Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

"Los cañones de agosto"

Este agosto parece que se dejaron de escuchar los cañones, pero la realidad es que continúan las andanadas

"Los cañones de agosto" "Los cañones de agosto"

"Los cañones de agosto"

Pensar en la placidez y el "dulce hacer nada" de agosto recuerda la novela de Barbara Tuchman, esa que relata la abrupta irrupción de la Primera Guerra Mundial en una Europa creída de una prosperidad a la que muy pocos veían el fin. Me da que este mes suele despertar los cañones sin causa aparente. En estas últimas décadas, la desmembración de Yugoslavia, la invasión de Kuwait o el enfrentamiento por Osetia del Sur son algunas guerras no declaradas, pero tan reales como las vidas que se perdieron, que vieron sus primeros cañonazos en agosto.

Hay otros conflictos más domésticos donde se aprovecha el calor del verano para maniobrar, moverse para alcanzar una posición de ventaja. Se hace a la sombra de la modorra del descanso estival y de la sordera voluntaria frente a frases hechas, fáciles de oír y cómodas de repetir, que nos bombardearon durante todo un año. Los cañones disparan otras clases de salvas cuyo tronío se oye después del daño producido. Me refiero a andanadas contra todo lo establecido, que es como decir a todo lo que da estabilidad. Esas que tiran para abatir el sistema.

Visto que los enfrentamientos directos les dieron mal resultado, parece que los atacantes basan su comportamiento, a falta de ideas, en negar cualquier cosa que provenga de fuera de su organización. Optan por una estrategia de aproximación indirecta, esa que definió B.H. Liddell Hart en "El otro lado de la colina", un ensayo sobre cómo vencer sin llegar a verse cara a cara con el enemigo. A estos contrarios a la ley y el orden (se definen así ellos mismos) se unen en estos meses de estío otros que creídos parte de sistema, en su ignorancia, desconocen que no lo son.

Me refiero a los suplantan los valores que fundamentaron la sociedad durante siglos con otros de dudable crédito, descomponen la estructura social para beneficio partidista, tergiversan la historia común hasta hacerla irreconocible y limitan el conocimiento con un adoctrinamiento sectario en lugar de enseñar en un mismo idioma universal. Todo ello con un halo de modernidad que realmente oculta la vieja táctica del ataque indirecto desde el otro lado de la colina.

Resulta paradójico que quienes defienden una Europa unida suplanten los valores de cristianos que, además de regir las relaciones con Dios, formaron parte del común comportamiento social europeo: respeto, honestidad, fraternidad, amabilidad, responsabilidad, sinceridad, espíritu de superación, … por otros de esa nueva religión que, sin ser laicidad, se esconde tras el laicismo y sus dogmas: negación de la religión y sus expresiones sociales, sometimiento cultural, competitividad frente a complementariedad, culto a la personalidad, ideología de género, … En el fondo, abandonar a la gente en el vacío del nihilismo, la discriminación por razón de sexo enmascarada de igualdad, la imposición forzada al designio de la masa, el acoso al discrepante, la idolatría al líder, … hasta llegar al desprecio del mérito y la capacidad para imponer cuotas basadas en lo que separa.

Nada de extrañar es que de ese modo oculto se trate de descomponer también el régimen de parlamentarismo representativo que dio la Constitución de 1978 por otro de corte asambleario que, escondido bajo la ley de transparencia, reclama oportunistamente el imposible apoyo racional de unas bases anónimas y sin contarlas o somete las decisiones al resultado de unas interesadas encuestas, todo ello en lugar de atender a los diputados del Congreso, representantes legalmente elegidos en las urnas, de los que se conoce su filiación, mérito, capacidad y, por supuesto, número. Manera sutil de puentear y despreciar al poder legislativo.

Si todo eso está ya a la orden del día, también lo está la tendencia a disolver la patria española en una amalgama irreconocible de localismos al falsear la historia común y contarla en lenguas particulares sin la universalidad del español porque eso les facilita el adoctrinamiento sectario. Hasta tal punto llega la inconsciencia social que produce a diario esta predisposición, que se ve con buenos ojos que únicamente uno de cada cinco españoles esté dispuesto a defender con las armas la herencia común y a los demás españoles, cuando la supervivencia de todos en el mundo está en que todos somos España.

Este agosto parece que se dejaron de escuchar los cañones, pero la realidad es que continúan las andanadas.

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