Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

La buena educación

Educación es mucho más que formación. Nunca existieron en España tantas posibilidades de adquirir tantos conocimientos, de tantas materias tan distintas

La buena educación La buena educación

La buena educación

Lhacer resumen del año que acaba es una tentación. Llenar los últimos días de estos doce meses con estadísticas y recuentos es una forma sencilla de cumplir trámites sin demasiada complicación. Mucho mejor si se obvian las cifras desfavorables y se destacan las propicias. Sin embargo, dejaré correr un día entero para que se pase tan fácil incentivo mental y encontrar algo mejor para recordar este 2020 como un tiempo donde el encierro voluntario sirvió para mejorar las pautas del comportamiento.

Pasado el lapso de tiempo auto-impuesto, suficiente para que decayera el deseo de buscar el camino más sencillo, se me hace que tenía que hablar de educación. La razón es que, después de tanta solitaria convivencia domiciliaria y tanta relación profesional telemática, hay mucho que decir sobre la mejora, o la "peora", de la capacidad de los españoles para hacer sociedad. Una tarea que sólo se perfecciona a base de recibir una formación continuada para relacionarse con los demás dentro de normas intelectuales, morales, afectivas y éticas establecidas por la propia comunidad para sí. Una labor que nace en la familia, se acrecienta en la escuela, se consolida en los institutos, academias y universidades y se retoca con el ejercicio profesional.

Educación es mucho más que formación. Nunca existieron en España tantas posibilidades de adquirir tantos conocimientos, de tantas materias tan distintas, en tantos lugares tan dispares y por tantas vías tan diferentes. Sin embargo, sorprende que algunos con tantos cursos y seminarios en sus currícula, y en tantos idiomas, anden escasos de educación. La oferta de grados, esos que las "Universitas" deberían dar con un plan de estudios generalista, universal como su propio nombre indica, supera con creces al número de especializaciones en la formación profesional. Conté más de quinientas titulaciones universitarias sin poder terminar la lista, por cansancio. A la ingente cuantía hay que agregar lo difícil que resulta discernir entre muchas de ellas. Una faena confusa y ambigua hasta el punto de dar la impresión de que se produjo una inversión de términos a la hora de establecerlas. Parece que el sistema educativo se ciñe a dar la titulación que le reclama el aprendiz por más que resulte vacía de contenido o, cuanto menos, irrelevante para la sociedad.

Sin embargo, más allá de la racionalidad y de la oportunidad de la nueva ley de educación, esa que, como ella misma establece, pasó de curso con los suspensos de maestros y educadores, se da por probado el augurio de una antigua alta magistrado del Tribunal Supremo, hace poco tiempo. Ese que establecía que, con mayor frecuencia cada vez, las leyes se redactan mal en origen, se empeoran en la tramitación parlamentaria y se hacen arbitrarias o imposibles de cumplir en el mundo real. Así pues, si sobre ese mal diseñado telón de fondo se suman las "morcillas" ideológicas, a modo de costurones parlamentarios con las que se zurcieron discrepancias políticas, el resultado al proyectar el batiburrillo de titulaciones es una anarquía en la que se hace difícil inculcar la idea de que educar es, además de saber de algo o de mucho, respetar las normas y, sobre todo, a las personas en toda su integridad.

Si algo se saca en limpio en el recuento de este año es observar como la buena educación tiene ya poco que ver con la mucha formación. Mientras que a pie de calle el más sencillo de los ciudadanos denota sus buenas maneras al guardar las normas impuestas, por incongruentes e incomprensibles que se presentan, resulta a toda vista paradójico oír mentiras reiteradas, insultos en forma de adjetivos injustificados, juicios de valor sin sustento alguno, desprecios en forma de oídos sordos, groseros movimientos de manos, muecas de infantes malcriados y otras tantas actitudes chulescas y despreciables en muchos a los que se les presume una ingente formación u ocupan una preeminente posición.

Nada denota tanto la buena salud de una sociedad como la buena educación. Nada pone de manifiesto la perfección del sistema educativo como mantener las pautas de comportamiento que sirvieron para orientar una vida profesional, más allá del tiempo en activo. Nada como reconocer la autoridad para propiciar el bienestar, en la familia, en la escuela y en la vida profesional. Esa es la manera de exteriorizar la buena educación, la de aceptar con humildad lo que otro exponen con caridad.

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