Tribuna

José María Martínez de Haro

Escritor y periodista

UTOPIAS

UTOPIAS UTOPIAS

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De haber podido ser algo, hubiera sido un romántico soñador en aquellos años del siglo XIX cuando alumbraba un nuevo mundo. De haber podido ser algo tal vez hubiera sido un liberal optimista que entendiera las relaciones sociales y políticas alejado de dogmatismos y asombrado de la nueva era industrial y las comodidades de una vida más confortable. De haber podido ser algo, me hubiera atraído el voluntarismo de la derecha europea demócrata y centrista que surge del humanismo cristiano sensible a las buenas causas de la humanidad. Si hubiera podido ser algo me habría unido al entusiasmo social y democrático de un socialismo esencialmente humanista que con tanto empeño supo establecer límites al capitalismo salvaje y reclamar derechos sociales, económicos y políticos de millones de trabajadores del mundo. Hubiera pretendido tal vez poner mi alma y mi intelecto por afianzar los valores que de antiguo han sido la llama que ha iluminado el desarrollo y el progreso , la igualdad y la solidaridad dentro del respeto absoluto a las identidades tan complejas y maravillosas que dan sentido a los seres humanos y que adquieren en ellas una dimensión única en el universo. Y sin lugar a dudas, hubiera empeñado mi alma y mi vida por la libertad. Y en el campo de las ideas, tras largas experiencias directas en diversos lugares del mundo , hubiera combatido sin tregua los totalitarismos atroces que arrasaron Europa y el mundo; fascismo y comunismo.

Creo que apenas pude ser nada de eso, es decir, de lo que hubiera querido ser. Nací en un país desgarrado por la más incivil de todas las guerras. Los años cuarenta del pasado siglo fue condicionante para los españoles en aspecto personales y colectivos . Personalmente viví una infancia razonablemente feliz, en una familia en paz con su pasado y su presente. Una familia de clase media esforzada en el trabajo donde los padres ejercían de padres y los hijos, imagino ahora, también supimos ejercer de hijos. Sin traumas ni aspavientos fuimos educados en los ambientes de un pueblo de pescadores, mis padres supieron fomentar en nosotros su amor, su sentido de la familia y las relaciones de buena vecindad que nos acercaba con la amistad a todos los vecinos del pueblo sin excepción alguna. Y así fuimos asimilando los valores de la amistad la tolerancia y el respeto de manera natural. En fin, nada extraordinario.

Todas estas referencias de mi infancia y juventud estaban en armonía por cuanto nos rodeaba. Y así crecí sin percibir señales de alarma cuando el pueblo era como una gran familia razonablemente bien avenida. Y muy joven hube de salir del pueblo para seguir mis estudios, y habré de decir que como tantos otros de aquellos años, trabajando y estudiando. Cuando obtuve la licenciatura y sin haberlo siquiera imaginado, tuve ocasión de entrar profesionalmente a participar en los entresijos de quienes a comienzos de los años setenta del pasado siglo pretendían una sucesión política del Régimen sin ruptura y que los españoles de manera pacífica pudieran caminar hacia su futuro conviviendo y compartiendo los valores de la democracia. Fueron años de muchísimo trabajo pero el entusiasmo de todos fue una fuente de energía que contagiaba a quienes tuvimos ocasión de participar en el cambio, unos como profesionales contratados, y otros, la mayoría, como políticos de derechas, de izquierdas y de centro. Unos habían vivido en el exilio durante el régimen anterior, otros llegaron del exilio o vivieron la clandestinidad. Fue una labor magnifica donde hubo ocasión de mostrar la grandeza de la política al servicio del bien común. El objetivo era hacer posible una España democrática por la senda que marcaría una Constitución garante de libertades y derechos. La concordia fue posible, frase que ha quedado para la historia.

Así que maduré profesional y políticamente en libertades nuevas con el vigor aún joven de vislumbrar un magnifico futuro, mi primer hijo nació en ese año que comenzó la transición democrática. Quise imaginar que mi modesta aportación era una ofrenda a todos los hijos de España, el camino estaba lleno de esperanza. Y así han trascurrido cuarenta años. Ha sido un soplo, el ayer a veces se me hace presente y ahora, con mis recuerdos, me considero un señor mayor contando historietas. Y en verdad eso es lo que soy.

Tal era el optimismo en aquel cambio que desde todas las posiciones ideológicas se creyó que nada podría ensombrecer lo que con dignidad personal y entereza política fraguaron aquellos líderes entregados sin reservas a dar forma a una nación donde cupieran todos los españoles. Al menos eso pensábamos entonces. Y así parecía hasta que sin aviso alguno llegaron los años donde aquel Presidente del Gobierno entendió que podría pasar a la historia abriendo un nuevo capítulo de revisionismo. Una sombra comenzó a nublar el cielo de España y las trincheras ideológicas como avanzadillas irreconciliables mostraron de nuevo la incapacidad secular para poder vivir en paz volviendo a las páginas más tristes de nuestro pasado. Aquello que creímos tan asentado social y políticamente comenzó a ser socavado desde dentro, repitiendo eso que tantas veces hubimos de lamentar. Los resultados de aquella labor de deconstrucción están ahora muy visibles, parece claro que el régimen de la concordia de 1.978 apenas late en el corazón de la mayoría parlamentaria actual. Nada sorprende que en esa labor de zapa se afanen quienes cuestionan la unidad indisoluble de España y la igualdad y derechos de los españoles para decidir sobre el legado histórico territorial. Asimismo grupos y partidos políticos de reciente creación que no comparten el espíritu generoso de la reconciliación que protagonizaron líderes del PSOE, del PCE, de la derecha establecida y la que surgió en la Constitución. Tampoco sorprende que quienes apoyaron al terrorismo en plena democracia estén ahora sosteniendo con sus votos un gobierno dispar que no comparte los logros de la transición democrática porque sus objetivos son incompatibles con la democracia. Nada de ello habría de causar sorpresa, lo que si sorprende es el negacionismo y casi repudio encarnado por el Presidente del Gobierno sobre el papel de su propio partido, el PSOE, durante los últimos treinta y cinco años los años de mayor estabilidad política y prosperidad económica y social que conocen las crónicas. Y esto además de sorpresa es un problema de dimensiones desconocidas por cuanto se está construyendo una base ideológica que acapara enorme poder en el gobierno, en los ambientes intelectuales y en los medios de comunicación que se ha situado en los límites de la izquierda donde confluyen ahora mismo veteranos partidos; PCE y PSOE sin apenas líneas que distingan los postulados de unos y de otros. La mixtura de ambas ideologías en forzada simbiosis no ha reportado ningún beneficio en España ni en Europa. Están bien descritos en las crónicas de estos años los grandes logros de PSOE en su mejor definición socialdemócrata y la nítida disposición de sus dirigentes a no mezclar con el PCE y la izquierda más extrema las labores de Gobierno.

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