Tribuna

Almirante retirado

La competencia militar

Los intentos de generar un ejército europeo vienen de antiguo. Tal vez el primero de ellos fue, en los años ochenta, con el establecimiento de la brigada franco-alemana en Estrasburgo

La competencia militar La competencia militar

La competencia militar

Pensar en un ejército europeo sin que se produzca una cesión de soberanía es una ficción política costosa económicamente, pero más aún, arriesgada militarmente para cualquier país y peligrosa para la supervivencia de una nación.

Dicho lo dicho, sería más fácil escribir esta declaración a modo de conclusión de un análisis que como introducción de una opinión publicada en la tribuna de un periódico. Sin embargo, consciente de la pertenencia a una sociedad que quiere ser libre para tomar sus propias decisiones, hay que dar un aldabonazo de vez en cuando para recordar que hay elementos irrenunciables de la soberanía nacional. Uno de ellos: las fuerzas armadas; esto es, la capacidad de defender por la fuerza lo que somos.

Las declaraciones del Alto Representante para Asuntos Exteriores y de Seguridad de la Unión Europea, el español José Borrell, sobre lo sucedido en Afganistán como "una derrota del mundo occidental" y el retorno al debate sobre un "ejército europeo" del antiguo ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación, Moratinos, merecen algunas consideraciones. Si algo quedó derrotado en Afganistán fueron los intentos de organizaciones multinacionales de imponer sistemas políticos alejados a la realidad social afgana: un entramado tribal, sin clase media, con rivalidades étnicas y territoriales y con pugnas por el poder escudadas tras una teocracia. Como quedó claro también la ausencia de esas mismas organizaciones multinacionales, exclusivamente políticas: Naciones Unidas y Unión Europea; para llevar a cabo o tan siquiera coordinar las operaciones de evacuación. Sin la existencia de soberanías nacionales, la multinacionalidad es, de facto, una ficción política.

Los intentos de generar un ejército europeo vienen de antiguo. Tal vez el primero de ellos fue, en los años ochenta, con el establecimiento de la brigada franco-alemana en Estrasburgo, embrión del actual Eurocuerpo, para dar visibilidad a la reconciliación de Francia y Alemania, superar los traumas de dos naciones que se vieron sometidas mutuamente, la una por la otra, y establecer su presencia en un territorio, Alsacia, que fue disputa entre ambas naciones. Es una organización militar creada sobre un mando sin fuerzas permanentes, dependiente de un comité político, que operó siempre bajo el paraguas de la Alianza Atlántica o liderada por Estados Unidos, salvo en tareas de adiestramiento.

Otros intentos parecidos fueron la Fuerza Operativa Rápida Europea y la Fuerza Marítima Europea creadas tras la Declaración de Lisboa de 1992 a partir de un entramado de acuerdos bilaterales entre España, Francia e Italia, a las que se incorporó Portugal. La primera, una mando militar terrestre puesto en marcha en 1995, instauró su sede permanente en Florencia. El coste de instalación, la redundancia de tareas con el Eurocuerpo y la escasa utilidad (una efímera y discutida políticamente participación en Kosovo) llevaron a su disolución en 2012. La segunda, sin sede permanente y con prácticamente nula carga presupuestaria para su sostenimiento, participó en al menos cuatro operaciones de la Unión Europea y, tal vez por ello, se mantiene latente desde hace una década. Un tercero intento de formar un ejército europeo, menos ambicioso, podría ser la constitución de los Grupos de Combate de fuerzas terrestres de la Unión Europea (UE) donde la estructura de mando, a diferencia de los anteriores, la ejerce un mismo país.

Todas estas iniciativas políticas multinacionales se toparon con el principio al que ninguna nación renuncia: el control de su cadena de mando militar; el vínculo ininterrumpido que va desde el presidente del gobierno hasta el último militar en un teatro de operaciones, porque en ello descansa la irrenunciable responsabilidad del gobernante: la defensa de la propia soberanía nacional. Y, pese a la alambicada redacción del artículo 42 de Tratado de la Unión Europea, son las normas constitucionales de cada país las que priman en esta cuestión. Todo lo demás son propuestas y recomendaciones.

Las dudas sobre qué hacer frente a un enemigo que trata de apoderarse de lo que tienes, o simplemente destruir lo que eres, y la inexistencia de unas fuerzas armadas con las que rechazar tales amenazas por la fuerza son factores que ponen en peligro la supervivencia de una nación. Y lo dicho, sin naciones es imposible que existan alianzas y uniones, incluida la europea.

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