Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Ver, oír y a callar

Arozamena decía que mejor guardar silencio y pedir la siguiente pregunta que caer al responder a cuestiones tales como ¿sigue siendo usted un borracho?

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Ver, oír y a callar

Joaquín Arozamena es uno de los periodistas de los que guardo un grato recuerdo, por sus crónicas, sus apariciones en televisión y sus conferencias sobre cómo atender a los medios de comunicación social. En uno de esos cursos a los que continuamente acudimos los militares para poner al día nuestros conocimientos y mejorar nuestras habilidades, tuve la oportunidad de asistir toda una mañana a sus lecciones magistrales en el Centro de Estudios Superiores de la Defensa Nacional. En ellas exponía, con soltura y singular dicción, un montón de cosas interesantes sobre cómo incorporar a la prensa a la actividad militar, sin miedo a lo desconocido. Eran los años en que se recordaba con frecuencia la necesidad de ganar las guerras, además de en el teatro de operaciones, en el campo de la opinión pública, eso que ahora se llama: el relato.

Entre sus explicaciones y a modo de buen maestro, el periodista nos instruyó, como resumiría mi hermano José María, sobre lo que se puede hacer, lo que nunca se debe hacer y a lo que estas comprometido en las relaciones con la prensa. Un momento muy oportuno para hacerlo. Como digo, era un tiempo en que se incorporaban a la doctrina militar las enseñanzas de la Guerra del Golfo, esa que dirigieron George Bush (padre), Colin Powell y Norman Schwarzkopf. Al fin y al cabo, aquella campaña para echar a los iraquíes de Kuwait, y solamente eso, fue la primera ocasión en la que los medios de comunicación social entraron hasta la cocina de las operaciones militares y, además, lo hicieron en tiempo real.

Entre las cosas que contaba don Joaquín, recuerdo con dos de ellas que incorporé al léxico y al gesto cuando tuve que ponerme delante de los medios. La primera de ellas era que nunca se cruzasen los brazos frente a una cámara porque, irremisiblemente, te compararían con la fotografía del general Pinochet tras la toma del poder el 11 de septiembre de 1973 en Chile. Instantánea en escorzo de abajo hacia arriba de un uniformado entonces desconocido, gafas de sol para esconder la mirada y brazos cruzados sobre el pecho enviaban una imagen de imposición, ocultación y desprecio a los demás, impactante en democracias donde el contraste de pareceres, la transparencia y el respeto al adversario son elementos esenciales de comportamiento.

La segunda de las prácticas enseñanzas era un toque de atención. Evitar la caída, sortear las palabras del periodista en las entrevistas, esas que se hacen a "vuela pluma", a toda prisa, recién terminada una operación, o en esas otras en las que te prometen un "off the record", un registro sonoro que se convierten en una atracción fatal. Atracción insuperable para el reportero y secuela fatal para el entrevistado. En pocas palabras, Arozamena decía que mejor guardar silencio y pedir la siguiente pregunta que caer al responder a cuestiones tales como ¿sigue siendo usted un borracho? porque fuera cual fuese la respuesta estarías marcado como un bebedor. Si es "sí" porque lo eres y si es "no" porque lo fuiste.

En estos últimos tiempos, en los que la prensa dejó de ser el cuarto poder para ser "la máquina del poder", parece que se mezclaron los dos fenómenos que describió el informador hace más de veinte años. Sea lo que sea lo que se diga, se fotografía al crítico como un pinochet para propiciar su condena con "penas de telediario" y se lanzan sondas que, a modo de preguntas trampa, sirven para subvertir críticas razonables en ataques injustificados. Todo para crear dudas sobre la honorabilidad de quienes discrepan. El anormal estado en que se vive hace que los propicien quienes deberían impedirlos, mientras desvían la mirada popular hacia lo imprevisto, ocultan las verdaderas intenciones de sus actos y desprecian toda opinión ajena. Una versión post-moderna de cinismo, importado, que nada tiene que ver con la nobleza española.

Así que, una vez enseñado, mientras se inyectan los telediarios con noticias rosas y amarillas, se imponen la verdad oficial como si la autenticidad necesitase apellido, se anula toda posibilidad de crítica y se funde en negro la realidad para ocultar los destructores propósitos de las nuevas leyes, prefiero hacer caso al maestro Arozamena, sonreír, mirar de frente, asir las manos a mi espalda y guardar silencio sobre tantas declaraciones mal intencionadas que tratan de hacerme caer en la trampa de contestar.

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