Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Teléfono rojo

El poder de los modernos "teléfonos rojos" está en la capacidad de participar en las conversaciones de los grandes líderes de la política, de la economía, de la milicia...

Teléfono rojo Teléfono rojo

Teléfono rojo

El Teléfono Rojo que permitía hablar al Presidente de los Estados Unidos de América con su homólogo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas parece que nunca fue de ese color y, más aún, que tardó tiempo en ser un artefacto para la comunicación hablada. El color se atribuye a una invención periodística y, en los primeros tiempos, se dice que el enlace se hacía por escrito, con un teletipo. Imagino que la película de Stanley Kubrick, "Teléfono rojo, volamos hacia Moscú" tendría mucho que ver en el mito del color y del artilugio de conexión.

La invención de una comunicación directa entre los líderes de potencias enfrentadas en la Guerra Fría se atribuye a la Administración Kennedy tras la Crisis de los Misiles de Cuba en 1963. La iniciativa se podría asignar, con toda probabilidad, al Secretario de Defensa Robert MacNamara, el mismo que estableció los principios de la Gestión de Crisis, un método de resolución de conflictos que, en la pugna por el poder, se sitúa entre la realidad de la guerra y la utopía de la paz.

Y es que, para superar el trago, entre las enseñanzas de aquellos días de la crisis cubana, figuraban dos necesidades: mantener abierta la comunicación con el adversario y proporcionar siempre una salida honrosa para ambos. Algo así como convertir una batalla con vencedores y vencidos en una partida "en tablas", como en ajedrez, para salir ambos bien parados. Nada tan importante entonces como evitar malentendidos en la comunicación, así que lo eficaz era poner las cosas por escrito para impedir que las palabras se pudieran malinterpretar por el tono con que se pronunciaban.

Se dice que el primer mensaje que circuló por aquel "nunca teléfono rojo" fue una frase que los operadores americanos de teletipo utilizaban para comprobar su buen funcionamiento: "the quick brown fox jumps over the lazy dog. 1234567890" (el rápido zorro marrón salta sobre el perro holgazán. 1234567890), una sentencia sin sentido político, pero que contiene, en su versión inglesa, todas las letras y guarismos latinos. Seguro que la cosa sorprendería a la inteligencia soviética que, a todas luces vistas, trataría de descifrar la clave de tan criptica frase.

La cuestión es que, fuera lo que fuera aquel invento y el color de sus terminales, el "teléfono rojo" sirvió para facilitar el entendimiento entre las dos superpotencias primero y, tal vez después, simplemente para intercambiar informaciones de interés común. En todo caso, ya fuese instrumento de distensión o mero elemento de cortesía diplomática, aquel artefacto sirvió para que capitalismo y comunismo se enfrentasen verbalmente y se entendieran antes de llegar a las manos. Bueno, de apretar botones nucleares.

Los inventos evolucionan y se refinan con la técnica y, a buen seguro, los 50 baudios con que se movía el cabezal del teletipo en los años sesenta se sustituyó por otras versiones más rápidas y actuales. El "teléfono rojo", como otras cosas, pasó de ser un instrumento al servicio de una invención, a ser una idea desarrollada por distintas tecnologías. Hoy existen infinidad de "teléfonos rojos" que conectan a líderes de todo el mundo, amigos, aliados o adversarios, ya sea en política, economía y milicia. Todos sirven para reforzar lazos o discrepar, en el fondo para estar en el mundo.

El poder de los modernos "teléfonos rojos" está en la capacidad de participar en las conversaciones de los grandes líderes de la política, de la economía, de la milicia o de cualquier otro ámbito. Hoy se antoja innecesario citar su color o su forma, porque hay mil maneras de establecer comunicación directa y exclusiva para aportar ideas y resolver crisis. Así que lo importante hoy, más que el aparato, es estar en el listín telefónico de los líderes del mundo. Para ello, me da que hay que cumplir dos condiciones: credibilidad y fiabilidad.

Fue Henry Kissinger quien irónicamente manifestó que, mientras conocía el número que debía marcar para hablar con presidentes de gobierno, le resultaba difícil contactar con Europa porque desconocía los dígitos que debía pulsar. Una manera de señalar, con diplomacia, la importancia de unos y la nimiedad de otros. Me pregunto si algo parecido pasa ahora con España. De tantos cambios e increíbles numeritos por nuestra parte, ya nadie tiene nuestro de teléfono, ni tan siquiera nuestros vecinos del sur. Un problema cuando se quieren solventar crisis, aunque sean sólo locales.

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