Tribuna

Javier Pery

Almirante retirado

El choque de administraciones

Nada hay que señalar a la hora de dirigir la política, pero me temo que persiste un empeño en confundir dirección política y gestión administrativa

El choque de administraciones El choque de administraciones

El choque de administraciones

Hace veinticinco años, Samuel Huntington defendió la tesis de que los actores políticos del siglo XXI serían las civilizaciones en lugar de las ideologías o las naciones estados. Para ello, clasificaba las distintas estructuras sociales de todo el globo fundamentalmente por los orígenes religiosos de cada una de ellas. Así, el mundo se distribuía en nueve áreas: la occidental cristiana católica o protestante, la oriental cristiana ortodoxa, la china con el confucionismo de fondo, la hindú con su pléyade de deidades, la japonesa sintoísta, la amalgama islámica desde el occidente marroquí hasta oriente afgano, la budista de países del sureste asiático, la africana de religiones tradicionales, y la latinoamericana a la que define como una civilización separada para facilitar el estudio sociológico, más que por la diferenciación con la cultura occidental a la que pertenece. La teoría del profesor estadounidense era que los conflictos futuros estarían en el encontronazo entre las civilizaciones. Con ello trataba de rebatir la creencia de otro analista estadounidense, Francis Fukuyama, que defendía la victoria del sistema democrático, sobre cualquier otra opción política, de la mano de una economía global.

Parece que un cuarto de siglo más tarde, el tiempo dio la razón al primero, pero sin anular en todo al segundo. Aparentemente los conflictos tienen su origen en el choque de las civilizaciones, pero resulta difícil ceñirlos a esa teoría en su totalidad. Baste con mirar la guerra con el autodenominado Estado Islámico en el Oriente Medio donde el choque con la civilización occidental también lo es con otras facciones de la civilización islámica, con la sombra de la opción ortodoxa rusa de fondo y el objetivo encubierto de influir en la economía mundial con la apropiación de recursos petrolíferos, origen de la energía mayoritariamente empleada en el mundo. De una u otra forma, un choque termina en el fin de la historia para muchos. Mirar bajo el prisma de la globalización hace olvidar con frecuencia lo que sucede en el entorno inmediato. Sin embargo, en una mirada a nuestro alrededor, la situación española tiene un halo parecido a la visión de Huntington y Fukuyama para un mundo globalizado. Aquí el choque de civilizaciones se convierte en encontronazo entre las administraciones públicas, véase la General de Estado y las Autonómicas, y el fin de la historia se traslada al servicio público desmembrado donde se dirime la pugna en el campo de la economía. Unas, empeñadas en crearse una identidad singular única y diferencial para justificar su existencia, tratan de obtener el control de la sanidad de la educación de la industria, del transporte y un largo etc. porque con ello se accede a más de recursos económicos. Mientras que la otra permanece pasiva. Ni la existencia de múltiples administraciones, ni el control de la economía serían motivo de preocupación si, al mismo tiempo, hubieran prevalecido los cuerpos de funcionarios encargados de velar con continuidad por los intereses de los ciudadanos bajo los criterios de buena fe, confianza legítima y lealtad institucional que la ley les atribuye. Digo esto porque el incremento de puestos políticos y eventuales en las administraciones públicas dedicados a la gestión de los servicios públicos sigue una curva ascendente que superó hace años los límites de lo razonable. En ello tuvo mucho que ver la progresiva desaparición de los Técnicos Superiores de la Administración Civil del Estado "los TAC" en los cargos públicos, hoy descabalgados de la estructura administrativa española por eventuales y cuya ausencia se deja notar en eso que se llama "sentido de estado". Nada hay que señalar a la hora de dirigir la política, pero me temo que persiste un empeño en confundir dirección política y gestión administrativa. Un modo de impregnar de sectarismo partidista lo que debería ser para todos. La forma de hacerlo es poner al frente de ellos a cargos políticos eventuales que, a pesar de vociferar en su defensa, sin superar una oposición, sin mantener la imparcialidad que requiere el bien común, sin acumular experiencia, privatizan lo público al denostar la admirable condición de funcionario. El corolario puede ser que, tal y como va la tendencia, el choque de administraciones sea el final del servicio público universal tal y como lo conocemos.

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