Tribuna

José Mª Martínez de Haro

Escritor y periodista

La bandera

Resulta poco concebible que en varias regiones de España hayan prosperado las libertades del Estado Derecho y que grupos de ideologías muy sectarias de carácter nacionalista hayan utilizado estas libertades para expresar con violencia el odio a la Bandera de España que es el símbolo común de esta nación y por ello también de catalanes, vascos y gallegos.

Hemos podido ver en las televisiones los aquelarres de barbarie que vomitan un odio cavernario contra los sentimientos de la mayoría inmensa de conciudadanos de las otras catorce Comunidades Autónomas que respetan y aman la bandera nacional. Esta brutal manifestación de instintos cainitas refleja un grado de primitivismo de los nacionalismos cuyas nefastas consecuencias asolaron Europa en el pasado siglo. No bastaron los recuerdos de los cientos de millones de víctimas mortales a causa de los totalitarismos nacionalistas de derechas y de izquierdas los dos hijos del socialismo, también en estos últimos años una antigua nación de Europa, Yugoslavia, conoció la naturaleza criminal de los nacionalismos cainitas que provocaron una atroz guerra civil. Fui testigo de excepción como invitado de la ONU bajo la bandera española en Mostar, Medjugore, Yebrenika, Sarajevo y Dubrovnik. Allí también quemaban y mataban por las banderas nacionalistas. Como ha ocurrido en España durante casi cuarenta años con la autoría de bandas y grupos terroristas de origen nacionalista en el País Vasco, Cataluña y Galicia.

Cuando España ha superado el record de estabilidad de una democracia plena, un activista del Bloque Nacionalista Gallego (BNG) instó a quemar "la puta bandera de España". Y este asunto llegó al Tribunal Constitucional con varios años de retraso que ahora se ha pronunciado con la afirmación que "ultrajar la bandera de España constituye un delito al no estar amparado en la libertad de expresión". Se trata de un precedente histórico pues queda de manera manifiesta la naturaleza delictiva de estos actos de barbarie que durante años ha sido el sello y la seña de los más violentos grupos nacionalistas independentistas amparados en una supuesta impunidad por aquello de la laxitud conceptual y el oportunismo político de algunos Gobiernos de España, singularmente el actual.

En estos años de rencor y agravios a todos los símbolos e instituciones que representan a España ha quedado probado que en otras regiones no se han registrado actos vandálicos, menos aún de odio o repulsa contra las banderas de las autonomías que basan su legitimidad en la configuración política del Estado español. No se conocen escenas de quemar banderas de Galicia, País Vasco o Cataluña porque todas están en ese amplio espacio de una nación capaz de reconocer sin complejos las realidades de estas regiones, su cultura, su historia, su lengua, sus sentimientos y su legitimidad institucional. Ningún otro régimen político mostró tal generosidad, ni tampoco la muy aclamada II República española cuyo Presidente D. Niceto Alcalá Zamora y el Presidente del Gobierno, D. Alejandro Lerroux no dudaron en sofocar por las armas la proclamación de la República de Cataluña en octubre de 1.934. La Constitución de 1.978 fue la primera en la historia que abordó un régimen autonómico de libertades amplias para quienes se sienten catalanes, gallegos o vascos. No existe en ningún otro país de Europa semejantes reconocimientos que amparan sus derechos políticos y civiles dentro del marco de la Constitución cuya identidad es el consenso entre todas las fuerzas parlamentarias, también las de Galicia, Pais Vasco y Cataluña.

La respuesta a esta manifestación de respeto y libertades han sido años de dolor y plomo que ha dejado un reguero de sangre en todo el territorio nacional y el odio contra todo lo que significa España y lo español. Puede que sea una irremediable enfermedad del alma en algunas regiones incubada entre los más radicales y violentos incapaces de vivir en armonía y disfrutar de la democracia y la buena vecindad que es el carácter y el sentír de los españoles y así somos reconocidos en todo el mundo. Por mucho empeño en retorcer y falsear la historia de Cataluña, País Vasco o Galicia jamás podrán deshacerse los naturales de estas regiones de sus lazos comunes según queda probado a lo largo de tantos siglos de convivencia y de historia común.

El Tribunal Constitucional ha dejado claro lo que constituye delito en relación a este símbolo y cabe la esperanza que los tribunales españoles apliquen la Ley sin titubeos. Pero quedan algunas dudas sobre la mescolanza tóxica desde las esferas gubernamentales en relación a la integridad territorial de España que se extiende desde la Fiscalía General del Estado a ciertos sectores de la judicatura que no han mostrado en asuntos de gran sensibilidad para los sentimientos de millones de españoles, la actitud que corresponde a la independencia de la Justicia. Hay evidencias de la posición "amable" de este gobierno con los grupos más radicalmente separatistas. Incluso con los presos golpistas condenados por el Tribunal Supremo a la espera de la tramitación de indultos que no han sido solicitados por los propios condenados como prueba de su errores. El Vicepresidente del Gobierno proclama sin rubor su activismo político favorable a la libertad inmediata de estos presos quebrantando el prestigio menguante de los Tribunales de Justicia.

Ejemplos como este causan desolación en el ánimo de quienes aún creen en la igualdad de la Ley para todos los ciudadanos que habitan en cualquier Comunidad Autónoma de España. Y por simple deducción se establece un silogismo ; si quienes han perpetrado un golpe contra el propio Estado español podrían burlar una Sentencia firme y salir en libertad, aquellos que puedan ultrajar de cualquier forma la bandera de España apenas rozaran un juzgado con una sanción simbólica. Y esto, ni más ni menos es quebrantar el Estado de Derecho y los códigos que emanan del mismo de aplicación a todos los españoles sin distinción alguna.

Pero ahí estamos, en una permanente tensión política que aún no ha manifestado la tensión social propia de situaciones de ruptura que trata de instaurar un nuevo sistema político liderado por ideologías cuando menos inquietantes por su rastro de fracasos y horrores. Es evidente que para los impulsores de esta deconstrucción de España, la bandera nacional es apenas un trozo de tela que carece de legitimad representativa. Y por ello la ultrajan sin reparar que ese ultraje se traslada a quienes depositan sus emociones en esa tela y esos colores. Y así ha sido desde 1.785 con las excepciones por breves periodos de la dos Repúblicas. Sería un gesto hacia la gran mayoría de los españoles que todas las fuerzas parlamentarias promovieran un acto solemne de respeto y acatamiento a lo que esta bandera es y representa. E igualmente con el resto de las banderas de todas las Comunidades Autónomas de España.

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