Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Un asunto Polisario

Mientras la posición española languidece en la esfera internacional, de tanta atención por mantenerse en el poder, el gobierno desestima lo que se le arrebata a España por todos los flancos.

Un asunto Polisario Un asunto Polisario

Un asunto Polisario

La presencia del polisario Ghali trajo a la palestra mediática el estatus internacional del territorio saharaui, hoy administrado por Marruecos y sometido a resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que lo mantienen en el limbo, como otras tantas disputas territoriales. Con seguridad, en la mente de los españoles habrá imágenes, informaciones y deformaciones sobre el asunto, muchas sobre los campamentos de Tinduf, menos sobre los enfrentamientos entre tropas marroquíes y partidas saharauis y, probablemente ninguna, sobre las agresiones que perpetró el Frente Polisario contra españoles en la mar.

Me refiero a los ataques que los polisarios llevaron a cabo en aguas de La Güera y Villa Cisneros, hoy rebautizada como Dajla. Los mismos que hoy lidera el protegido de la ya ex-ministra de Asuntos Exteriores y algunas cosas más. En aquellas acometidas a pesqueros y buques de la Armada, a mediados de la década de los ochenta, murieron José Hernández Sosa, sexagenario engrasador de un pesquero con base en Canarias, y José Manuel Castro, marinero de la dotación de Patrullero "Tagomago". Además de este joven de 18 años, también resultaron heridos otros dos cabos de la dotación del mismo buque de vigilancia.

Como rezaba el pie de un cuadro del antiguo Museo del Ejército en el Prado de Madrid, hoy enterrado en los sótanos de la nueva sede en Toledo: "Perdonad, pero no olvidéis". El perdón por todo aquello parece que se dio por equipolencia hace muchos años, sin que los autores lo solicitasen, escondidos tras la pueril declaración de "yo no he sido", ese proceder de quienes dejaron de ser niños pero nunca llegaron a ser hombres. Sin embargo, lo sucedido merece recordarse para dejar de dar por buena ahora esa otra conducta pueril de: "no me quedaba más remedio"; tras cometer una flagrante fechoría.

La gestión de la crisis que provocó la entrada indocumentada del polisario Ghali tenía visos de alargarse en el tiempo porque, además de sumar un hecho flagrante a la lista de desatinadas declaraciones, carecía de al menos dos elementos esenciales para su resolución: comunicación directa entre los máximos responsables de ambas partes para evitar la siempre dudosa e interesada interpretación en los medios de comunicación y experiencia e imaginación para encontrar salidas razonables para una y otra parte sin menoscabo de sus posiciones originales. A todas luces, lo que quedó claro es

que, después de cuarenta años, la opción de Naciones Unidas pudo ser válida para el multilateralismo ayer, pero inútil en las relaciones bilaterales hoy.

Una comunicación directa en la cumbre, sin delegaciones ni intermediaciones, nunca se produjo. Tal vez por la escasa apreciación que se dio a los gestos. Esos que, en relaciones internacionales, pesan tanto o más de lo que se dice. Había más de un motivo para pensar que otro asunto como este, con el telón de fondo del Sahara, produciría una abrupta y explosiva reacción del vecino del sur. Y la hubo.

Tengo la certeza de que hay buenos analistas españoles que conocen la realidad del teatro geográfico que nos rodea, con fino olfato y prolongada dedicación, que entienden y se hacen entender en el mundo magrebí. Pero, de tanto delegar toda responsabilidad en lo comunitario, se olvida el peso que, en el mundo musulmán, tienen las relaciones interpersonales. Tanto así que cualquier relación institucional de aquí, pasa irremisiblemente por el trato personal allí. Así se lo entendió Colin Powell en la crisis de Perejil con Ana de Palacio y Mahamed Benaissa.

La visita de Antonio Guterres, Secretario General de Naciones Unidas, a Madrid creó más dudas aún. Desconozco si vino en calidad de titular de la organización internacional o como dirigente socialista. En el primer caso, bien hizo en rendir visita de cortesía a S.M. el Rey, pero se entiende poco que, además de la situación en el Sahara, opinase sobre cuestiones de política interna española como los indultos a condenados secesionistas de la Comunidad Autónoma de Cataluña. Por demás, sin algo similar a Rabat, todo suena a que el viaje del socialista portugués fue la búsqueda gubernamental de un impostado apoyo internacional a una personalista decisión de política doméstica.

Mientras la posición española languidece en la esfera internacional, de tanta atención por mantenerse en el poder, el gobierno desestima lo que se le arrebata a España por todos los flancos.

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