Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería Catedrático de Lengua Española de la UAL

A la búsqueda de la vacuna

A la búsqueda de la vacuna A la búsqueda de la vacuna

A la búsqueda de la vacuna

Ssigiloso y artero, como un espía de la segunda guerra mundial con gabardina, el coronavirus pasó las fronteras españolas, por tierra, mar y aire, y, tras unas semanas, sin hacerse notar, comenzó, poco a poco, a mostrar su perverso perfil en forma de fiebre, neumonía bilateral y dificultades respiratorias; las cuales, en ciertos casos, resultan dramáticas para las personas afectadas y sus familias. La situación, en unas zonas más que en otras, es dantesca y las palabras de Winston Churchill, «sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor», vuelan por los cielos de la libertad como sintagmas que se reconocen en su propia identidad. El mundo entero ha sido zarandeado por este huracán, que amenaza con hundir economías, industrias y expectativas, además de echar un pulso a los sistemas sanitarios. Como bien dijo el rey Felipe VI, en su discurso televisado del miércoles, no es hora de reproches, sino, antes bien, de unir esfuerzos con la solidaridad como referente mirífico. Tras los primeros días del estado de alarma, se puede afirmar que los españoles están a la altura de las circunstancias, de manera que, como héroes y heroínas silenciosos, dan un encomiable ejemplo de responsabilidad en las páginas que buscan caligrafiar un futuro donde no quepa el coronavirus.

Se prevé que, dentro de unos días, la cifra de contagios alcance su pico más alto y, a partir de ahí, ya comience el ansiado descenso. Será la primera evidencia de que al virus, con su forma de corona y terror, se lo puede vencer con estas medidas de prevención, las cuales constituyen argumentos claves de esta batalla, donde el enemigo es invisible como en aquella película dirigida por Gavind Hood e interpretada por Helen Mirren, Alan Rickman y Aaron Paul. Afortunadamente, por encima de intereses creados, a los que habrá que prestar cuidada atención, la búsqueda de una vacuna ha comenzado. En este sentido China, Estados Unidos y la misma España ya dan forma a los experimentos, lo que augura que, para finales de este año, podrá constituir una realidad venturosa. Es, por tanto, la ciencia, la que va a intentar lograr la derrota de tan cruel enemigo, recluido en su propia maldad, refugiado en su espuria traición. La esperanza, virtud esencial de todos los pueblos, suspira por el hecho de que la buena nueva no se demore en el umbral incierto de la espera. «Los fracasos son también útiles, porque bien analizados, pueden conducir al éxito», aseveraba la universalidad de Alexander Fleming.

Pedro Sánchez, con traje y corbata de color oscuro, como el actor que no quiere ser en momentos tan complicados, anunció que el Gobierno va a dedicar treinta millones de euros al desarrollo de una vacuna que se enfrente al virus con posibilidades de éxito. Esta cantidad irá destinada al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y al Instituto de Salud Carlos III de Madrid (ISCIII). Hay fundadas esperanzas en la preparación de la vacuna española y en sus resultados. Es la hora de los laboratorios y de los científicos, quienes, con su abnegada entrega, con su labor callada y tenaz, piensan dar a la sociedad española lo mejor de sí mismos. La métrica de la ciencia no es la de la literatura, pero los caminos de la tierra sueñan con los versos más humanos para recitar, entre hexámetros, que la medicina es el bien supremo que no regatea esfuerzos para defender la vida. Grecia nos enseñó que el mal más insospechado puede ser vencido en nombre de Hipócrates. En nombre de la investigación, que, fructífera, relata la verdad de la historia. Ahora procede que el Ministerio de Sanidad controle los focos más peligrosos y donde el número de contagiados y muertos no para de subir en la curva de la estadística. Este problema de la salud mundial ha atravesado el destino entre sirenas y ambulancias, urgencias y ucis. La lúcida luna de las noches de marzo está triste. Los relojes del tiempo, que nacen en la autoría inmediata de los instantes que, alguna vez, leímos en Proust cuando, de nuevo amanecía, se han parado. Pero, ahora, la esperanza debe ser más robusta que nunca.

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