin ella, seductora, apasionada, existencialista, universal: heroína y diosa; mito y leyenda; la libertad, como poema de la vida

Sara Montiel, el beso de Hollywood Sara Montiel, el beso de Hollywood

Sara Montiel, el beso de Hollywood

Elegante, rebelde, con causa o sin ella, seductora, apasionada, existencialista, universal: heroína y diosa; mito y leyenda; la libertad, como poema de la vida: una sonrisa, sus ojos, la belleza, la semiótica: Campo de Criptana, una saeta, México, el beso de Hollywood, el mundo, la permanente búsqueda de lo imposible; una entrevista que emerge en el recuerdo. La relación con Gary Cooper, Burt Lancaster, James Dean o Marlon Brando. Los puros de Ernest Hemingway. Anthony Mann, su primer marido, los versos de León Felipe, las noches de amor con Miguel Mihura. El idilio con Severo Ochoa, en Nueva York: verdad o mentira. Una hermosura distinta: de cine; de lienzo; de partitura; de nostalgia; de balada; de pasión ya soñada, antes de que fuera un sueño; de una voz, la cual se oye todavía en las calles laberínticas del universo; de un silencio, que es mitología de un pasado que vuelve a todos nosotros: admiradores, que no sabemos que las horas de sus películas son minutos y segundos proustianos que los instantes convierten en memoria; en anónimas rimas de una escena que ya ha sido: disgregado el atardecer. Nadie le hizo sombra, porque llevaba el arte en el corazón y en los labios; en las piernas y en la mirada: en su cuerpo de escultura griega y pintura rubensiana; en su fuego de ola y llama; en sus manos de clavel y rosal; en sus bustos de métrica y suspiro: cuando las onomatopeyas hablan, sin poder hacerlo, y las interjecciones se pierden en los misterios, los cuales no desvelamos, porque no encontramos las palabras para expresarlos. Sara Montiel no es Penélope Cruz, ni una diva del séptimo arte. No puede serlo, puesto que es lo que ninguna actriz: la existencia misma: aquella que ni siquiera pudo definir Kant, ya que era inefable. Solo Gary Cooper y Marlon Brando fueron capaces de atisbar; de vislumbrar; de avizorar; mas nunca de vaticinar o de adivinar. Sara Montiel es, de este modo, sol enamorado que imprime las fotografías del alba cuando la luna silencia la historia de una noche que solo puede ser madrugada en el sigilo de aquel reloj que se proyecta en los amaneceres como la música que surge de un violín o de un piano; de una sinfonía o de una ópera; de un verso o de un hexámetro, que eternizan y encienden lo que el viento apagó, mientras supimos lo que era el ditirambo, que, a cada instante, recordamos.

Cuatro veces se casó la mujer que se sintió siempre renacentista y romántica; idealista y utópica; surrealista y vanguardista. Nunca hubiera llegado a ser cine de Instagran o Twitter, ni arquetipo de mensajes, que se estrellan contra sus erratas ágrafas, antes de llegar a las orillas fugitivas de su destino. Era conocida como la Marilyn de México, país que la hizo suya por la desnudez estética de una estrella, que, a pesar de su estilismo infinito, era también barroca y picassiana, supuesto que remarcaba el art nouveau con la ficción cervantina de lo inolvidable; de lo que es un thriller que lleva el nombre de una metáfora indefinible en su misma genealogía; puesto que la literatura y el cine, aun intentándolo, no son la misma página, sino, más bien, la antítesis de una tesis distinta. ¿Quién se parece a la sarísima Montiel en este siglo de versos quemados en la lluvia de otoño por la nicotina que arde en las sinalefas que no supimos rescatar? Solo la doctora de la uve mayúscula, con la misma sintaxis de la miel, que deletrea las sílabas más allá de sus sonidos, entre Rita Hayworth y Katherine Hepburn; entre Victoria Abril y Victoria Vera. ¿Se acuerdan ustedes de ¿Por qué corres Ulises? ¿Tienen que ver una, otra y otra Victoria con la protagonista de Veracruz? La musa de Gary Cooper, la musa de la primavera, la musa de la Transición y la musa del mar que teje sus olas coinciden en que una cuestión es Eros y otra el destape: cutre y vulgar. Una y otras son homéricas, garcilasianas; literarias: sonetos de amor quevediano, en la filología de Blecua; condesas de Gelves, en los endecasílabos de Herrera; teatro shakespeareano en la filmografía, la cual resplandece en la sinopsis que sabe que la mujer es una leyenda de Bécquer. antes que una rima; los versos de Salinas, antes que el pincel de Sandro Botticelli. Sara Montiel: la eternidad lleva su nombre. Victoria: las albas son ruiseñores. Sin ir de shopping y sin entrar en Paparazzi Moda.

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