Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Vencedores y vencidos

Las guerras se dejaron de declarar, pero nunca dejaron de existir. Se prolongan indefinidamente, algo que tiene que ver con el falso equilibrio de dar el mismo peso a vencedores y vencidos

Vencedores y vencidos Vencedores y vencidos

Vencedores y vencidos

Las guerras se dejaron de declarar, pero nunca dejaron de existir. Es más, últimamente se prolongan indefinidamente, algo que tiene que ver con el falso equilibrio de dar el mismo peso a vencedores y vencidos.

La Guerra Fría, esa que ganó Estados Unidos, y que al parecer nadie perdió, es una muestra de ello. Se reconoce al triunfador, pero se hace con sordina, nunca con las trompetas de gloria. Más difícil es identificar al perdedor… porque desapareció del paisaje, se mimetizó con los cambios, dejó el rojo por el morado, abandonó el uniforme soviético para recuperar el imperial, se camufló de libertador de los nunca oprimidos para esconder su alma de opresor de seres libres, y así un largo etc. Todo para evitar que se anotara la derrota en su historial. Así borra el fracaso de una ideología, con sus derivadas, y también la victoria del oponente. Una forma muy estalinista de actuar: rescribir el pasado para que desaparezca. Pero la realidad es tozuda, muy tozuda.

Pocas profecías hay que hacer para darse cuenta de lo que es obvio. A diferencia de guerras pasadas, en la larga contienda de la segunda mitad del siglo XX hubo muchos conflictos, numerosos enfrentamientos, cuantiosas campañas y multitud de batallas. Cada cosa asignable a un político. Sin duda, Ronald Reagan ganó la Guerra Fría frente a Mihail Gorvachov y, por dar una de cal y otra de arena, Richard Nixon perdió la de Vietnam frente a Ho Chi Min. Mucho más difícil es, sin embargo, encontrar a los comandantes militares que se enfrentaron en el campo de batalla. Haberlos los hubo. Muchos y bravos. Todos perdidos en el olvido. Esto pone al descubierto una verdad incómoda: la política es quién convoca a la guerra, mientras la milicia trata de alejarse de ella. Sin declaración de guerra es imposible firmar la paz, todo lo más hay un alto de fuego. Y tanto cese de fuego hace al conflicto, latente.

Hubo un tiempo en que la sociedad rendía homenaje al general victorioso que se henchía de orgullo al ser el centro de todas las honras. Sin embargo, para evitar tan capital pecado, ya en tiempos de Roma se hacía subir al carro del vencedor a uno de sus esclavos para sostener la corona de la victoria pero también para susurrarle: "Memento mori" (Recuerda que morirás). Recordarle lo efímero de la victoria, que si hoy fue suya, mañana lo será enteramente de su patria. Ya lo dijo el almirante Cervera, el de Santiago de Cuba, cuando a su regreso del cautiverio en Estados Unidos, le vitoreaban como héroe en Santander: "La Patria no necesita héroes, sino victorias".

Una victoria es grande cuando se honra al enemigo vencido. Ninguna fue tan grande en el siglo XX como la rendición que recibió McArthur a bordo del USS "Missouri" en agosto de 1945 del embajador japonés Mamoru Shigemitsu, en nombre del Emperador Hirohito. Grande porque, tras la victoria militar, reconoció valor del soldado japonés, preservó la integridad territorial de la nación vencida e incorporó a la sociedad rendida a la reconstrucción del país nipón. Da recelo imaginar qué hubiera sucedido con una partición del territorio japonés a la alemana como pretendían los soviéticos, llegados a última hora al reparto de los dividendos de la guerra en Oriente. ¡Lo que se hubiera perdido el mundo de la cultura japonesa y su contribución al futuro universal!

Hoy Naciones Unidas niega la mayor: la existencia de la guerra. Todo queda en un conflicto estancado con muertos y sufrimiento permanente. Es inviable honrar a nadie, ni al vencedor ni al vencido, por inexistentes. Eso sí, lo que en otro tiempo el decir popular daba a la victoria militar se traslada a la política. El cese el fuego militar se considera un éxito político. Echen un vistazo a lo sucedido en Iraq tras la guerra, perdón, la crisis del Golfo. A decir de Bob Woodard en "Negar la evidencia", a general Jay Garner le impidieron actuar como MacArthur en Japón y el político Paul Brenner nunca entendió que, para tener una victoria completa, hay que valorar y levantar al vencido.

Los vencedores dejaron de escribir la historia, lo hacen quienes, vencidos, rompen lo construido y desprecian la realidad. Ya en 1989, en las páginas de un diario lo escribía el académico de la lengua y almirante Eliseo Álvarez-Arenas: "La rebelión del hombre de hoy no se define por lo que materialmente destroza, sino por cómo espiritualmente desprecia". El resultado suele ser devastación física y espiritual.

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