Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Trump es un emoyi para twitter

Abraham Lincoln y Eisenhower: la historia en letra gótica. Nadie duda de que el magnate no es más que una pesadilla que ellos nunca tendrán

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Trump es un emoyi para twitter

Trump, antes que republicano, es el ego de un populista, el cual está a unas cuantas millas más allá de la derecha: en el diván del psicoanalista: Freud y Jung, sin poder interpretar los sueños de un actor, que parece un esperpento, cuando cada palabra la transforma en una amenaza: la ley del más fuerte: Burt Lancaster ha resucitado y Gary Cooper está en los cielos. El trumpismo es una ruleta, entre guitarra eléctrica y batería, que grita contra todo lo cual no sea el perfil de un mensaje que, en lugar de a la política, se asemeja a un código estrafalario del cual corren los sintagmas cada vez que los pronuncia entre violines y altavoces rotos: el silencio convertido en trompeta: Louis Armstrong y Oher Baker sufriendo en el recuerdo la afrenta de tal insulto. El trumpismo es el día al revés, de manera que el reloj climático en Metronome, tan cerca de la calle Union Square de Manhattan, no sabe si el mundo empieza, acaba o se eterniza. El libro de bolsillo de míster Trump es un año, donde los meses se cuentan como las horas solitarias en las que las olas del Atlántico rugen, las aliteraciones chocan unas contra otras y las onomatopeyas mueren en las ucis de los espantos. Debemos entenderlo así en la mitología del subconsciente de las mayúsculas que se hacen testigos de una autoridad convertida en autoritarismo, sin que las letras comprendan cómo los votos a favor en 2016, y ahora, fueron tantos para un personaje entre el absurdo y la telenovela. El trumpismo, si no fuese por la polarización, el sectarismo y el revanchismo que ha creado, sería un chiste que comenzamos a leer en la penúltima página de un carnaval, donde el avechucho sale huyendo de sí mismo al ver la caricatura del personaje: el vídeo en el cual Jim Carrey tose en la cara de Trump, mientras pronuncia un discurso. No era burla, sino una sátira menipea, tal la hubiera inspirado Marco Terencio Varrón, entre la prosa y el verso, contra Donald, el jinete pálido, sin que haya motivo alguno para confundirlo con Clint Eastwood: como si la ideología fuere un wéstern, sin música y sin reparto: el sombrero, agujereado, y el cigarrillo, como en una película de Sergio Leone.

El trumpismo es un magnate que la virtualidad de un reality show, la propaganda, los dólares, el miedo y el racismo llevaron a la Casa Blanca el 8 de noviembre de 2016, cuando la memoria se olvidó de la virtud y el voto de la democracia parecía surgido de un showman de simulcast, el cual mira las urnas como si todo hubiera sucedido en la arrebatada estrofa de un café cargado de insomnio. El trumpismo consiste en proclamar la victoria antes de que termine el recuento, tal fuera un travesti de Nicolás Maduro, Hugo Chávez o los ayatolás de Irán, mientras las luces se apagan y el alba es una sombra que va borrando la esperanza, que versificó Salvador Allende. El trumpismo es un engaño que los manuscritos de la Metamorfosis de Kafka revelan mientras la realidad muere asfixiada por la mentira surrealista, en la cual habita el olvido de quiénes somos y adónde vamos en la soledad de un yintónic. El trumpismo constituye una quimera laberíntica con la espada que amenaza con romper las urnas si el adversario puede ganar de forma legítima. El trumpismo se asemeja, sin tener la gracia ni el humor de Eugenio, a aquel chiste que enmarcó el ingenio de quien era un filósofo de la existencia: Un señor de 80 años va al médico y le dice: «Mire, doctor, yo hago el amor ocho veces al día. ¿Esto es bueno, o malo?» Y el galeno le responde: «Eso no es bueno, ni malo. ¡Eso es mentira!». El trumpismo (¡vaya con el neologismo!) es un cuento bananero que ni Forges, ni Mingote, ni Martinmorales, ni Gallego y Rey, ni el Roto pueden dibujar, puesto que el plumín se asusta antes de trazar la primera línea de la viñeta y sale despavorido. El trumpismo es la carabina de Ambrosio, pero con pólvora en los cañones, en lugar de cañamones, que enseña los dientes y muerde, tal fuere un pitbull, un dóberman o un rottweiler, sin adiestrar. Trump, el inspirador del neologismo, es la figura al revés de un emoyi para Twitter: un emoticono con tupé, de color anaranjado y late show, entre la calva y el cogote; un enemigo de Wonder Womann, el capitán Trueno, el Jabato, el corsario de Hierro: una chacota, para contener la risa, si no fuese porque es una paradoja de la primera potencia mundial. Abraham Lincoln y Dwight Eisenhower: la historia en letra gótica. Nadie duda de que el magnate no es más que una pesadilla que ellos nunca tendrán.

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